ON BODY AND SOUL, de Ildikó Enyedi
Nota: 7
Interesante producción húngara la que ha presentado en la Berlinale la directora Ildikó Enyedi. En ella la realizadora magiar tiene la suficiente capacidad de amarrar la dificultad de un relato que vertebra una compleja relación afectiva entre dos seres sobre los que pesan también no pocas obscuridades. Nos hallamos en un matadero de ganado sito en Budapest; hasta él llega María, la nueva controladora de calidad. La empresa es propiedad de Endre, un hombre mucho mayor que ella que sufre la total parálisis de un brazo, que, de súbito, va a sentir una irrefrenable atracción por María, pese a que ésta no cesa de mostrar un paralizante y aislado comportamiento autista, que la lleva a no mantener ningún tipo interrelación con el resto de compañeros de trabajo. ON BODY AND SOUL viene a narrar el minuciosos proceso de mutuo acercamiento entre dos seres a los que les va a resultar muy difícil saber encauzar la posibilidad de regalarse un amor recíproco.
Lo fundamental en el film, como ya ha sido referido, es la fortaleza escrutadora que sabe dirimir la realizadora a la hora de capturar en toda su honda extrañeza el proceso de enamoramiento que sufren sus dos protagonistas. En ese sentido cabe decir que Enyedi acierta sobremanera al proponer como elemento protagónico la inclusión pormenorizada del espacio en el que se desarrollan la mayor parte de los hechos. El matadero impone una gelidez contemplativa que significa muy bien la dificultad del encaje mutuo que van a ir exponiendo Endre y María. La mirada de los animales, los cuerpos despellejados llamados a despiece, la sangre en el suelo siempre impoluto, la aséptica temperatura ambiente; todo ello contribuye a la idónea escenificación de ese frío respeto represor desde el que parten ambos.
Por oposición, ese espacio salpicado de muerte troceada se enfrenta subjetivamente a unas potentes imágenes de unos ciervos retozando en un bosque nevado, que los dos personajes principales sueñan. Esos animales en el esplendor vivo de su paraíso solitario montañoso constatan la ansiedad apresada que flagela la existencia de quien los fantasea. El film viene a postularse, esencial mente, como una historia de amor a la que distorsiona controladamente la singularidad de los dos protagonistas, sobre todo el de ella. Acaso un poco más de arrojo celador hubiera elevado más el acierto de una obra, en la que cabe destacar las idóneas interpretaciones de los dos actores principales, así como puntuales y efectivos ramalazos de ironía escénica y verbal.
THE DINNER, de Oren Moverman
Nota: 5.5
Tras presentar hace unos años en la Berlinale su debut como largometrajista (THE MESSENGER, un agreste, sólido, incómodo drama militar protagonizado por Ben Foster), podemos convenir que la trayectoria del israelí Oren Overman no ha estado jamás a la altura de aquel notable inicio. Ni RAMPART, ni sobre todo INVISIBLES, han servido para confirmar las expectativas del contundente realizador que parecía augurar. Pues bien, THE DINNER, podría haber sido ese film, esa definitiva confirmación, porque acredita una loable vocación de riesgo, que, por el contrario, le genera la contrapartida del exceso de puntos de interés acumulados en su dramaturgia de partida. Resulta una verdadera lástima asistir a esa falta de depuración de partida, pues, de haberse contado con una relectura que despejara a la obra de sus inmoderado afán convocativo de obstinaciones redundantes, el film se hubiera postulado como una severa radiografía del núcleo familiar, entendido como avispero de cuantiosas laceraciones ocultas, inscritas de puertas hacia adentro.
El film arranca con el cómplice intercambio de pareceres que mantiene un matrimonio a costa de una cena a la que deben acudir. Son Paul y Claire. A él no le apetece nada acudir al restaurante de lujo al que les ha convocado su hermano, Stan, un conocido político en la plenitud de su carrera, y su esposa, Katelyn. Finalmente accede y deciden acudir. Una vez allí la historia comienza a ramificarse por medio de unas imágenes en las que contemplamos a los hijos de las dos parejas, unos años atrás, enzarzados en un paseo nocturno, atravesando calles nevadas, tras salir de una fiesta de adolescentes. Poco a poco, el espectador va a ser informado de que el motivo por el que Stan ha convocado la reunión familiar tiene que ver con un brutal acontecimiento ocurrido durante el paseo que dieron sus hijos, en el que éstos actuaron de fatídicos protagonistas.
Una vez conocido el argumento, resulta compresible que se asevere que el recuerdo de A UN DIOS SALVAJE, de Roman Polanski sea más que evidente. Sin embargo, a THE DINNER le falta la astucia en la puntería que define el trabajo del autor de EL PIANISTA en aquella despiadada pieza de relojería dramática. Al film de Overman, como ya ha quedado dicho, en modo alguno se le puede acusar de complaciente, de académico, de pusilánime, pero sí, a diferencia de la intensiva precisión polanskiana, de disperso, desorientado y, fundamentalmente, excesivamente tolerante con el cambio de punto de vista encauzador del relato. En sus mejores momentos, que no son pocos (el arranque, la llegada del hermano y la cuñada, el arranque de la velada, los flasback de los hijos adolescentes, el enfrentamiento de las dos cuñadas con el político, la discusión entre Paul y su hijo en la entrada del restaurante) siempre magníficamente dialogada (la metralla de aseveraciones y réplicas es torrencial) THE DINNER es mordaz, afilada, intensa y cruelmente exigua de piedad.
Con todo, da la impresión de que el respeto al material brindado por la novela homónima del holandés Herman Koch se le vuelve en contra a Moverman, en lo que se refiere a la purga de controversias emplazadas. La exhibición del numeroso listado de meollos dramáticos apuntados acaba infligiendo el castigo de la rémora aglutinativa y deorientante, por cuanto esos flecos (el ya mencionado sobre el encuadrar al núcleo familiar como génesis de apremios, el peso de la culpa, la responsabilidad frente a determinados hechos, las incertidumbres en la tarea de ser padre, el desquilibrio mental) imposibilitan que cuaje persistentemente la exigible concentración de intensidades que, por ejemplo, si entrega el loable trabajo actoral del reparto. THE DINNER concluye sin remachar postulados, como si no supiera que hacer consigo misma.
T2 TRAINSPOTTING
Nota: 0
Veinte años han distado mucho de no ser nada. En esta ocasión, al menos, han dictado la sentencia de la inoportunidad, del sacrilegio a conciencia. Desde luego quienes temían que T2 TRAINSPOTTING no fuera más que una mera caja registradora encubierta, se las pueden dar de cómodos visionarios. Reconozcámoslo bien pronto, la razón se ha puesto de lado de los que preveían la debacle de intentar la recuperación de un film de culto que no podía tener otra mejor clausura que la profunda admiración de sus cuantiosos veneradores. Para quien esto escribe, que desde luego no se encuentra entre ellos, viene a refrendar la absoluta confirmación de que su director es uno de los más grandes fraudes creativos que ha generado el cine de las dos últimas décadas.
El film, como cabía esperar, recupera la maquinaria instalada en la mítica colectiva, cumpliendo todos y cada uno de los protocolos de las continuaciones pergeñadas a rebujo de un gran éxito de público, que, lógicamente, trata de ser vuelto a conseguir por todos los medios. Esto es, en ningún momento se trata de establecer un entramado argumental, una renovación justificadora, una apuesta relectora del precedente que ungiere de pertinencia el reencuentro con el universo anterior. Antes, muy al contrario, se emplaza un dispositivo narrativo cuya máxima es volver a convocar los peajes prototípicos de aquel, de tal forma que sea menos importante el nuevo meollo generador de la causa que la reutilización de los materiales archisabidos, los guiños preclaros, las citas evidentes, los fulgores desgastados.
En esta ocasión, la excusa de partida es la vuelta a Edimburgo de Renton con la intención de saldar cuentas con su conciencia, devolviendo a Sick Boy y a Spud la parte que les correspondía del motín que acababa birlándoles en el final del film de 1996. A Begbie no, porque está en la cárcel. La escapada de éste de la prisión en la que lleva 20 años cumpliendo condena desencadenará los hechos principales sobre los que bascula esta segunda parte. El reencuentro servirá, por un lado, para que les contemplemos la degrada madurez en la que casi todos se hallan instalados, por otro, para que, lógicamente, se vuelva a alumbrar la consabida nostalgia de unos tiempos pasados en los que la férrea amistad entre todos ellos les motivaba a concebir su existencia como un continuo flirteo con el límite de la resistencia de cada uno de sus respectivos organismos.
Dos son los problemas principales que condenan a T2 TRAINSPOTTING al fracaso más absoluto: uno, la nula consistencia de la urdimbre argumental deparada para la ocasión; dos, la incapacidad de Boyle para saber adaptarse escenográficamente a los nuevos condicionamientos temporales del producto. Con respecto al guión dispuesto sólo cabe decir que es nefasto: ni sabe escudriñar con detenimiento en la decadencia en la que se nos son presentados los personajes, ni sabe concretar un mínimo de consistencia dramática al amparo de ese astroso crepúsculo existencial, ni trata de acotar un discurso que pudiere indagar en la conciencia de saberse todos ellos juguetes rotos, ni tiene la capacidad de imponer algún personaje nuevo dotado de un interés remodelador que arrastrara a ese afán novedoso la inercia del grupo protagonista (la prostituta no tiene entidad más que de pegote humanizador), ni, por supuesto, sabe estimular una narración acumulada de situaciones originales y acontecimientos perfectamente ensamblados, sino que tira pobremente de hilos evocadores, convertidos en minucia refritada.
Por su parte, el realizador no se esfuerza lo más mínimo por tratar de imponer cordura escénica a este compendio de poquedades y de desafueros improvisados. Es más, casi se diría que se une a la fatalidad imperante aferrándose patéticamente a los peores vicios de su desmadrada vacuidad observadora. No resulta de recibo que se le quiera imponer a esta operación basada en el reencuentro de personajes con las circunstancias temporales completamente distintas el mismo dispositivo formal con el que se les encuadró veinte años atrás. Muy pronto nos damos cuenta de que Boyle no está capacitado para la paciencia. Esta nueva cita entre casi cincuentones debiere estar atisbada con un reposo significativo, abundador en ese lacerante paso del tiempo, que el autor de 127 HORAS ni sabe ni trata de acometer. Esta decisión lo que hace es poner en evidencia la dejadez de la operación en lugar de tratar de maquillarla. Los movimientos, los efectos, los posicionamientos de cámara que tanto impactaron hace dos décadas afora quedan convertidos en pacotilla, en remedo, en despojo rememorativo de prescrita solvencia, de dictada nulidad. En resumidas cuentas, TRAINSPOTTING es más inútil que una bolsa de Mercadona para guardar un caldo. Bueno, aún tiene muchísimos más agujeros.