Rambo 2

Título original: Rambo: Last Blood

Año: 2019

Duración: 89 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Adrian Grunberg

Guion: Matthew Cirulnick, Sylvester Stallone (Historia: Dan Gordon, Sylvester Stallone. Personaje: David Morrell)

Música: Brian Tyler

Fotografía: Brendan Galvin

Reparto: Sylvester Stallone, Paz Vega, Adriana Barraza, Yvette Monreal, Sergio Peris-Mencheta, Marco de la O, Óscar Jaenada, Rick Zingale, Louis Mandylor, Jessica Madsen, Nick Wittman, Sheila Shah, Díana Bermudez, Atanas Srebrev, Aaron Cohen, Manuel Uriza, Owen Davis, Dimitri Thivaios, Genie Kim, Ricky del Castillo, Joaquín Cosío

Sinopsis: Cuatro décadas después, el veterano de Vietnam y paciente con TEPT (Trastorno de estrés postraumático) regresa a su rancho familiar de Arizona. John Rambo, uno de los mayores héroes de acción de todos los tiempos, deberá enfrentarse a su pasado y desenterrar sus despiadadas habilidades de combate para vengarse en una misión final, emprendiendo así un viaje mortal, justiciero y sin retorno. 

Nota: 0

Comentario Crítico:

Como cabía prever, la saga Rambo corre pareja a la debacle facial del incombustiblemente pedrusco Sylvester Stallone. Contra más aparatosa es la fisión termonuclear de su rostro, más demencial y nefanda es la deriva del personaje (o radioactividad ultraconservadora con patrio trauma) que tanta fama le ha dado. Hay cosas que no arregla un buen cirujano plástico: la cara del actor de ROCKY es una de ellas. Por el contrario, la bondad de la deriva imprimida sobre el excombatiente de Vietnam necesita algo más que una temporada en el quirófano. Lo suyo va siendo ya que lo desperdicien hacia un cementerio nuclear, porque los resultados finales de esta RAMBO: LAST BLOOD son como para apretar el botón rojo de la alarma universal.

Aferrada a un guion tan básico como el mecanismo de cagarse en los muertos de alguien, soportada sobre una puesta en escena más primitiva que la “o” del canuto, y afilada con la delicadeza de un carnicero con prisa para cumplir con un pedido de carne picada para las albóndigas de una boda de quinientos comensales, RAMBO: LAST BLOOD no admite ni la molestia de buscar en ella el más mínimo rastro de un posible sarpullido de virtuosismo cinematográfico. Rambo 3No lo busca ni en los títulos de crédito y lo pierde ya mismo en la secuencia prologo. Convertir a John en un tipo solitario, retirado en su rancho, alejado de cualquier tentación pseudomilitar, zambulle a la franquicia en un pútrido remedo de los ya deleznables héroes vengadores tipo Charles Bronson de finales de la década de los setenta, que, recientemente, tan buen resultado le han reportado, por ejemplo,  a Liam Neeson en la saga VENGANZA o a Denzel Washington en THE EQUALIZER.

Sin embargo, comparar RAMBO: LAST BLOOD con cualquiera de estas dos series de productos, pese a la rutinaria poquedad desde las que ambas fueron postuladas, es como establecer similitudes entre estas y las cumbre del cine negro protagonizadas por Humphrey Bogart. O, para seguir con el símil cárnico anterior, entre las suelas de la bota de John Rambo y un carpaccio de ternero mamón del Esla servido en El Celler de Can Roca. El film tarda una hora en establecer su planteamiento narrativo y pasa directamente a la resolución en la media hora final. El desarrollo se conoce que se les olvidó a sus creadores acaso para abundar en la idea de que semejante protocolo aplicado a la complejidad psicológica del personaje central nunca ha sido tarea que importara mucho a sus creadores: John Rambo ha lucido siempre la misma profundidad que la de la loncha desperdicio de un chorizo Revilla.

De resultas de este lapsus, la cosa, una vez explicitada su cómoda querencia por la atrofia estética, ideológica y creativa, deriva en carnicería pura, en festín de corte al tajo, en explosión de sangre machorra no recental, en catarsis del filete y del embrochetamiento enemigo, y en desagravio Guillermo Tell no apuntando a la manzana. RAMBO: LAST BLOOD no hay que verla para creerla, sino para desearle que no huela más a tocino rancio olvidado fuera de la nevera. No va uno al cine a espantar moscas adictas al cuerpo no sepulto.

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