Dirección: Manuel Gómez Pereira
Nota: 0
Tanatorio cinematográfico absoluto, UN FUNERAL DE LOCOS huele a muerto desde su mismísimo arranque. Nada en este vodevil con fiambre vasco y pésames psicotrópicos es capaz de exhalar el más mínimo atisbo de vida fílmica. Todo rezuma momificación de ataúd de generación carbono sin catorce. De esta grimosa resurrección de la peor comedia española renegarían hasta el fardahuevos de ligar de Andrés Pajares y el pezón genuflexo de Fernando Esteso. Un despropósito que necesitaría butaca con desfibrilador. De paro cardiaco y ruegue de boca a boca con mascarilla.
El retorno al largometraje de Manuel Gómez Pereira viene a constatar que los tiempos en los que su estimable intentona de poner al día un género, la citada comedia española, tan ozoresmente degradada en los setenta y los ochenta, distan de la sensibilidad con las que había logrado perfeccionar su apropiación. UN FUNERAL DE LOCOS, por desgracia, se halla en las antípodas de la versátil, sagaz elegancia exhibida en dos obras tan estimables como EL AMOR PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD o COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA.
Por contra, su última producción parece empecinada en regodearse en los atropellamientos y en las tópicas andanadas celtibéricas de SALSA ROSA, BOCA A BOCA o TODOS LOS HOMBRES SOIS IGUALES. Ni la mínima bocanada de espíritu contemporaneizador que voluntariosamente anidaba en estas emerge en esta zafia acumulación de humor negro sin papel higiénico y con la cadena para tirar de ella atascada. Hedor que no descansa en paz, por tanto.
Y es que poco podría esperarse del remake hispano de una película británica, UN FUNERAL DE MUERTE de Frank Oz (2007), que ya tuvo repetición de sepelio norteamericano, interpretado por ese actor para prácticas forenses llamado Chris Rock, MUERTE EN UN FUNERAL de Neil LaBute (2010), escrita por Dean Craig, también guionista de la primera. Digamos que ya nos conocemos muy bien cuál es ( y con quién se acuesta) el muerto de este entierro. Si el único esfuerzo realizado por intentar una excusa que validara este retorno al histérico hogar con "corpore sepulto" en el comedor y familia digna de pasar a peor vida es trasladar la acción a un casoplón vascongado... apaga, vámonos y al muerto que lo incinere un chiste verde nabo de Karlos Arguiñano.
Una puesta en escena que parece calculada para dar extremaunción a todos los vivos murientes de una función con menos gracia que un nicho por estrenar, una dirección que no alcanza el nivel de episodio de serial televisivo sepultado en el fondo del cajón proyectos no aptos ni para recicle, un ritmo embalsamado, ahíto de líquido céfalo-raquídeo, unos actores mayores bajo mínimos, unos mínimos tocando fondo, otros que no lo han sido nunca pidiendo que les tiren malvas para soplar por la raíz y el culo del pobre Gorka Etxea deseando que le hagan la prueba del espejo, al espectador no le queda otra más que descansar en paz... Y acompañar en el ametrallamiento a los que han sido capaces de organizar este adiós último que lo que tenía que haber hecho primero es buscarse el cementerio serio de Mecano.