Título original: My Mexican Bretzel
Año: 2019
Duración: 73 min.
País: España
Dirección: Nuria Giménez Lorang
Guion: Nuria Giménez Lorang
Nota: 8.4
Breve Comentario:
La verdad, esa complejidad en sí misma. La historia de la filosofía así lo certifica. Siglos de indagación y el consenso aún se agazapa tras el horizonte más lejano de ese magno acerbo de elucubración. Lo que Platón no dejó claro, se quiera o no se quiera, jamás ha podido lograr la precisión de lo definido a perpetuidad. Pero la historia de la verdad comienza, seguro, mucho antes. Acaso desde el impulso del primer ser humano que en una cueva tuvo la imperiosa necesidad de pintar los animales que necesitaba cazar. El mamífero perpetuado en la roca (el cazador que intentaba darle muerte, las flechas lanzadas, las aves oteando, las abejas alrededor de un recolector, etc.) distaba mucho de reproducir fielmente el que corría fuera. La pieza codiciada en modo alguno se tornaba trasunto exacto, en la precaria línea esbozada por la misma mano que ansiaba convertirla en alimento.
Sin embargo, no cuesta imaginar la emoción de esos ojos contemplando el germen del, convenido luego, arte rupestre. El bisonte, en tanto que aprehendido, en tanto que fijado, en tanto que puesto al alcance de la mano, se torna verdad, pues ha satisfecho el deseo de quien había tomado la decisión de matizarlo huyendo sobre una piedra excavada. Si toda verdad está sujeta al vapuleo constante e imprescindible de la subjetividad, no queda más remedio que inferir que no existe más verdad que la mentira. La mentira es el fundamento, el paso previo, la llama germinal, el brote principiador, la luz primera.
Trabajando, manipulando, esculpiendo, maquillando, experimentando sobre la falsedad, emerge lo verdadero, esto es, la apariencia de lo real, sus aledaños más fieles. El cine halla su verdad en tanto que se sabe máxima consecución del arte de la apariencia. Todo espectador cinematográfico es, en el fondo, un cazador de imágenes que lo ven a él. Más de cien años de mentiras avalan esta trampa de ilusionismos proyectados, aunque nos empeñemos en no querer reconocerla, ahítos de la emboscada de esa fascinación.
De ahí que ensayos sobre la manipulación y la verdad como fantasmagoría maquinada, tan exquisitos e intangibles como MY MEXICAN BRETZEL se antojen como muy necesarios ahora que, definitivamente, la suerte de la sala cinematográfica clásica, esa sagrada caverna litúrgica, parece estar más que echada. El cine indaga en su verdad cuando la mentira de su eternidad ya no tiene rubor alguno en exhibir su certeza. La minuciosa picardía audiovisual conspirada por Nuria Giménez Lorang proclama la vida de la memoria de la imagen. Vida inventada. Inventada, y, en consecuencia, verdad.
La película se presenta ante el espectador como un estilizado y riguroso film de ficción documental, esto es, como un arriesgado dispositivo de imágenes provenientes de un material rodado de forma totalmente amateur, al que, mediante un fecundísimo trabajo de sonido y la osada mediación de unos textos de marcado carácter exhortativo y literario, la realizadora logra dotar de un arrojado tono melodramático, en todo momento insuflado de una pureza cinematográfica y ficcional tan concisas y depuradas como arrebatadoras.
El avance narrativo del film va dando pistas. Los textos son extractos del diario personal de Vivian Barrett, la mujer que aparece, posando, riendo, interpelando a la cámara muchas veces, asumiendo el rol de personaje protagonista del relato. Las imágenes grabadas pertenecen al archivo personal de León, esposo de aquella, el hombre a cuya pericia con la cámara en mano se debe la asombrosa capacidad para la observación fílmica que se desprende de sus posicionamientos, sus encuadres y sus decisiones de una puesta en escena improvisada e intuitiva.
La dialéctica establecida entre imágenes, textos, sonidos y silencio, gracias a la valiente astucia, armonizadora e introspectiva, aplicada por Giménez Lorang, proscribe cualquier atisbo de frialdad depurada, posibilitando que el distanciamiento producido por la ausencia de los elementos clásicos, por el contrario, lo que reclama y convoca es un apasionado aliento subjetivo. De entre la calculada desestructuración de los elementos clásicos que lo constituyen, resucita el género.
La mentira desmenuzada, el (teórico, ojo) veto a la ficción termina empuñando una agónica certeza: la agónica certeza del melodrama cinematográfico. Sirk revive ante nuestras retinas. Sin aspavientos, ni manipulaciones retrospectivas, el autor de IMITACIÓN A LA VIDA parece situarse en calidad de paisaje de fondo definidor, de universo estético y tonal al que suplicar coherencia y rumbo.
El color de la fotografía, los dolorosos giros de guion, el itinerario de afectos no correspondidos, la supremacía del deseo femenino insatisfecho, la virulencia de un romanticismo resquebrajador inoculados con tino, fervor y delicadeza en el devenir de MY MEXICAN BRETZEL hacen de la obra un febril acontecimiento experimental en el que Sirk oficia de mago. La magia del melodrama se desencadena. Hablamos de magia, porque MY MEXICAN BRETZEL tiene truco. Toda ella es falsedad. Una obsesiva chistera. Nuria Giménez Lorang lo tiene muy claro. En el cine nada es verdad, todo es mentira, todo depende del cazador que la mira.