Título original: Boyhood
Año: 2014
Duración: 166 min.
País: Estados Unidos
Director: Richard Linklater
Guión: Richard Linklater
Música: Varios
Fotografía: Lee Daniel, Shane Kelly
Reparto: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Jordan Howard, Lorelei Linklater, Tamara Jolaine, Tyler Strother, Evie Thompson, Tess Allen, Megan Devine, Fernando Lara, Elijah Smith, Steven Chester Prince, Bonnie Cross, Libby Villari, Marco Perella, Jamie Howard, Andrew Villarreal, Shane Graham, Ryan Power, Sharee Fowler
Productora: IFC
Nota: 9
Tras concluir magistralmente su famosa trilogía con ANTES DEL ANOCHECER, Richard Linklater vuelve a depararnos un ejercicio en el que la experiencia del paso del tiempo –apremiante, modificador, inaprehensible e inexorable a la evidencia física de su progresiva justicia- se postula como el elemento principal de la propuesta. De alguna forma, BOYHOOD viene a ser la concreción en una sola película de la experiencia que supone ver seguidas las tres partes de la famosa terna protagonizada por Julie Delpy e Ethan Hawke.
La idea ha sido ardua de producción pero, por fin, podemos decir que ha sido estrenada una apasionante, insondable y milagrosa experiencia fílmica: Linklater decidió hace más de una década plantarle cara al tiempo tratando de aprehenderlo, de asaltarlo, de arrestarlo mediante las esposas de sus planos. BOYHOOD es el resultado de esa orden y captura. El espectador asiste en todo momento a una tan delicada como inclemente redada creativa. Una batida de captaciones cargada de una serena postulación autoral consistente en circunscribir la tarea de cineasta a la de rescatador de una conciencia obcecada con la imagen pulcra, inmediata, cauta y persistente.
BOYHOOD comenzó su andadura en el verano del 2002 y vio concluido su rodaje en octubre de 2013. La causa de semejante tardanza no la ha ocasionado ningún vaivén económico, ni humano, sino que es consecuente con la idea motriz que la ha generado; esa con la que, libremente, ha sido concebida: ni más ni menos que la posibilidad de rodar una película en la que el envejecimiento de los personajes estuviera encarnado por los mismos actores sin necesidad de maquillaje o cambio de rostro alguno. El espectador asiste a un paso de tiempo encuadrado realmente por unos rostros que han sufrido el mismo azote temporal que los personajes.
La singularidad del proyecto podría tildarse de meramente extracinematográfica o de artificiosamente caprichosa. Sin embargo, la incombustible falsa, penetrable transparencia con la que Linklater sabe solventar siempre el entuerto narrativo que tiene entre manos causa que esto no ocurra, colaborando a que la idea central del film quede definida con deslizante nitidez. El meollo argumental de BOYHOOD lo provoca el seguimiento a un niño de cinco años al que avistaremos hasta que cumpla los dieciocho. Lógicamente, la agilidad narrativa se verá obligada a mediar suculentos y numerosos saltos temporales. En éstos, la película cuaja uno de sus muchos encantos.
El film indaga en el paso de la infancia a la adolescencia de su personaje central. Sin embargo, uno de los aciertos de Linklater es no colocar a Mason como omnipresente y tiránico elemento a observar y desarrollar. Su protagonismo es evidente, pero el realizador tolera que la asombrosa experiencia envejecedora se extienda a personajes como la hermana, el padre o la madre. De esta forma, se convierten en elementos muy condicionadores de la mirada aportada por Mason detalles como la personalidad de su hermana, como el hecho de que los padres ya desde el inicio del film estén separados, o como la falta de tino emocional de la madre para conseguir pareja.
BOYHOOD resulta ser una curiosa experiencia espectadora que se mueve con comodidad dentro de ese dilema continuo que constituye las inesperadas elipsis temporales y la sencillez de entramado narrativo que sirve de soporte al experimento, y que va ganando en solidez conforme va avanzando la edad del protagonista. La unidad temporal del film la constituye la tajante mediación de los inesperados saltos temporales. La decisión de Linklater de no subrayarlos ni anunciarlos, sino de hacerlos irrumpir mediante la constatación de que de un plano a otro el personaje ha crecido se postula como el hallazgo escénico mediante el cual se consigue trasladar al espectador la punzada del tiempo inscrito y fugado en pantalla. El tiempo está y se escapa dentro de ella. El instante detenido ejecuta su inmanencia en el instante mismo de su desaparición.
Linklater soluciona con naturalidad la dificultad que supone estructurar el guión mediante segmentos biográficos urdidos unidireccionalmente. Los distintos personajes secundarios aparecen y desaparecen según el periplo vital al que debe someterse Mason. Pese a que el film pareciere estar contado por una voz rememorativa en primera persona, sin tentaciones melodramáticas estilizadas, ateniéndose narrativamente a contar las pinceladas vitales más importantes de una vida, esto no ocurre nunca, porque esa narración subjetiva se sitúa en las antípodas de la intención generatriz.
El punto de vista organizador del relato no lo gestiona ninguna voz desde dentro, sino una inasible, aleatoria y pertinaz voluntad exterior, ni más ni menos que la esencia del arte cinematográfico: el apetito de la cámara por atrapar el tiempo ficticio que se representa delante de él y, pese a ello, hacerlo pasar por real. La imposible levedad de la simulación de lo real alcanza en BOYHOOD un grado de precisión que casi se diría lograda con liviana plenitud.
La depuración escenográfica con la que el realizador acomete la tarea de concretarla es asombrosamente efectiva: la sencillez mostrativa se antoja continente perfecto en el que cultivar la insólita, cercana, reconocible y sibilina maraña de pequeñas progresiones dramáticas de las que vamos a ser testigos. Apuntes como la evolución en el modo de replicar al padre, como la desaparición de personajes importantes en momentos puntuales (las parejas -y familiares de estos – de la madre), como la paulatina pérdida de importancia de la hermana (reflejo del propio crecimiento de ambos: unión en la infancia, vidas desparejas en la adolescencia) o como la utilización de determinados objetos (las fotografías, el coche, etc.) adquieren una preponderancia más ingrávida, értil y alumbrante que lírica.
Queda cercenado el menor atisbo de nostalgia. Las imágenes van transpirando el incierto dolor de todo tiempo que ya ha dejado de ser. El guión del film, pese a su plácida apariencia, propone un agrio y tupido mapa de acontecimientos ajenos a toda causalidad. Las secuencias jamás se justifican una a otra, sino que se suman, se acumulan, se alimentan de lo escamoteado, se irrigan oscuramente de fracturas inexplicadas. Campa el principio de la emergencia de lo espontáneo retenido. Todo es un puro avance con destino al duro aprendizaje de vivir y a la captura de esos momentos que van conformando la consciencia del ser viviente.
De ese estallido tenue de imprevisiones, callejones con salida incierta, recovecos existenciales atajados, complicidades hechas sentir cual roce de piel querida y hondas ligerezas combatidas en silencio, obtenemos un film furtivamente sensible y latentemente profético, que salva sin aspavientos el riesgo de la carga teóricamente telefílmica de su propuesta, abismado de rendijas por las que se cuela una confidencial extrañeza observativa.
El manjar permite, además, un itinerario ajeno al paseo biográfico mostrado a golpe de sustanciales elecciones momentáneas exhibidas: el gran lapso temporal de su gestación permite ser testigo del propio aprendizaje realizador de Linklater; el paso del metraje abunda en la su propia madurez artística: el empleo de planos largos de acompañamiento, marca de la casa, alcanza su grado de máxima exquisitez con el que cierra el film. Mason en el desierto comprendiendo que la vida no es una sucesión de instantes elegidos, sino una sucesión de instantes que te elijen a ti. BOYHOOD, o el milagro de Lázaro según Linklater. El cineasta le dijo a su cámara: “Levántate y mira”.