Nos acercamos al teatro español, para ver el último trabajo de la compañía Animalario, el Montaplatos dirijida por Andrés Lima.
«Ben y Gus son dos asesinos a sueldo que permanecen encerrados en la habitación lúgubre de un sótano a la espera de las órdenes de la organización para la que trabajan. Mientras, comienzan a recibir absurdos encargos de comidas a través de un montacargas»
A simple vista, la sinopsis del espectáculo no nos da mucha información, no necesitamos más, esa es toda la historia. Una historia que ya desde un comienzo parece absurda, dos asesinos a sueldo preparando comidas para colocar en un montacargas que no saben a dónde va. Una hora y cuarto llena de conversaciones vacías sobre el fútbol, las noticias de la prensa, discusiones lingüísticas y de silencios.
Pero hay que asomarse más allá de la propia historia, para ver lo que realmente nos quiere transmitir Pinter. Dos hombres que esperan sin rechistar su trabajo, que obedecen a pies juntillas las órdenes de su superior, sin preguntas, sin plantearse porque hacen eso, asumiendo su sueldo y su modo de vida. A los protagonistas comienzan a llegarles pedidos absurdos a través del montacargas y Ben (el jefe) ni se plantea por un instante la posibilidad de desobedecer y no enviar nada, así que, registran sus bolsas de viaje y despachan su propia comida. La espera mientras llega su siguiente trabajo, hace que Gus comience a preguntarse qué hacen allí encerrados, que les reporta su trabajo...en definitiva comienza a dudar, aunque Ben lo evita, es feliz en su vida rutinaria y de obediencia, hasta el punto de estallar gritando "¡Puta libertad!", arrancando una carcajada entre los espectadores que rápidamente se convierte en reflexión.
Pinter también realiza una crítica muy sutil a la sociedad de consumismo en la que vivimos a través de la complejidad de los platos que se van pidiendo, cada vez más exquisitos y sofisticados y que exige cada vez más a Ben y Gus para satisfacer las peticiones.
En palabras del director, Andrés Lima, la obra es una llamada a la rebeldía: «nos ponemos al servicio de alguien o algo que define el mundo como una guerra continua entre los seres que lo habitan mientras ellos piden platos combinados y nosotros en nuestra tontería no entendemos qué significa. Es muy simple, se están poniendo morados, comen a nuestra costa y además les pagamos por ello. Pero nuestra tontería también es nuestra responsabilidad. Abre los ojos y mira a quién tienes enfrente. A tu lado. En tu habitación».
La puesta en escena del espectáculo es realmente original. Tanto el escenario como las butacas están cubiertos con bolsas de plástico negras. En escena reina la simplicidad, dos pequeñas camas y dos puertas. Los espectadores están distribuidos a dos bandas, ideal para un montaje donde se proponen a unos personajes enfrentados con dos puntos de vista opuestos. El trabajo de iluminación es igualmente interesante, intercalándose la iluminación cenital con focos laterales, distribuidos debajo de las gradas, siempre buscando una sensación lúgubre, de semioscuridad, que se completa con una fina neblina. La luz va evolucionando durante toda la pieza, desde la oscuridad total del comienzo, hasta la máxima intensidad del final.
Oscuridad y silencio, así es el comienzo que consigue que entres de lleno en la situación en la que se encuentran los protagonistas. Cuando se atisba algo de luz, los actores poco a poco van moviéndose sobre sus respectivas camas, algo que sabemos por el crujir de los muelles, pues a ellos aun no los podemos distinguir. A continuación, es Ben quien se coloca una pequeña linterna en la frente dejándonos ver sus movimientos, y dirigiendo nuestras miradas con los giros de su cabeza, aún en silencio. Estos primeros minutos de silencio y penumbra junto con los movimientos toscos y miedosos de Ben y Gus crean entre los espectadores un ambiente frío y tenso que, a mi parecer, fue sublime.
En esta producción, Alberto San Juan (Ben) y Guillermo Toledo (Gus) se sumergen en una de las primeras obras, y quizás la más cercana a la estructura del teatro absurdo, de Harold Pinter. Y lo hacen con una interpretación muy trabajada, jugando con cada frase, avanzando sobre el texto con calma, transmitiendo sensaciones en cada silencio y en cada palabra, buscando que el espectador pueda entrar en la piel de los personajes y notar, una vez acabado el espectáculo, que la comedia no lo era tanto.
"El Montaplatos" continuará en escena hasta el próximo 11 de Marzo en la sala 2 de las Naves del Español, dentro del centro Matadero-Madrid.