Título original: Tomorrowland
Año: 2015
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Director: Brad Bird
Guión: Damon Lindelof, Brad Bird, Jeff Jensen
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Claudio Miranda
Reparto: Britt Robertson, George Clooney, Hugh Laurie, Raffey Cassidy, Judy Greer, Kathryn Hahn, Lochlyn Munro, Chris Bauer, Tim McGraw, Paul McGillion, Raiden Integra
Productora: Coproducción EEUU-España; Walt Disney Pictures / A113 / Babieka
Nota: 4.5
Lamentablemente las enormes expectativas creadas en torno a TOMORROWLAND han chocado contra la peor de las decepciones. No era de esperar, en un producto de tamaña dimensión, que, dado el listado de profesionales convocados para la tan ansiada coyuntura, los logros exhibidos hayan visto bombardeada su impactante contundencia por causa de un error instalado en la mismísima médula de su, por lo tanto, indefensa fortaleza.
Ciencia ficción de notorio calado humanista ( Disney, evidentemente, obliga), la cinta narra las tesituras de una adolescente optimista y entusiasta a la que el hallazgo de un pin va a poner en contacto con un continente instalado en el futuro de la humanidad. Tras llegar hasta el domicilio de un oculto científico que posee una valiosísima información y, con la ayuda de una extraña niña a la que poco a poco le va a ir descubriendo una serie de especiales capacidades, los tres deberán esquivar la amenaza de unos perseguidores para tratar de mantener intactas las posibilidades de un universo futuro en el que la humanidad podrá gozar de una existencia completamente feliz.
El principal escollo del film, a todas luces, es un desarrollo argumental muy deficiente de la atractiva idea de partida, a la que, lastimosamente, en consecuencia, desluce, malogra, desaprovecha. El entramado argumental no acierta jamás a ajustarse a la impresionante plataforma escénica concebida para elevar audiovisualmente al planteamiento motriz. Da siempre la impresión de que el equipo artístico se ha conformado con un socorrido enlazamiento de insuficiencias y flojedades a los que, han creído, podían disimular mediante el abrumador festival de novedosas utilerías de fondo.
En efecto, el diseño de producción concebido y alcanzado es grandioso: la secuencia de la llegada de la protagonista al universo que trata de rescatar, por ejemplo, es absolutamente deslumbrante. Brad Bird, el realizador, sabe extraer partido máximo a un paisaje escénico pocas veces visto y resuelto así en pantalla grande, puesto que se armoniza con diáfana soltura la armónica y rotunda arquitectura de efectos especiales a la sensación de revelación que dirime el personaje desde el que es descubierto y admirado.
Con todo, obviamente, al creador de EL GIGANTE DE HIERRO, RATATOUILLE o LOS INVENCIBLES, al tipo capaz de haber resuelto can tan severa brillantez el encargo de la cuarta entrega de la saga de MISIÓN IMPOSIBLE, cabía esperarle un fuste y un brío del que toda la segunda parte del film carece por completo. En ese sentido, TOMORROWLAND no soporta el tremendo desajuste resultante de principiar el relato emplazando dos tretas narrativas emplazadas para ahondar en las figuras de la adolescente y el científico: sobre todo el que tiene que ver con la infancia de éste último deviene un episodio admirablemente narrado, al que no casa con justicia la deriva del personaje en su madurez.
La argucia de investigar en los motivos que impelen a estos dos elementos principales obliga a despachar con una sonrojante simpleza el conflicto que deben solucionar: la pugna entre perseguidores y perseguidos es trillada, trivial y burda, de ahí que el film nada pueda hacer por impedir verse sumido en una nociva pendiente de previsibilidad y de aburrimiento. Conocida, disfrutada, pasados los efectos de atractivo apasionamiento que provoca el vislumbrado de la fastuosa ensoñación escenográfica, lo que queda es un desapasionado cúmulo de indolencia reiterada y parquísima intensidad emocional, a la que, por desgracia, la conmovedora escena final es incapaz de insuflar la piedad dramática exigida. En definitiva, cine empeñado en un envoltorio, en un lujo, en un fulgor tan reconocible como inútil, yermo y anodino.