Título original Mientras duermes (Sleep Tight)
Año 2011
Duración 107 min.
País España
Guión Alberto Marini
Música Lucas Vidal
Fotografía Pablo Rosso
Reparto Luis Tosar, Marta Etura, Alberto San Juan, Petra Martínez, Carlos Lasarte, Pep Tosar, Amparo Fernández, Oriol Genís, Iris Almeida
Productora Filmax
Valoración 8
La maldad en estado consciente ha sido, desde siempre, un material narrativo suculentamente atractivo para cualquier creador. El cine contemporáneo ha dado buena cuenta de ello. Un par de films estrenados en la primera mitad de los noventa cocinaron implacable perversión “vuelta y vuelta”, dando pábulo a que esta semicruda inquietud dejara de ser un simple adyacente aterrador, propio del género. La conducta anómala no era, en ambos, un mero accidente descriptivo de un personaje terrorífico, sino que se convertía en el elemento ambiental más poderoso de toda la narración. La malevolencia, inscrita además en un envoltorio no fantástico, desvelaba su lado más calculador al ser adscrita a una mente tan inicua como brillante. Talento e infamia, de la mano, rumbo a la fascinación de quien las contemplara.
La influencia irresistible de dos trallazos tan magníficos como EL SILENCIO DE LOS CORDEROS (Jonathan Demme, 1991) y SEVEN (David Fincher, 1995) ha hecho que multitud de creadores hurgaran en el atractivo indudable que presta el mal, observada su meditada calma expansiva como germen de conductas morbosamente atractivas al espectador. Con el “Manual para psicópatas prójimos”, que ha ido dictando el comportamiento de esta camarilla de eficaces villanos inmutables, parece que ha sido estimulada la particular ponzoña de Cesar, el execrablemente magnético protagonista de MIENTRAS DUERMES.
La película viene conducida por, dentro de nuestra cinematografía, una de las miradas más expertas en esto del miedo y su concreción atrayente. Jaume Balagueró, co-autor de la saga REC, pergeña con asombrosa capacidad de observación la que hasta el momento es su mejor obra. Pese a volver a incidir geográficamente en los interiores poco amables de una finca de vecinos (jugosa referencia a sus dos films anteriores, codirigidos con Paco Plaza), en esta ocasión el objetivo central no es la narración de unas truculencias con enigma diabólico de por medio. MIENTRAS DUERMES se concentra en la contemplación serena de un portero de finca, que bien podría ser el ideal empleado de mantenimiento de una pensión regentada por el mismísimo satán.
El film persigue adhesivamente la estela enfermiza de un ser, que, como respuesta a su propia incapacidad para lograr la felicidad, se emplea maquinalmente a sabotear la de quien la manifiesta. Cesar es un perturbado, atento y perspicaz, con mucha depravación corroyéndole la cortesía, las buenas formas, la eficacia intachable en la actividad de su lugar de trabajo. A la sosegada disposición de su anomalía, el director le concede la máxima preferencia intencional. La película se vuelca por completo en la observación de las inauditas reacciones, que no será capaz de reprimir este cruel improcedente, poseedor de las llaves de la casa de quien es objeto de esa malquerencia.
MIENTRAS DUERMES cocina su insultante notabilidad en el pormenorizado afán descriptivo mediante el que está concebida y también ejecutada. La cámara de Balagueró asume la naturaleza constantemente avizor que impone un sujeto en alerta permanente como es Cesar. El realizador dirime sobre él la misma vigilancia que el emplea para conseguir el fin deseado a sus ladinos, crueles, ocultos propósitos. A tal efecto cabe adjudicar la decisión de situar en primer término, durante el tramo inicial del largometraje, una presentación de todos los personajes –Cesar y los vecinos de la finca- que se diría propia de un film costumbrista, muy alejado del giro inquietante posterior.
La luminosidad, la inclusión de detalles bien reconocibles como los transistores, la música, las acciones propias de las primeras horas de la mañana, incluso las desaprobaciones del anciano quejica, abundan en esta dirección. Sólo la escena de apertura (en la que vemos a Cesar levantarse de la cama de la vecina) y la primera conversación con la madre en el hospital, pueden apercibirnos de que la apariencia dista mucho de emparentarse con la realidad. Este segmento naturalista sirve para que el espectador asimile la aparente rutina laboral –y existencial- en la que se halla inmersa la vida de Cesar: de cómo éste se sabe al dedillo las vidas de quienes permanecen ajenos al trance de su impenetrable, torcida expectación.
Ahora bien, una vez queda revelada la magnitud de la perversión protagonista, Balagueró se pliega por completo a la voraz escrutación del maquiavelismo que denota el comportamiento de Cesar. Y lo hace pegándose a su itinerario intramuros, sin permitir jamás que la función se le descolle por el terreno de la excentricidad sanguinolenta o la escenificación monstruosa de un brutal indomable, convencido de su atravesada actividad. Lo mejor que cabe de decir de la labor del realizador es que está a la altura del merodeo sibilino al que se verá obligado Cesar para conseguir su impune salvaguarda. Balagueró impone con sorpresiva soltura un acercamiento “hitchcockniano” a la persecución del portero, consiguiendo salir más que airoso de un par de secuencias antológicas (las dos en las que se halla presente el novio de Clara), haciendo además que el espectador comulgue con la capacidad para solucionar imprevistos que acredita Cesar.
Claro está, semejante acorralamiento escrutador no acaudalaría ni la furibunda templanza, ni la perturbada cordialidad urdidora que exhibe en todo momento Cesar, si no estuvieren esculpidas por la naturalidad pérfida que Luis Tossar sabe respirarle a la criatura de la portería. El actor de CELDA 211 hace cubitos con el aliento del espectador y luego los acaricia con un picador de hielo. Lame con los ojos la atención de quien se la presta. Un guión que no renuncia a complicarse la inercia más de lo que otro libreto hubiera consentido, y la sabiduría de un director, que está a la altura de las constantes dificultades que sortear, hacen el resto. MIENTRAS DUERMES o la formidable sorpresa de un auténtico zarpazo fílmico. Esta fábula del inmoral guardián de las llaves felices tiene hechuras de clásico artesanal. Haníbal Lecter debe estar temblando. Le ha salido carcelero capaz de mirarle a los ojos.