Título original: Lamb
Dirección: Valdimar Jóhannsson
Guion: Sjón Sigurdsson, Valdimar Jóhannsson
Música: Þórarinn Guðnason
Fotografía: Eli Arenson
Reparto: Noomi Rapace, Hilmir Snær Guðnason, Björn Hlynur Haraldsson, Ester Bibi, Ingvar Eggert Sigurdsson
Nota: 6.4
Comentario Crítico:
Lo fabuloso como elemento irrumpido en la cotidianeidad reconocible, lo fantástico asumido como urticaria imprevista de la realidad y no de los sueños. Parece que la modernidad cinematográfica asienta su fascinación no en la febril miscelánea de géneros sino en el inserto calibrado de un hallazgo desconcertante al que someter a una estoica reflexión. Films de tan reciente visión como las fascinantes PETIT MAMAM, de Celine Sciamma, o ¿QÚE VEMOS CUANDO MIRAMOS AL CIELO?, de Alexander Koberidze, son dos magnánimos ejemplos de esta querencia por acometer, desde ese afán inquietador, un análisis no sujeto a certezas absolutas sobre la trastienda de lo que nos rodea cuando nos atrevemos a cuestionarlo, a llevarlo hasta consecuencias no preestablecidas.
A este grupo de films generados desde ese punto de partida implicado en dinamitar las apariencias, convocando para ello la erupción puntual de un magma quimérico pertenece también LAMB, la película de Valdimar Jóhannsson que le está reportando un exitoso recorrido por la mayoría de festivales en los que ha sido programada, entre ellos el máximo galardón del último festival de Sitges.
El film hace una inmersión en el cine fantástico que, como hemos referido en el párrafo anterior, no ejecuta una puesta en escena que advierta al espectador de inmediato de que se halla frente a una propuesta abordador de ese género, sino que organiza con inflexibilidad un entramado dramático adscrito, en principio, al universo de lo reconocible. Estrictamente islandés, pero rigurosamente admisible.
En una solitaria granja islandesa, de súbito, acaece el alumbramiento de una extraña criatura: un bebé cordero que no tarda en ser acogido cual si fuera su propio vástago por el matrimonio que allí habita ocupado en realizar todas las tareas que el mantenimiento de su rebaño exige. LAMB narra las inesperadas consecuencias de esa decisión.
Jóhannsson se apresta a ello apostando por despojar al relato de la más mínima tentación de irrealidad, exprimiendo al máximo la decisión de un metódico acercamiento a la habitualidad de la pareja protagonista sin que el aséptico naturalismo inoculado durante las espléndidas escenas mediante las que es presentada y definida se resquebraje lo más mínimo una vez emerja lo inesperado El arranque del film condiciona con inexpugnabilidad una estricta aspereza mostrativa. La persistencia en ese celo escrupuloso brinda lo mejor de un film que no forja la mejor solución argumental para conducirse hasta el abismo que esa muy atractiva primera parte preconiza.
Esta va revelando no pocos entresijos descriptivos. La prácticamente nula existencia de diálogos entre Maria e Ingvar, el ceñudo silencio que los envuelve dentro y fuera del hogar, la inflexible resignación con la que asumen su proceder laboral, el pasmo ajeno (y quizás también interpelador) que vierte la meticulosa observación lanzada sobre los rostros de las reses desenmascara una suerte de autismo emocional, de infelicidad postergada, de recogimiento adusto irresoluble, de, en definitiva, una condena existencial tan insondable como el solitario enclave geográfico que parece amortiguar esa taciturnidad imperativa. La pareja no muestra intención alguna por aliviar esa extenuación.
Sin embargo, la oportunidad de remontarla acaece de la mano de, ya ha sido anunciado, la irrupción de un elemento sobrenatural. Y como también ha sido referido el realizador islandés se mantiene férreo en todos los postulados exhibidos hasta ese momento en su pétrea puesta en escena. Esta opción obliga a un atractivo esfuerzo a la mirada observadora: deberá asumir la inclusión de esa criatura de clara naturaleza fantástica (la cautela en su mostración es impecable) con la ausencia de desconcierto que tanto el posicionamiento de Jóhannsson como, sobre todo, los protagonistas dentro de la ficción exhiben. En ese momento, LAMB muestra a las claras que uno de los pilares dramáticos que la alientan es constituirse como una disertación muy esquiva sobre la maternidad, sobre las necesidades atávicas que involucra, sobre el desgarro que supone el vacío tras la ansiedad por saciarla.
El problema principal del film lo impone una decisión argumental que es propuesta justo en el momento de la revelación de la sorpresa principal. El guión plantea a esas alturas del film la aparición de un personaje que da al traste con la sugestiva concentración dramática adherida a la observación de la conducta de los dos protagonistas y sus aledaños inmediatos. Se trata del hermano de Ingvar, que llega hasta la granja con unas intenciones jamás bien sugeridas.
Su imposición en la precisa (por escasa) trama ni imprime turbiedad, ni recelo; ni abre expectativas interesantes y las que posibilita (alguna rayana en lo trillado: el interés afectivo por Maria) en ningún momento interactúan con las desarrolladas hasta su emplazamiento. Muy al contrario, las estorba, las debilita, las paraliza. De ahí que su presencia parezca meramente un relleno mediante el que alargar un relato que, acaso, jamás debiera haber tolerado que el súbito núcleo triangular fuera invadido. La patética solución narrativa ideada para que el personaje salga de él así lo parece ratificar. Una auténtica pena, por cuanto la resolución final del conflicto es mayúscula, pero nada puede hacer ya por reparar un error de ingredientes asaz nocivo.
Con todo, LAMB sí acumula los suficientes puntos de interés para que sea aguardada con expectación la próxima cita con su realizador. La concisión, la sugerencia y la lacerante gravedad que sabe concretar en la sorprendente primera parte del film avisa de un creador facultado para desmenuzar atmósferas y generar zozobra desde ese emplazamiento examinador.