Título original: Pieles
Año: 2017
Duración: 77 min.
País: España
Director: Eduardo Casanova
Guion: Eduardo Casanova
Música: Ángel Ramos
Fotografía: José Antonio Muñoz "Nono"
Reparto: Candela Peña, Ana Polvorosa, Macarena Gómez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jon Kortajarena, Joaquín Climent, Enrique Martínez, Eloi Costa, Itziar Castro, Carolina Bang, Ana María Ayala, Adolfo Fernández, Javier Bódalo
Productora: Pokeepsie Films / Nadie es Perfecto / The Other Side Films / Netflix
Nota: 5.8
Pese a la evidente acumulación de desequilibrios, mermas y ofuscaciones, conviene saludar con cierta benevolencia la irrupción en nuestras pantallas de un film de las características de PIELES, la ópera prima en el terreno del largometraje del actor Eduardo Casanova, pues resulta un film de clara y necesaria vocación incomodante, que trata de combatir, en apariencia, la consabida amalgama de correcciones contra las que sucumben buena parte de las muestras cinematográficas gestadas en nuestro país. Fruto de una incuestionable y nada escondida vocación subjetiva, PIELES exhibe la torrencialidad expositiva típica en quien decide no reprimir su personalísimo afán creador y estético, exhibido éste en calidad de universo obsesivo, reclamador de una singularidad y un desconcierto, acaso perseguidos, voceados, impuestos con excesiva preponderancia.
El film convoca un buen número de historias, protagonizadas todas ellas por personajes a los que une una palmaria rotundidad mostrativa: un cruento defecto físico, un lacerante menoscabo en la apariencia física que definirá abruptamente sus respectivos comportamientos y la forma de sobrellevar sus agazapadas existencias. Una mujer con un ano en la boca, otra con medio rostro colgante, una enana explotada televisivamente, un hombre con todo el cuerpo quemado, un adolescente que no soporta sus piernas, un pedófilo reiterante, una prostituta sin ojos o una clienta obesa de ésta última deambulan y se entrecruzan los destinos a ojos de un espectador que ha de hacer el esfuerzo de asumir la aviesa frontalidad expresiva con la que Casanova afronta el relato de los hechos y, sobre todo, la puesta en escena esgrimida para adecuarse a sus preclaras intenciones exhibitorias.
En lo referente a esta última cabe referir que es en la primera mitad del film en donde el realizador se revela como un nada desdeñable escudriñador de interiores, pues sabe atender con ironía, inmisericordia y hosca ternura a todas las criaturas emplazadas en esta maraña de monstruosidades fotonovelescas. Valga como ejemplo la notable escena de arranque, en la que se muestra como un severo exprimidor de las reacciones de los personajes, dando tiempo a que éstas vayan emergiendo al filo de lo surrealista y el destarifo, sin caer jamás en él, pero dirimiendo una osada organicidad en lo que se refiere al encuadre y la mostración de los cuerpos. Casanova pretende una saludable poética de lo grotesco, una fábula sobre la monstruosidad cotidiana, una proclama sobre la dificultad de la diferencia, a la que trata de encauzar dentro de una urdimbre narrativa escorada siempre al terreno de lo folletinesco. El recuerdo del primer Almodóvar se hace inevitable, pues en ningún momento se reniega del profundo celtiberismo desde el que está emplazada la propuesta.
Sin embargo, PIELES agota bien pronto su pujanza al caer en el insalvable defecto de la reiteración y del notorio desequilibrio consecuente a la multiplicidad de historias. Una vez planteado el arranque narrativo del microcosmos aunado, éste no sabe ser desarrollado de forma armónica. La firmeza del posicionamiento escénico se resquebraja ante la pasmosa inconsistencia del devenir configurado. Así tenemos como, por ejemplo, dentro de la trama adjudicada a la mujer con el rostro colgante, ésta arrolla por completo a su despellejado compañero de piso; como a la magnífica atención prestada a la mujer con el año en su boca (notable y sensible Ana Polvorosa) se la despecha de una forma asaz insuficiente; o como la comparativa entre la potentísima historia protagonizada por la joven sin ojos explotada sexualmente en un desconcertante burdel no resiste la insustancialidad de la que le toca liderar a la enana cansada de su disfrazado, exitoso personaje televisivo. La hipotética dinamita del espíritu heterodoxo que se reclama sin cesar, de puro iterada, concluye convertida en su propia convención.
PIELES podría haberse configurado como un loable artefacto dramático en torno al frikismo genético, como una sana apología de la no conformidad, del cuerpo humano convertido en desconcierto, en añagaza para el dedo señalador, pero acaba víctima de una ausencia de reflexión sobre sí misma, que la hubiere alejado de la superficialidad disparatada en la que cae en no pocos momentos. Es una película estruendosa (y, por ello, menguadamente) valiente, que se ofusca en hacer de su osadía una mera coartada, en la que la debida meditación es negada a golpe de aparatosa terquedad. Sin embargo, aunque lejos de la excelencia, hay que reconocerle el poso de compleja, rara, carnosa afección que inocula la zaherida mirada de algunos de sus personajes. Los mejores momentos de PIELES se cuajan cuando su autor sabe ir más allá de esa piel acribillada. A ellos nos aclamamos para aguardar nuevos proyectos de un realizador que, si sabe, domeñar el impulso meramente iconoclasta, obcecadamente desaturdidor sobre el que ha encarrilado su primer film, puede que nos depare alguna extraña alegría.