Salvajes Cartel

Título: Savages

Año 2012

Duración 130 min.

País USA

Director Oliver Stone

Guión Shane Salerno, Don Winslow, Oliver Stone (Novela: Don Winslow)

Música  Adam Peters

Fotografía Daniel Mindel

Reparto Taylor Kitsch, Blake Lively, John Travolta, Salma Hayek, Aaron Johnson, Emile Hirsch, Benicio Del Toro, Joel David Moore, Trevor Donovan, Mía Maestro, Demián Bichir, Diego Cataño, Gonzalo Menéndez, Alexander Wraith, Jonathan Patrick Moore, Antonio Jaramillo, Aaron Kunitz, Jake McLaughlin, Matt Riedy, Joaquín Cosío, Sandra Echeverría

Productora Ixtlan / Onda Entertainment / Relativity Media

Valoración 4

Hace ya mucho tiempo que Oliver Stone ha decidido no salir de su propia cárcel. Desde la formidable GIRO AL INFIERNO (1997), el otrora venerado cineasta no ha hecho otra cosa más que instalarse en la inercia de una estridente aparatosidad,  que se ha encargado de diluir el recuerdo de los tiempos mejores de, por ejemplo, PLATOON (1986). 

El polémico director norteamericano se ha convertido en el ruido iracundamente inaudible de una cáscara sin nueces. De ahí que la fiereza que pretende increpe lo mismo que el corazón de un donut alucinógeno. El autor de NACIDO EL 4 DE JULIO ha caído en la trampa del furioso a toda costa: la de creerse la precisión de su propio cólera y hacer de éste un objetivo a perseguir.

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SALVAJES, hay que reconocerlo, esto se nota muy pronto, parte con vocación de enderezamiento.  La decadencia del estadounidense había alcanzado sus cotas más bajas de la mano de dos estruendosas naderías tituladas WORLD TRADE CENTER (2006) y WAL STREET 2: EL DINERO NUNCA DUERME. Las primeras secuencias de SALVAJES inducen a pensar en que el autor de JFK se ha tomado en serio la tarea de refundarse o, cuanto menos, de reivindicar algunos de los mejores pasajes de su trayectoria. Las imágenes de apertura, por ejemplo, hacen prever que el film no va a ser tan domesticadamente insustancial como lo fue la segunda parte de WALL STREET: grabadas con un vídeo o un móvil, la violencia frontal que enuncian permite que se adelante la temática vengativa sobre la que va a girar buena parte del largometraje.

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Basada en una novela del gran Don Wislow, SALVAJES empieza con la presentación de un curioso triángulo amoroso  formado por Ben, Chon y la rubia O. Chon es un exmilitar  al que su pasado reciente en un conflicto bélico le ha pasado la factura de un carácter temperamental, furioso, herido. Ben, por su parte, es un budista pacífico y bienintencionado que tiene enormes conocimientos de botánica. O es la bella mujer que comparte la vida con ellos dos haciendo que la convivencia entre los tres sea una recompensa que todos necesitan. Lo curioso del caso es la forma que tienen ganarse la vida de la forma holgada en la que lo hacen. 

Los tres viven de los conocimientos de botánica de Ben aplicados al cultivo de una excelente maría  que cotiza muy alto en el mercado. Todo parece transcurrir de forma plácida en Laguna Beach hasta que advierten la amenaza de un cartel de la droga sito en la Baja California. Comandado por la inflexible Elena, esta poderosa factoría no ve con buenos ojos el éxito comercial del trío y decide tomar carta brutal en el asunto.

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El problema principal del film es que Oliver Stone no presta el tratamiento necesario para que la adaptación cinematográfica sepa estar a la altura de las enormes posibilidades prestadas por el original escrito por Wislow. La incontenible propensión al exceso del creador de ASESINOS NATOS no parece ni mucho menos idónea para dar cabida cómoda a la tensa complejidad de la novela.  Un guión ya repleto de situaciones límite no cabe en una observación en la que no se gradúa convenientemente la magnitud de una puesta en escena muy poco amiga de escatimar los excesos y las florituras ornamentales a destiempo marca de la casa.

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As í pues, SALVAJES pierde la mayor parte de su fuelle por esa notoria impertinencia con la que está administrada por el realizador. Es una obra empeñada en demostrar que es tensísima, incandescente, impulsiva, demoniaca, inmisericorde y, consecuentemente, dada la obsesión por acreditar tan gran cúmulo de vehemencias encarnizadas, cae en lo granguiñolesco, en lo exagerado, en lo ridículo. Ralentizaciones, imágenes capturadas por ordenador, efectismos digitales, aceleramientos, truculencias en primer plano, esteticismos embellecedores…. Stone no repara en bisutería escenográfica para intentar colar por oro lo que no es más que chabacano oropel de entretiempo. 

SALVAJES es mucho más inofensiva de lo que parece. Su fogosidad es anodina. Si no es mayor la debacle es porque el plantel actoral se emplea a fondo en la tarea de sostener el yerro director de Stone. Si éste, por ejemplo, tras la cámara, hubiera impuesto la misma capacidad de contención y de irónica sutilidad con la que una formidable Salma Hayek resuelve el papel de la líder mafiosa, la película sería notabilísima. Lo mismo cabe decir de Del Toro, de Travolta y de los tres jóvenes intérpretes que incorporan a los tres protagonistas. Todos ellos prestan un aplomo, una precisión y un saber estar dentro del plano que no ha dispuesto quien se ha encargarlo de construirlos. SALVAJES hubiera necesitado la bregada puntería de Michael Mann (HEAT, COLATERAL) para ser apurada hasta el máximo. En su lugar, le ha tocado en mala suerte el estruendoso desatino de uno de los más grandilocuentes realizadores del cine norteamericano. Una pena, porque la historia no merece ese varapalo confeccinador.

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