The XX
Coexist
[Young Turks; 2012]
8.3
¿Qué sería poder sentir la volatilidad en uno mismo? Esa posibilidad de ligereza una vez tu interior estalla, atrapado en un sórdido y estuporoso bloqueo ante donde no puedes actuar. La sensación de ahogo donde diversas situaciones tienen un sentido que, en numerosas ocasiones, desconocemos. The XX lo buscan y consiguen confrontar la pesadez del sentir con el fluir de un medio creado en su regreso.
La ley no escrita como reto de un segundo disco se centra en una premisa: o innovas o se comienza a cavar tu tumba. Y ésta en ‘Coexist’, a todas luces, no termina por llegar. Pero sí una gran diferencia con su predecesor como es obviar el intento de atracción a partir de un puñado de canciones que destaquen sobre el resto y que hagan consensuar opiniones, haciendo el cómputo global más compacto y que termina transformándose, a fin de cuentas, en un cambio. No así con su temática, un mismo fondo basado casi de pleno en el amor y relaciones rotas vistas de distintas formas.
Como transformadas en conversaciones donde Oliver y Romy relatan el faltar, el sentir y ahondan en el padecimiento (“Hay mucho de personal, pero me he inspirado más en cosas que le han pasado a otra gente y me he puesto en su lugar”). Quizás todas vengan a decir en gran parte lo mismo, pero si damos la vuelta a las cosas, se vislumbra una historia de desencuentro terrenal: la degradación en una sublime “Tides”, el reencuentro con quién era y que ya no existe (“Sunset”) o la negación de una segunda oportunidad (“Reunion”). Muestras de esa tristeza acrecentadas con la asfixia en que su música llega a encerrar con una cruel e imaginaria libertad que justifica el porqué de ese paisaje sonoro (“Intentamos abstraernos. Nuestra música es una forma de escapar de la realidad”).
En esto Jamie Smith tiene gran parte de culpa. Su coqueteo más que serio con la electrónica hace que moldear el esqueleto sobre el que se sustentan las composiciones parezca frágil al mismo tiempo que rocoso e impenetrable. Si se le puede exigir algo, es un mayor riesgo, ya que sabe cómo alcanzar el culmen en el incesante y progresivo crecimiento con que “Swept Away” se ha tallado. Aún así, no es el único signo de fortaleza que muestra, capaz de vestir una discusión (“…Separate or combine I ask you one last time, Did I hold you too tight? Did I not let enough light in?...”) de tal modo que oculte su trasfondo o que la consagración de la soledad (“Fiction”) adquiera un cariz, paradójicamente, claustrofóbico.
En ese juego de ritmos y sensaciones, la sutileza hipnótica con que “Angels” interioriza crea esa nebulosa que consigue atrapar durante la escucha, guardando tras de sí algo tan importante como las palabras en el cara a cara (“…And with words unspoken a silent devotion, I know you know what I mean…”). El silencio, ese factor incontrolable e inquietante; el prescindir de palabras que ocultan posibles estragos en lo venidero. Hacer uso del mismo tiene significados y aquel corazón que se saltaba un latido, ahora lo realiza de un modo distinto en “Missing”, donde el mismo resuena hasta pararse (“…And now there’s no hope for you and me…”), en un símil a lo que el disco viene a decir: está cargado de rupturas.
“Nos gusta nuestro espacio”, es como justifica Romy su inapetencia por las entrevistas. “Coexist” consigue crear uno propio a compartir donde poder levitar, implosionar y, por momentos, olvidarse de lo que te rodea. Sus directos hacen regresar bruscamente de ese lugar, aunque la intimidad compartida de su obra justifica el interés suscitado en base a una melancolía que no sabremos si será necesaria en futuros trabajos.