Título original: Trance
Año: 2013
Duración: 101 min.
País: Reino Unido
Director: Danny Boyle
Guión: Joe Ahearne, John Hodge
Música: Rick Smith
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Reparto: James McAvoy, Vincent Cassel, Rosario Dawson, Tuppence Middleton, Danny Sapani, Wahab Sheikh, Lee Nicholas Harris, Ben Cura, Gioacchino Jim Cuffaro, Hamza Jeetooa
Productora: Cloud Eight Films / Film4
Nota: 0.5
Era de esperar. Darle a Danny Boyle un argumento en el que la trampa, la falsa apariencia, el desquicio mental y la continua desestabilización de la linealidad narrativa fueran los soportes estructurantes del ejercicio era como ponerle al Lobo una Caperucita Roja con picardías carmesí y liguero negro… Pues que la pobre mía no se libraba de convertirse en comilona ni aunque la abuela hubiera dado clases de defensa personal con Steven Segal antes de que tuviera coleta.
No nos vamos a engañar. A estas alturas de la historia a nadie podía pillarle desprevenido semejante
prueba de autocomplacencia, énfasis y ofuscación. El autor de la notable TRAINSPOTTING hace ya muchos años que se ha enrocado en esa amalgama de estridente ampulosidad brindando mentiras cinematográficas tan estomagantes y arbitrarias como A LIFE LESS ORDINARY, LA PLAYA, MILLONES, y, sobre todo, ese auténtico fiasco engreído y grosero llamado SLUMDOG MILLIONAIRE.
Por desgracia para los espectadores, el cambio que había podido entreverse en los dos primeros tercios de la aceptable 127 HORAS no puede sino considerarse espejismo humilde dentro de una arbitraria tormenta de patrañas. Los tiempos de la humildad desinhibida y procaz de A TUMBA ABIERTA o de la adecuación de ese pulso nervioso característico a una historia que sí lo exigía medularmente como 28 DÍAS DESPUÉS parece que han quedado definitivamente postergados en el cajón de los recursos sin retorno.
Incesante tanteador de géneros bien distintos entre sí, Boyle pretende con TRANCE inmiscuirse en las aguas siempre deslizantes del thriller psicológico más arrojado. El film traza la contemplación de las vicisitudes que aguardan a Simon, un empleado de una casa de subastas que, de súbito, se ve enrolado en el robo de un cuadro de Goya que está siendo sometido a una atractiva puja en el local. Pronto descubrimos que Simon forma parte del grupo de ladrones que ha intentado hacerse con el codiciado lienzo del pintor aragonés.
El meollo narrativo central queda planteado al recibir aquel un fuerte golpe en la cabeza: la fuerte amnesia posterior le va a causar dolorosas complicaciones, pues debido a ella el protagonista no recuerda el lugar en el que ha escondido el objetivo del plan. El jefe de la banda de ladrones decide entonces obligarlo a que acuda a una hipnoterapeuta para que, mediante unas sesiones de hipnosis, Simon pueda definitivamente lograr que su mente revele el paradero del cuadro.
TRANCE, por lo tanto, trata de fusionar de forma angustiosa, deslizante, visceral y enigmática dos líneas tan jugosas como son, por un lado, el género negro aportado por la trama delictiva explicitada desde el primer momento y, por otro, la aportación oscura, psicologista e incierta del continuo vapuleo a lo dado por irrefutable que inmiscuye en el relato el adentramiento mental impelido por la búsqueda llevada a cabo por la terapeuta. El planteamiento del film, es cierto, es más que atractivo, pues la merma en las facultades recordatorias del protagonista impone un sugerente campo narrativo que, rápidamente, se apoderará del peso más importante del desarrollo del film.
El problema de TRANCE es que no tiene desembrollador idóneo que embrolle bien el embrollo. A Danny Boyle le cuesta muy poco tiempo demostrar que el apetecible caramelo delictivo-mental le viene muy grande a su acreditada inmodestia formal, a su rijoso gusto por la distorsión, el estruendo y el arrebato fuera de lugar. Al británico le gusta más la rimbombancia y la explicitación que la alcachofa a la concursante Maribel de “Masterchef”. Lo que ocurre es que la alcachofa de Boyle es una alcachofa cultivada en un laboratorio de alucinógenos, de ahí que sea una alcachofa con sobredosis de espigas en el corazón, que no sirva para hacer una cremita vegetariana, sino una cremita protectora de la furia solar.
Lo dicho: era de esperar. El alambicado itinerario que impone y precisa el relato, en manos farsantes como las suyas, con celeridad tan previsible como aparatosa, desbarra con premeditación y gusto, literalmente, hacia el terreno de la obsesiva desmesura artificiosa y de la complejidad desorbitada, entendidas, aplicadas éstas como único método desde el que plegarse a los designios nada sencillos imputados por el rocambolesco desarrollo argumental.
El autor de 127 HORAS yerra de forma homicida al no ser capaz de amarrar con su trabajo tras la cámara el peligro de ese desbarre. El festín de movimientos de cámara con ansias de epatación, distorsiones visuales colerizantes y planos subrayativos es digno del Baz Luhrmann más desatado. No sólo eso, es que mediante ese previsible posicionamiento poco amigo de la austeridad y el control lo que consigue es alimentar el tono delirante de una historia ya de por sí compleja hasta límites innecesarios, postizos y, fundamentalmente, inverosímiles.
En ese sentido, solo cabe calificar de bochornoso el último tercio del film. Boyle aliña con fuego un guión encantado de su forzada combustionabilidad. Lo suyo son ganas de gasolina en casa de pirómano en agosto. Aparatosa, degradante, hueca, enfática, patrañera y enrollada sobre su misma exageración, TRANCE fenece ahogada en la desmesura de su prospecto gracias a la impaciencia agitante del boticario que la machaca en el mortero. Es un film que se quiere enmarañado y que por ello concluye convertido en un soberano zarajo psicotrónico. Un ColaCao mental colocadito, colocadito.