Cronica Bigott Teatro Del Arte Copy Copy

Volvía Borja Laudo a la ciudad. Bajo el paraguas de SON Estrella Galicia y en un lugar privilegiado como es el Teatro del Arte, Bigott dio su recital. El sitio le venía como anillo al dedo a un personaje que vive en una eterna interpretación y que derrocha talento por los cuatro costados.  Eso lo sabía un público culpable de colgar el cartel de “No Hay Entradas” y de valorar como realmente se merece uno de los músicos más especiales que tenemos por estos lares.

Ahí estaba él antes de empezar el concierto saludando al respetable, sentándose con ellos, charlando, gritando, diciendo al técnico de sonido que subiese la música de fondo que no se oía y la gente se amuermaba. Bigott en estado puro. Y es que pocos son los que se meten al público en el bolsillo antes de tocar el primer acorde.

En ese ambiente tan distendido se plantó Bigott en el escenario con la única compañía de su guitarra, sus pedales, su ampli y el micrófono. No necesitaba más. Esto era un Bigott al desnudo, quizá impulsado por el afán de protagonismo o por buscar nuevas fórmulas de antaño, lo cierto es que el primer riff empezó a sonar y nadie echó de menos al resto de la banda.

Una introducción instrumental inició el viaje por Nashville, Louisville y Nueva Orleans aderezado con ironía, sarcasmo y humor. La clase y seriedad de Borja al tocar cada canción contrasta con los shows que monta entre tema y tema, como si fueran dos espectáculos en uno. Comenzó acelerado, alternando country y rock & roll donde el culmen del primer acto lo desencadenó She Is My Man, uno de los temas estrellas de Fin reinterpretado con más furia y distorsión de lo habitual. Ese fue uno de las innumerables sorpresas de Bigott en solitario: el juego de pedales daba otra dimensión a las canciones hasta ahora desconocida utilizando reverbs, ecos, saturaciones y efectos. Los gritos y maullidos ya los conocíamos todos.

Hiperventilando llegó Find Romance, contundente hasta tal punto que si no fuese porque todo el mundo estaba sentado podría parecer que estábamos en Roundhouse en 1978. Era el momento de bajar el ritmo para deleitar con su lado más Johnny Cash antes de gatear por el suelo, criticar las dedicatorias y las presentaciones de las canciones en directo ("este tema lo compuse por ahí con estos") y vacilar un rato al público que reía hasta cuando Bigott bebía agua. Comprensible. 

Después de tener a Bonnie & Clyde bailando en nuestra habitación con God is Gay llegaba una de las canciones más esperadas, una versión sutil y descafeinada de Cannibal Dinner donde al público no le quedó más remedio que hacer los coros. Al terminar la canción Bigott confesó que odiaba esa canción y sobre todo sus coros que parecían un cántico de un equipo de fútbol cualquiera. El Atlético Bigott Fútbol Club.

Con un escueto “voy a mear” terminaba el concierto a la espera del bis que no podía ser con otra canción que Dead Mum Walking, alargada y distorsionada como si el espíritu de Bradford Cox le hubiese poseído. 

Ovación cerrada, brazos en alto y sonrisa de oreja a oreja. Bigott lo había vuelto a hacer. Y no es fácil llenar un escenario solo, como no es fácil tener esa personalidad tan marcada y no caer en el ridículo. Pero es que Borja Laudo es otra cosa. Es un artista en mayúsculas.

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