Cronica Bon Iver Madrid 2012

“No se preocupen tanto del adorno exterior… sino de adornar interiormente el corazón con la belleza inalterable de un espíritu apacible” Pedro, 3:3

Fácilmente con estas palabras podría haber comenzado su recital, aunque si indagamos estamos ante la posibilidad de encontrarnos con un arma de doble filo. Bon Iver reunió, hizo creer y lo consiguió del modo en que sus invitadas nos adelantaron la realidad: “los que no los hayáis visto antes, vais a alucinar”.

La majestuosidad preside en estos actos y si hasta un temido recinto se mantiene estoico ante las adversidades, solo queda esperar a lo que el gran pastor viene a decirnos envuelto en una escenografía de esas en la que una vez te involucras, salir no se baraja como opción. Da gusto ver que como tú, hay feligreses alrededor que aguardan en silencio, respetan y dejan escuchar; aunque el día que la absurda moda de grabar directos en dispositivos móviles termine, todos y cada uno de nosotros podremos disfrutar en pleno de lo que nos ha congregado.

Quienes nos advirtieron de lo que nos esperaba cumplieron con creces y sin florituras el papel asignado de amenizar y presentar a quienes realmente se llevarían las alabanzas de la noche. The Staves tiraron de encanto y simpatía –habría quien se convenciera de su oferta en el merchandising- para acallar a más de uno, liberando esas canciones desnudas al son de la guitarra (‘Tongue Behind my Teeth’, ‘Mexico’ o ‘Winter Trees’) que venían a defender sin nada que perder pero arrancando una más que merecida ovación final, siempre con la idea clara que de lo que se hablaría estos días sería de la ceremonia que muchos estábamos a punto de presenciar.

Y no es que fuera un hecho atemporal, pero es irrefutable el impacto que causa el saltar al escenario y sin dejar tiempo para asimilar el marco donde se encuentran postrados, los acordes de ‘Perth’ hacen sucumbir sin necesidad de preparar los instrumentos. Todo estaba listo de antemano y posiblemente, el efecto hipnótico encontrado fue mayor del previsto pese a difuminarse en las primeras estrofas de ‘Minnesota, WI’ donde los inoportunos fallos del directo toman su minuto de gloria como en ‘Woods’, muestra de la sencillez en la soledad del escenario bajo un halo luminoso que inundó por completo el inesperado lugar de peregrinación. Quizás hemos de hacer referencia a la frase con que coronamos para entender porqué Vernon se mantuvo apaciguado ante ello y es que tenía claro que la hermosura a la que nos estaba sometiendo no se vería ensombrecida. ‘Michicant’ o ‘Wash’ solo fueron dos muestras donde el empaque perfecto de su maravillosa y particular orquesta llegaba al punto álgido del intimismo propuesto ante una posterior grandiosidad que, por momentos, transmitía temores por donde otros ya han pasado.

La sombra fantasmagórica de la megalomanía rozó ‘Skinny Love’ y casi dio de pleno en la despedida con ‘For Emma’, dos canciones dolientes que de modo inesperado fueron felizmente coreadas a viva voz, aunque la explicación era el mando que dirigía Justin Vernon; la lectura de querer romper con su triste pasado de un modo sutil y cuidadoso con la capacidad de sumergirnos en una vorágine emotiva (‘Holocene’, ‘Hinnom, TX’) y sonora como capaz de noquear como lo consiguieron ‘Creature Fear’ o más aún, ‘Blood Bank’, donde los juegos de luces hicieron engrandecer más si cabe la explosión de sonido rock apabullante con que la aplastante afirmación de las hermanas de Watford ya había tomado un cariz completamente certero.

Si hubiera tenido que elegir, ‘Flume’ o ‘Blindsided’ debería haber estado presente en detrimento de ‘Beth/Rest’. Si me dan a elegir de nuevo, simplemente las habría sumado. Pero como no elegimos, sólo nos queda de lo que responderse al haber asistido en un símil de aquello que hizo retumbar a petición en ‘The Wolves (Act I and II)’: ¿Qué me podría haber perdido? Sin duda alguna un evento sublime, impactante e inolvidable donde el que ya creyera reafirmará su fe y el que no lo hiciera, tiene motivos para comenzar su peregrinaje solo a la espera de que el ya de por sí cuidado y perfectamente ambientado exterior no disturbe ese angelical interior con el que ha sabido llevarnos a la apoteosis con su buena nueva. Bendito seas.

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