Título original: American Hustle
Año: 2013
Duración:138 min.
País: Estados Unidos
Director: David O. Russell
Guión: Eric Singer, David O. Russell
Música: Danny Elfman
Fotografía: Linus Sandgren
Reparto: Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Jeremy Renner, Louis C.K., Michael Peña, Jack Huston, Alessandro Nivola, Shea Whigham, Paul Herman, Elisabeth Röhm, Saïd Taghmaoui, Adrián Martínez, Robert De Niro
Productora:ColumbiaPictures /AnnapurnaPictures / Atlas Entertainment
Nota: 3
Parece que a David O. Russell se le ha acabado el chollo: LA GRAN ESTAFA AMERICANA viene a desenmascarar con saña la concienzuda capacidad para el fraude cinematográfico bien remunerado que comenzó a evidenciar en su insatisfactoria EL LADO BUENO DE LAS COSAS. Esta última, en sí misma, acumulaba las mejores formas de un narrador nada despreciable y los vicios excesivamente permisivos de un obsesionado con la lima de asperezas y el agrado al máximo común espectador. Su último film convoca, además, uno nuevo: el engreimiento de quien pretende la brillantez a toda costa y, en el fondo, no está más que añadiendo vigilancia al apabullante envoltorio tras el que esconder la más cómoda de las simplezas.
LA GRAN ESTAFA AMERICANA urde su premeditadísima jactancia sobre un argumento que, al igual que EL LOBO DE WALL STREET, tiene un sustrato real acaecido durante la reciente historia estadounidense. Sin embargo, más allá de la diferencia de décadas en la que ambas transcurren y de la de obvios objetivos narrativos que ocupan a sus distintos realizadores, ambas películas difieren entre sí en el punto de vista desde el cual éstos dos emplazan su modo de acometer el hecho histórico referido.
EL LOBO DE NUEVA YORK parte desde un texto autobiográfico y hace gala durante todo momento de la frontal exhibición de esa primera persona que gobierna, ordena y subjetiviza todo el devenir de acontecimientos. LA GRAN ESTAFA AMERICANA, por su parte, principia en un guión original que, descaradamente, va modificando el punto de vista de la narración, pretendiendo complejizar un meollo narrativo central, en esencia, pacato, alicorto y simplón. La firmeza de Scorsese en la tarea de amarrar, escudriñar y exponer la bárbara acumulación de contravenciones que trufan su relato, en Russell, se convierte en mimo oportuno para con el objetivo de que no sucumba la reiterada ligereza del conjunto.
La película viene a ser una aproximación a los hechos acaecidos en torno ala denominada OperaciónAbscam, una trama policial pergeñada por un agente del FBI, cuyas dos piezas principales era una pareja de estafadores a los que aquel había detenido. El agente los obligó, a cambio de la exención de todos sus cargos y su libertad, a fingir que eran los representantes de un jeque árabe para que picaran en el anzuelo una buena lista de mafiosos y políticos.
Antes de que el film de inicio, sin embargo, ya se nos advierte también que los hechos narrados no se corresponden fidelísimamente a los hechos acontecidos. De alguna manera, esta mínima frase pone sobre aviso acerca de las intenciones de su autor. Russell huye de la crónica, de la indagación histórica. Su interés no es el de, por ejemplo, Ben Affleck en su interesante ARGO. Muy pronto, además, comprobamos como la escenificación de los conflictos amorosos que atañen a la pareja protagonista se va a convertir en piedra angular de los intereses dela narración. Estaacumulación de puntos de mira no tarda nada en poner en evidencia la suntuosa tierra de nadie escénica que el mismo director exige, avala y maquina en su propuesta.
No podemos decir, por lo tanto, que LA GRAN ESTAFA AMERICANA sea un film errado. Nos hallamos frente al resultado perfecto de un cálculo: el que pergeña un creador capaz de manipular a conveniencia la autenticidad de una obra que únicamente busca no enlodazarse en incomodidad alguna. De ahí que el yerro no haya que atribuírselo a la entereza del film, sino a la asombrosa habilidad de Russell para abolir la más mínima tentación de indagar en las aristas, en los apuntes, en las posibilidades de un ejercicio que tiene la desfachatada virtud de sortear admirablemente la hondura que reclama. LA GRAN ESTAFA AMERICANA es envoltorio de la nada cuando podría haber sido envoltorio de joyel.
La última obra del creador de TRES REYES amaga con ser un fiero zarpazo fílmico, pero se conforma con darle con su guante de boxeo a una voluta de humo. Ni vale como recreación histórica profunda de unos hechos reales, ni vale como evocación del gran cine policiaco hecho durante la época en la que transcurren los hechos (causa dolor pensar en lo que podría haber hecho Lumet con este material), ni vale como aproximación irónica a un material muy adscrito a un determinado género (al estilo de los Cohen), ni, por supuesto, tiene arrestos suficientes para apostar por el conflicto dramático en el que se ven embarcados los protagonistas.
El film convoca multitud de ingredientes escénicos, pero el resultado es desaborido, insulso, reiterativo y molestamente cauto. Lejos de poseer la cautela del osado, tiene la cautela del melindre o del aparentador de un peligro inexistente. Las alharacas de undiseño de producciónformidable, aunque matarile en el apartado del tratamiento capilar del reparto masculino (Bradley Cooper, literalmente, parece su propio testículo), apenas sí pueden hacer nada ante el poco fuste contra el que acaba sucumbiendo la propuesta.
Al desarrollo argumental le pesa un entramado delictivo rayano en lo grotesco (creación del jeque, conversación en árabe con el mafioso, etc.) y un continuo cambio de intereses narrativos impuestos a capricho de un guión que, de esta forma, trata de aparentar lo que no es. El oneroso desequilibrio interpretativo contribuye también a poner de manifiesto esas carencias: la siempre estupenda Amy Adams, inmutándose lo justo, pasa por encima de un Christian Bale demasiado constreñido a su caracterización física y de un Bradley Cooper imposible, negado, blando e insustancial.
En definitiva, ganará muchos Oscar, pero LA GRAN ESTAFA AMERICANA no engaña a nadie: no pasa de billete mal fotocopiado para la estampita del timo que supone su contemplación.