Juan De Los Muertos Cartel 1

 

Título Original Juan de los Muertos (Juan of the Dead)

Año 2011

Duración 94 min.

País Cuba

Director Alejandro Brugués

Guión Alejandro Brugués

Música Sergio Valdés

Fotografía Carles Gusi

Reparto Alexis Díaz de Villegas, Jorge Molina, Andrea Duro, Andros Perugorría, Jazz Vilá, Eliecer Ramírez, Antonio Dechent, Blanca Rosa Blanco, Elsa Camp, Luis Alberto García, Susana Pous

Productora Coproducción Cuba-España

Valoración 6

Ha llegado a nuestras pantallas, desde la otra orilla del Atlántico, una muy poco disimulada broma cinematográfica que está convirtiéndose en todo un acontecimiento de primer orden. Sobre todo en Latinoamérica.

Se trata de JUAN DE LOS MUERTOS, del cineasta cubano Alejandro Brugués. Y hablamos de ella calificándola como producto cocido con mucha voluntad de cachondeo, pues, genérica y argumentalmente, el asunto tiene caribeña y terrorífica miga. Preparémonos para un brebaje sólo apto para paladares con excedentes de valentía: un mojito leucocito con azúcar de caña que incluye el machete de cortarla en la plantación.

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JUAN DE LOS MUERTOS narra, ni más ni menos, que una virulenta odisea zombi, toda ella inscrita en el muy reconocible marco espacial de la ciudad de La Habana de nuestros días. Esto es, lo que Brugués nos propone es un curioso garrapiñado sanguinolento, en el que confluyen el Malecón y los mordiscos caníbales, las sucias, desmanteladas callejuelas de la vieja urbe y un ejército de muertos vivientes con más ganas de hincarle el diente al prójimo que de bailar salsa con él.

El muy modesto film cubano parte, por lo tanto, de uno de los lugares comunes –más problemáticos- que caracteriza al cine contemporáneo: la mezcla disparatada de géneros, en la que la verosimilitud interna del producto es mucho menos importante que el impacto que se quiere infligir al espectador.

La voluntad irredenta, ocurrente, descocada del autor,  manifiestamente esgrimida como estrambótica declaración de principios. El “todo vale” o el “de todo un poco” como coartada máxima de una operación creativa en la que el respeto a una cierta tradición queda despreciado.

Claro está, hay que tener mucho talento para que el previsible caos escénico no reviente la fragilidad de la osada mixtura. Brugués acredita una fiera valentía que, sin embargo, no le vasta para sostener, siempre, la debacle.  Resulta imposible estar a la altura de tan desvergonzado planteamiento, de ahí que sólo la intentona haya que reconocérsela. Y mucho.
JUAN DE LOS MUERTOS narra, como ha quedado dicho, la irrupción de una epidemia zombi,  que azota a la población de la capital de Cuba. El virulento entramado argumental lo protagonizará un humilde ciudadano que, con la ayuda de un variopinto grupo de allegados, intentará sacar partido a su desesperado intento de sobrevivir a la situación.

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Con muchísima diferencia, lo mejor del film es la formidable idea que subyace bajo tan disparatado punto de partida: el socarrón, inmisericorde, decepcionado y ajustadísimo paralelismo que se establece entre la mísera realidad cubana y el cadavérico universo humano que convoca la historia central. Cuesta muy poco advertir el mensaje.

Donde mejor funciona JUAN DE LOS MUERTOS es en este nivel simbólico: el profundo pesimismo que expresa esa masa de gente condenada a comerse viva por causa de una cotidianeidad gris, monótona, estupefacta, roída, sustentada sobre una mentira que ya no da para nada más que el despiece  colectivo de las carnes, los órganos y los cuerpos.

Brugués no escatima descaro al emplazar la geografía desvencijada, ruinosa y aislada de La Habana del presente. La vieja ciudad parece autopromocionarse como escenario ideal de una concentración de muertos arrastrados por el asfalto crujido y roto de la desidia oficial: esto es, la teórica excepcionalidad de la exageración ficcionada que se narra  dista bien poco de la ominosa situación cotidiana padecida por la población real.

Son continuas la exclamaciones de los personajes en las que se verbaliza esta similitud, este flagrante parecido. Resulta demoledora la escena en la que tras la salida del edificio, uno de los protagonistas, tras contemplar el panorama zómbico, exclame que no ve apenas diferencia entre el paisaje humano de cualquier otro día.

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Por lo demás, el film nunca esconde su delirante condición de astracanada divertida. Ésa es su valía, pero también su irremediable desgracia. El guion, sobre todo durante la segunda mitad del metraje,   condena su intensidad y su gracejo a una innegable cuesta abajo, dentro de una excesivamente repetitiva y desnortada concatenación de escenas,  en la que la simbiosis entre el terror y la comedia no origina la gracia que se persigue.

Es una lástima porque tanto el arranque como buena parte de su desarrollo central nos deja tres o cuatro secuencias espléndidas como la que ocupa el prólogo (con los dos protagonistas en la balso) o como la que describe la ayuda letal que éstos dos prestan a una anciana que requiere socorro para su marido.

Por lo tanto, permisiva en exceso con el desmadre reincidente, cansino y deslavazado, sí,  crítica, valiente, simbólica y mortíferamente real,  también.

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