Título original No tengas miedo
Año 2011
Duración 90 min.
País España
Director Montxo Armendáriz
Guión Montxo Armendáriz, María Laura Gargarella
Música Varios
Fotografía Alex Catalán
Reparto Michelle Jenner, Lluís Homar, Belén Rueda, Nuria Gago, Rubén Ochandiano, Cristina Plazas, Javier Pereira, Irantzu Erro, Ainhoa Quintana, Irene Cervantes, Maider Salas
Productora Oria Films
Valoración 8
Sin duda alguna, la trayectoria cinematográfica de Montxo Armendáriz se constituye como una de las más sólidas de entre todas las que siguen logrando mantenerse en pie en nuestra cinematografía. No ha sido el navarro un cineasta proclive a rodar de forma continuada. Lo ha hecho meditando muy bien cada uno de sus proyectos, sin prisas. Desde que debutara en el terreno del largometraje en el año 1984, ocho son las ficciones que nos ha brindado. Ninguna de ellas es menospreciable. Todo lo contrario. Armendáriz, muy pronto, dio con una particular efectividad autoral que le ha permitido ir solucionando con sensible brillantez todos y cada uno de los entuertos narrativos en los que ha ido inmiscuyéndose. Personalmente, creo que su nitidez expositiva lo hace codearse con lo mejor de la cinematografía europea. Sólo mencionar Tasio, 27 horas, Las cartas de Alou, Historias del Kronen y, sobre todo, las soberbias Secretos del corazón y Obaba basta para avalar esta última aseveración.
Ahora, además, su último estreno lo acredita como un auténtico investigador fílmico. No Tengas Miedo, así se titula, es, quizás, su obra más arriesgada. El autor de Silencio Roto demuestra una lúcida solvencia realizativa, corajudamente pertrechada de una concentradísima modernidad contemplativa en la tarea de atrapar el devastado universo subjetivo del elemento central del ejercicio. La película funciona vertebrándose en torno al seguimiento de un dolor callado, profundo y abatidor. En torno a un crimen de lenta y abusiva magnitud. No Tengas Miedo mira, de frente, siempre y respetuosamente, a un ser humillado dentro del ámbito en el que debiere estar salvaguardada la dignidad de todo ser humano. El film supone una meditada aproximación a ese tabú repugnante que constituyen los abusos a menores en el interior de una familia. El terror de quien mal te quiere instituido como normalidad tan maltratadora como oculta.
Así pues, No Tengas Miedo nos habla de Silvia y de los nauseabundos excesos que le toca soportar por parte de su padre. Desde el primer momento, Armendáriz exhibe claramente cual va a ser la metodología que va a ser impuesta para que la observación de esta suciedad no caiga en la superficialidad más degradante y explícita. Un largo plano de inicio nos describe un paseo de la Silvia niña de la mano de sus padres. El plano sigue sólo a su rostro. El de los mayores queda descartado. La duración del encuadre llama la atención. La expresión de la niña deja fuera de él todo lo que ella observa. Ésta elección escenográfica es toda una declaración de principios. No Tengas Miedo irá hilvanando la exposición de todos los hechos atendiendo siempre a esa mirada protagonista.
La mirada de Silvia, por lo tanto, ejercerá de esencial punto de vista organizador de todo el cúmulo de acontecimientos narrados. Organizador en cuanto que se convierte en la única plataforma que Armendáriz se facilita a sí mismo para indagar en la historia exterior y en el universo dañado interno. Su apego a ella es tan escrupuloso como continuado. De este modo quedará patente su estupefacción, su malestar, su silencio, su sometimiento, sus angustiosas intentonas por escapar de ese cauto infierno de atrocidades insano-afectivas, sin que se haga mediar elemento explicativo alguno. Por eso es evitada en la escena de apertura la identificación total de los padres. Entre el espectador y la desventura de la joven no se imbrica mediación alguna. Los ojos de Silvia actúan de guía dentro de esta ruta por la penumbra interior de su golpeada indefensión.
El film, pues, se aferra a la conducta de su protagonista. De esta forma se atiende mucho más a la progresiva mostración de sus sutiles reacciones. A Armendáriz no le interesa para nada hurgar en la aviesa patología que manifiesta el padre, sino estar atento a los efectos que su acecho provoca en la víctima. Se evita así un posible reduccionismo perverso del retrato que va emergiendo del padre, puesto que esa ausencia de explicación viene impuesta por los interrogantes que acumula la parálisis y el estupor del personaje central. Éste no maneja –ni puede manejar- las claves que pudieren explicar el comportamiento paterno. Nos hallamos ante un conflicto en el que una de las partes actúa y la otra calla. El realizador se apresta a ser testigo de esa batalla indagando en el espesor cruento y cotidiano que inflige el silencio dentro del hogar.
Estremece el pudor que dirime Armendáriz en esta oscura historia llena de puertas con cristales opacos y de inmutables acatamientos no dichos. El realizador se muestra muy inflexible en el pudor escénico que acumula plano a plano. Los serenos reencuadres con los que exhibe las conversaciones entre padre, madre e hija son una magnífica muestra de ese opresivo distanciamiento que logra. No hay un solo atisbo de morbo y sí rumor atormentado de palpitaciones angustiadas en la más inclemente soledad. En contraposición a la quietud que desprende su milimétrico trabajo de interiores, por el contrario, llama poderosamente la atención la prontitud y el nerviosismo con el que se intenta aprehender la desorientación que Silvia evidencia fuera de su casa. El director se sitúa junto a ella prestándole una escucha que el personaje no posee dentro de la historia.
A semejante diligencia contribuye la soberbia implicación de Michelle Jenner, la actriz que incorpora el papel de la Silvia más adulta. Su trabajo es un portento de valentía, de contención y de riesgo. Armendáriz halla en su completísima aportación el perfecto cómplice mediante el que atrapar la zozobra del personaje. Verla caminar, esconderse, correr al baño más próximo, tocar el violoncelo, huir, evitar un encuentro, e implorar con la mirada una explicación que jamás recibe se convierte en la acumulación de expresividades que su personaje necesita para expresar el interrogante crucial que la fractura.
Atenta, pulcra, dura y esperanzadora, No Tengas Miedo se revela como un furioso ejercicio cargado de vidriosa sujeción. Armendáriz ha vuelto a dar en la diana. Quienes le admiramos no podemos más que congratularnos por ello. A él le sobra el respeto por el espectador que a la mayoría de sus colegas les falta.