HAVE A NICE DAY, de Liu Jian
Nota: 7
Tras recibir muchos galardones y reconocimientos con su anterior PIERCING I, el chino Liu Jian nos entrega su segundo largometraje de animación. HAVE A NICE DAY, seguramente, le vuelva a hacer merecedor de no pocos laureles, puesto que acumula en su interior no pocos logros, todos ellos impelidos por un notorio afán vindicador de uno de los universos más reconocibles del cine contemporáneo: el cine de los hermanos Cohen. Hacia el prolífico magma de estupefacciones, negruras, violencias y majaderías urdidas con paciente meditación irónica de los creadores de MUERTE ENTRE LAS FLORES, se encamina vocacionalmente el cúmulo de vitriólicos entrecruzamientos ambiciosos que depara la historia aquí propuesta.
Atendiendo a un modelo de creación animada deudora del cómic, ejecutado en torno a grises “tableu” en movimiento, distante, por ejemplo, de la actual perfección digital lograda por PIXAR y las productoras punteras norteamericanas, muy atento a una planificación estática de notable raigambre cinematográfica, muy pronto advertimos que el guión emplazado para la ocasión zambulle su adscripción genérica a los modos del cine negro asiático. El film arranca con la escena de un robo en el interior de un coche. Dentro de él, un joven amenaza con un cuchillo a un tipo calvo que le advierte de que no se lleve el dinero de su jefe que lleva dentro de un bolso. Se trata de un millón de yuans. El joven hace caso omiso de la advertencia y culmina su propósito. A partir de ese momento, se va a iniciar una nutrida maraña de persecuciones y hurtos, en los que van a verse involucrados no pocos personajes, todos ellos movidos por el impetuoso afán de quedarse con el dinero del bolso. Entre ellos, claro está, el mafioso a quien pertenece la jugosa recolecta monetaria, que, decidirá hacer entrar en juego a un resolutivo esbirro carnicero.
Como ya ha quedado referido, el máximo punto de interés del film lo propone la evidente intencionalidad de homenajear desde el género del cine de animación al corpus fundamental y genuino que han sabido concretar (y convertir en referencia indudable) los autores de FARGO. Cabe decir que semejante maquinación está estimulada de modo tan meditado y respetuoso como atractivo, puesto que la apropiación no sólo pasa por el formato de dibujos animados, sino también viene condicionada por la traslación espacial a una pequeña ciudad del sur de China. El realizador tiene la habilidad de que la narración fluya con nitidez, pese a los constantes cambios de puntos de vista de la acción y a la prolija dispersión de ubicuidades convocada, sabiendo sacar partido máximo a una efectiva pincelación de caracteres y a la paciente escrutación que sobre ellos ejerce la notable disposición de unos diálogos nada ligeros, muy cuidados.
HAVE A NICE DAY, en definitiva, trasciende su condición de curiosidad animada para deparar una más que solvente cinta de cine negro, astutamente empapada de humor de ese mismo color. Nos hallamos frente a una ácida y divertida mordaz fábula moral en la viene a sancionarse la codicia como uno de los apetitos de interior más característicos del ser humano.
ANA, MON AMOUR, de Calin Peter Netzer
Nota: 8.8
Otra descorazonada lección de análisis dramático la que Calin Peter Netzer ha vuelto a traer a la Berlinale, certamen en el que ya se alzó con el Oso de Oro hace cuatro años con la magnífica MADRE E HIJO. EN ella, el rumano se revelaba como un sagaz e impenitente acorralador de la encrucijada de tormentos a los que se veían sometidos sus personajes, de modo especial la inolvidable protagonista femenina, a la que prestaba alma, voluntad, miedo y capacidad de actuación una arrolladora Luminita Gheorghiu. En esta ocasión, Peter Netzer vuelve a implicar esa severa capacidad indagante, pero en lugar de trazar un inmisericorde panorama sociológico sobre el denigrante estado de corrupción en el que se halla sumido su país, lo que persigue es sacar a la luz determinadas pautas de comportamiento sociales, amparadas en la ancestral dependencia del estamento religioso, que dan explícita cuenta de un buen número de tabús y represiones instalados en la médula de esa sociedad.
El film nos presenta a una pareja de jóvenes que acaban de conocerse. Son universitarios. Ambos disfrutan conversando sobre filosofía. Ella sufre un brote de ansiedad y le ruega que no la deje sola en la estancia en la que están. A continuación, cuando el achaque ha concluido ambos dan rienda suelta física al goce mutuo de haberse encontrado. Nos damos de bruces, pues, con el germen de una relación amorosa; la que integra a Toma y a Ana. A continuación, se nos propone un importante salto temporal explicitado por el cambio de peinado de él, en el que volvemos a asistir a otro episodio de pánico experimentado por ella en plena calle. Luego de esta escena, quien aparece situado en un diván de espaldas a un psicoanalista algunos años más adelante es Toma. No será el último de los desplazamientos temporales. ANA, MON AMOUR, forja su estructura dramática incomodando la mirada del espectador proponiendo una continua urdimbre de idas y venidas cronológicas, que, obviamente van a ir refiriendo la historia de la relación entre ambos personajes.
Esta desconcertante y enriquecedora disposición narrativa en modo alguno es injustificada. El eje articulador de ese relato tambaleante, no lineal, abrupto, es la voz aturdida, acaso enferma de pasión extinta de Toma. La narración adopta la necesidad urgente y desordenada de un paciente exponiendo sus recuerdos en el gabinete de un psicólogo. De ahí, pues, los continuos quiebros al orden temporal. El sujeto emplazador del punto de vista es un individuo confuso, que intenta poner en orden su herida estabilidad emocional por causa de la historia de amor con su esposa. Además, esa no linealidad, ese estallido de la nitidez expositiva viene también a refrendar la importancia que la enfermedad de Ana ha tenido en el desarrollo de esa relación. La mutua dependencia hecha añicos queda, así, significada de modo incisivo, cual si a la misma narración le doliese lo que está contando o necesitara mostrarse ajada, llena de alfileres, acopiada de vidrios en el suelo.
Además, tal y como ocurriera en MADRE E HIJO, la mirada crudamente realista que Peter Netzen ejecuta sobre la situación encuadrada permite una reflexión que trasciende el mero seguimiento a los vaivenes de la trama central. La extrema y trasegada vigilancia sobre Toma y Ana va describiendo un hondo y perturbador trasfondo social, en el que queda perfectamente reflejado el peso del núcleo familiar en la sociedad contemporánea, significado éste como un instrumento represor, que actúa al servicio de las instancias religiosas imperantes, aún, de modo lóbregamente intenso. Las continuas referencias al clero, las visitas a él (magnífica, vitriólica, digna del Buñuel más combativo, la confesión de Toma: la verborrea vertiginosa del cura, la petición de él de cambiar de sitio pues se le han dormido los pies, etc.), la exposición de determinados elementos tabú aún imperantes (el veto a revelaciones peligrosas) terminan conformando un paisaje de fondo, una opacidad ambiental que, de alguna forma, influye, pesa, acaba dictando sentencia ante el deseo de la pareja de aislarse de los lazos familiares.
ANA, MON AMOUR, en definitiva, concluye definiéndose como una radiografía de la dependencia generada en toda relación, de los lazos invisibles y resbaladizos inherentes a la emergencia del sentimiento amoroso, del precio que se paga cuando aquellos ceden al peso insufrible del desamor. Ana y Toma asientan la suya en torno a la atormentada dolencia de ella. Toma se muestra como su más fiero alivio. En el momento en el que ella, tras muchos avatares médicos, logra superar ese flagelo en su salud, en su entereza, Ana evolucionará a un nuevo posicionamiento vital, que, por el contrario, desestabilizará su relación afectuosa con Toma, al cambiar de raíz el sedimento desde el que fue generada la torrencial querencia de juventud universitaria. Peter Netzen ha vuelto a hacer otro gran film. Su solidez no se resquebraja. Un realizador capaz de dos títulos tan rotundos y disímiles entre sí como los dos últimos de su trayectoria es un creador cinematográfico al que cabe ya encumbrar dentro del panorama de los más distinguidos del cine europeo.