Título [REC] (AKA REC)
Año 2007
Duración 97 min.
País España
Director Jaume Balagueró, Paco Plaza
Guión Jaume Balagueró, Paco Plaza, Luiso Berdejo
Música
Fotografía Pablo Rosso
Reparto Manuela Velasco, Ferrán Terraza, Jorge Serrano, Pablo Rosso, David Vert, Vicente Gil, Martha Carbonell, Carlos Vicente, María Teresa Ortega, Manuel Bronchud, Claudia Font, Carlos Lasarte
Productora Filmax
Valoración 7.5
Hace unos cinco años, una insólita de cine de terror español vino a consternar los cimientos del género de terror cinematográfico. El enorme atractivo que acumulaba [REC.] lo sostenía la originalidad de su proposición. Dos jóvenes realizadores pusieron mucho empeño por intentar la confección de un producto de características escasamente trilladas, impactante y suscitador de reflexiones nada baladíes. El film, así además lo han refrendador las leyes del paso del tiempo, supuso un brillante “tour de force” realizativo.
Hablar de “tras la cámara” en este filme supone evidenciar prácticamente la totalidad del resorte visual que le da sentido. Una cámara es su omnipresente protagonista. [REC.] consiste, de principio a fin, en lo que esa cámara incorporada como único punto de vista se apresta a recoger, a grabar, a enfocar.
Sin preámbulo alguno, la película inicia su andadura convocando al espectador a la grabación de un reportaje televisivo. Éste tiene como objetivo la convivencia laboral nocturna de una unidad de reporteros (el cámara y la periodista) con una brigada del grupo de bomberos de Barcelona. Desde el primer plano queda ya establecido el campo visual al que vamos a ser invitados: todo aquel que la voluntad o la intención periodística de la locutora protagonista nos presenta e introduce.
La película se articula formalmente con esa impronta de material televisivo rodado sobre la marcha, ajustado a lo que el albur de los esperables acontecimientos puedan deparar, sin abandonar jamás el posicionamiento mostrador de la cámara en mano del técnico emplazado a dar la cobertura.
De hecho, este personaje presente durante todo el metraje jamás es visto. La invocación hacia él es constante, pero su presencia corpórea se nos es escatimada. Ésta es la gran paradoja-hallazgo que da verdadero fuste al ejercicio cinematográfico: [REC.] se reduce a lo que el ojo de un personaje invisible es capaz de contemplar.
Su intensidad se irá tensionando según ese ojo agredido por una realidad inesperada vaya adaptándose a las circunstancias que lo asaltan; esto es, el film dibuja un itinerario progresivamente exaltado, que va desde que la mirada que lo posibilita es una mirada controladora, que impone su voluntad, hasta que pasa a verse sometida a la voraz magnitud de los acontecimientos que van acaeciendo. Desde el simple cumplimiento del mandato profesional hasta la mismísima lucha por la propia supervivencia.
Jaume Balagueró y Paco Plaza sometieron toda su labor a conseguir trasladar a la pantalla cinematográfica ese efecto de (teórica) filmación de lo real, del que alardea este tipología de formato audiovisual. Su destreza, a tal efecto, hay que reconocer que es lapidaria. La puesta en escena que disponen se pliega a esa intencionalidad presuntamente veraz. [REC.] destila siempre esa aureola de simultaneidad que persigue y la origina.
Más allá de la naturaleza terrorífica de los acaecimientos que de pronto trastocarán furibundamente los planes establecidos, lo que concluye convirtiéndose en el auténtico elemento perturbador del filme es la violentación medular que se hace del material filmado, al convertirse éste, por imperativo real, en testigo sobrepasado de esa urgente, sincrónica captación de lo que en el interior del edificio está sucediendo.
Más allá de lo imprevisto, lo azaroso, lo incontrolable, el pánico emerge porque lo inquietante se inscribe en el dispositivo avalador de lo real que es la cámara grabando en directo. El terror fílmico surge de forma espontánea, sin estar sujeto a la ficción clásica: todo existe, porque allí está el ojo que todo lo ve. La pesadilla que se exhibe ante los ojos desguarnecidos del espectador no es tal, porque la delimita la disposición incontrastable de una retransmisión.
La presencia constante de la figura de la locutora televisiva adquiere un valor doble del todo primordial. De un lado, se apresta a ser la figura introductoria del documento audiovisual que se pretende grabar. Ella es quien nos informa del plan establecido, quien interpela al público a que la acompañe en calidad de testigo. Y, por otro, quizás el más importante y deslumbrador del film, a ser, dadas las características del filme, la portadora, dentro de él, de la propia experiencia sensitiva del espectador atento a la pantalla.
En las primeras escenas Ángela es, ante la cámara, una reportera televisiva ejerciendo su tarea en el interior de las instalaciones que albergan a los bomberos. En esos momentos el film y el reportaje televisivo son uno; los planos grabados por el técnico son el contenido de ambos.
Posteriormente, Balagueró y Plaza insertan algunos planos en los que la protagonista se dirige a la cámara para conversar con su compañero sobre cuestiones relacionadas con el reportaje. Éstos son fundamentales: ya no pertenecen al ámbito de la emisión en sí misma, sino que lo hacen al del material grabado. Ángela abandona su rol mediático, y comienza a tomar cuerpo su entidad fílmica. [REC.], ahí, desmantela su sincronía con el programa de televisión.
A partir de ese momento su obcecación narrativa no es tanto la captación de unos hechos que están por suceder, sino la propia experiencia de esa unidad allí destacada. Ángela queda caracterizada como personaje inmerso en una narración, que ella origina al margen del objetivo profesional que la ha convocado.
Su involucración en la historia devendrá en autentico trasunto de la tensión espectadora del público ubicado en la sala, pues su caracterización como personaje la irá conformando no una imposible descripción de carácter psicológico, sino la angustiosa progresión de sus propias reacciones: del aburrimiento ante la ausencia de sucesos reclamadores de la unidad de bomberos pasamos a la excitación por el advenimiento de la alerta precisada; y de la inquietud ante el cariz repulsivo que sobreviene con la irrupción de la vecina posesa, al pánico por saberse atrapada en un reducto de apestados del que no puede salir.
Sólo al final la utilización de la cámara dejará de prestar su servicio al mandato testimonial... cuando su cometido ya no sea el de aparato grabador de un documento audiovisual único y, por causa de la urgencia rabiosa del horror conocido, el foco de su luz (impresionante hallazgo) se apresure a convertirse en el único instrumento con el que salvaguardar la propia vida.
[REC.] pues, se configuró como una magnífica sorpresa tanto por lo aventurado e inaudito de su naturaleza conceptual como por la sobresaliente tarea realizativa de sus dos autores. Su labor tras la cámara es tan aterradoramente perfecta como la odisea depredadora en la que se ven inmersos los protagonistas. Rigor, coherencia y pericia tras la cámara se aunaron en un osado experimento de terror, calculado hasta el más mínimo detalle y pergeñado con una malévola solvencia escénica.
La captación de la locura colectiva, del enclaustramiento aterrador y del furor apestante conmocionó nuestras retinas sin piedad alguna. ¿La realidad engendra pesadillas? ¿El universo catódico desvela monstruos? ¿El discurso televiso está infectado? La respuesta, en el último piso. Quien tenga valor que vuelva y suba. Eso sí, que se sepa que hubo quien subió y ya no volvió a bajar.