Título original: La sombra de la ley
Año: 2018
Duración: 126 min.
País: España
Dirección: Dani de la Torre
Guion: Patxi Amezcua
Música: Manuel Riveiro, Xavier Font
Fotografía: Josu Inchaustegui
Reparto: Luis Tosar, Michelle Jenner, Vicente Romero, Ernesto Alterio, Paco Tous, Manolo Solo, Jaime Lorente, Pep Tosar, Fernando Cayo, William Miller, Adriana Torrebejano, Xosé Barato, Ricardo de Barreiro, José Manuel Poga, Elías Pelayo, Paula del Río, Albert Pérez
Productora: Coproducción España-Francia; Vaca Films / Atresmedia Cine / Movistar+ / Televisión de Galicia (TVG)
Nota: 5.2
No se le pueden negar ambiciones a LA SOMBRA DE LA LEY, porque las posee. Tampoco, que esa prolija acumulación de nítidos anhelos acabe confirmándose como su insalvable escollo. Tal provisión de ambiciones se antoja poco depurada; por lo tanto, magullada de demasía. Más, a veces, es menos. El segundo largometraje de Dani de la Torre es un claro ejemplo de exceso intencional lastrador, por cuanto las notorias valías que atesora quedan deslucidas, amortiguadas, depreciadas por causa de estar al servicio de una aspiración global vitaminada con una suerte de megalomanía contraproducente. Sí, es cierto, no son pocas las veces que desde la crítica especializada se postula y reclama riesgo creativo. En sí misma esta potencialidad es digna de elogio. Pero la osadía debe sustraerse siempre a los protocolos de la pertinencia. El principal defecto de LA SOMBRA DE LA LEY es que el acopio de planes narrativos no confluyen en un objetivo común, sino que se abandonan a esa merma de vislumbre que es la dispersión.
El film apuesta con nobleza por salir airoso de una estimulante osadía: demostrar que nuestra cinematografía puede asumir el reto de un thriller gansteril clásico, esto es, apostar por el género negro, adoptando como claro referente el modo con el que el cine norteamericano ha sabido engrandecerlo desde los años treinta y cuarenta. A tal efecto solo cabe que calificar como de muy jugosa la idea de trasladar la acción central a la convulsa Barcelona del año 1921. Situar los vaivenes de la trama en ese concreto ámbito geográfico y temporal facilita la adscripción de los personajes al género que se pretende reivindicar. La capital catalana, en esa época, vivía unos meses social y políticamente agitadísimos. Como consecuencia de ese clima exacerbado, las calles rezumaban conflicto, agresividad, revueltas e incerteza.
Dentro de ese magma proclive a la pendencia y a la traición se inmiscuye el film. LA SOMBRA DE LA LEY comienza con un sangriento asalto a un tren cargado de armas del ejercito español, que son usurpadas por quienes han cometido la masacre de soldados que les prestaban custodia. Este hecho motivará la llegada a Barcelona de un policía que se integrará en una unidad de asuntos internos, a la que los mandos le obligan a esclarecer el robo con urgente premura, pues se teme que las armas puedan acabar en manos de los anarquistas. La investigación de estos cuatro hombres cataliza la acción del film y sirve de eje introductor a toda una pléyade de personajes, casi todos ellos miserables y corruptos, caracterizados por mantener en secreto oscuras intenciones que van a ir complejizando el devenir de los acontecimientos.
De la Torre vuelve a demostrar que, tras la cámara, se postula como un realizador facultado para salir indemne del reto escenográfico impuesto. El empaque estético del film es tan exigente como logrado. Sus primeros compases (el prólogo ferroviario, el largo movimiento de cámara con el que se nos introduce en la sala de fiestas comandada por el villano de la función, la escena en la que se escenifica el primer encuentro de Anibal Uriarte con los que van a ser sus compañeros de indagación) permiten albergar la esperanza de que la arriesgada mixtura de cine gansteril transportado hasta nuestras coordenadas históricas pasadas pueda concretarse de modo atractivo. Sin embargo, esto no ocurre. LA SOMBRA DE LA LEY anhela ostentosamente esa catalogación, pero el abuso de subtramas y justificaciones historicistas la abocan a quedarse reducida en estilizada imitación, en aparatosidad enmarañada. El itinerario que va desde el impactante y milimétrico plano secuencia rematado en número musical que visualiza el inicio de las pesquisas del grupo investigador al insatisfactorio, confuso y atolondrado tiroteo que tiene lugar allí mismo, casi al cierre del film, da una idea del cisco narrativo que De la Torre no sabe esclarecer.
Corrupción política, conflictividad social, denuncias feministas, asechanza militar, descomposición en los estamentos del poder, desunión en las filas obreras… el listado de preocupaciones narrativas da una idea del exagerado y descompensador número de puntos de interés con el que parece justificar el film su validez genérica. Ese afán de contextualización histórica se da de bruces con la intrahistoria adjudicada a los personajes del film, obligándolos a convertirse en meras pinceladas dramáticas, en peones de una acción que los arrastra a un torrente de posicionamientos, pocas veces explicado con el detenimiento requerido. De resultas, el film ve zaheridos la rutilancia, el tesón y el desparpajo que había exhibido al principio.