Título original: ma ma
Año: 2015
Duración: 111 min.
País: España
Director: Julio Medem
Guión: Julio Medem
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Penélope Cruz, Luis Tosar, Asier Etxeandia, Teo Planell, Silvia Abascal, Mónica Sagrera, Àlex Brendemühl, Ciro Miró, Jon Kortajarena
Productora: Morena Films
Nota: 0
Malas, muy malas noticias para el cine español: Médem sigue buscando la salida al laberinto de inanidad dentro del cual no cesa de malgastar su talento desde hace ya demasiados años. El autor de VACAS no consigue solucionar el enroque en la gracilidad postiza, en la retórica cansada, en el vaivén anodino, a partir del cual no es capaz sino de mostrar el tormento absoluto de no tener nada que proclamar.
El otrora afilado constructor de significados compositivos súbitos, aguzados, voraces y próvidos, parece haber capitulado contra la versión más desconsoladamente conformada de sí mismo. De resultas, el abatimiento frente a tan evidente rendición es agudo: son ya demasiadas las ocasiones en las que el vasco ha decidido no estar a la altura de sí mismo, enfrascándose en aventuras fílmicas que han degradado con insistencia el muy merecido estatus inconformista y genuino que, de forma tan entusiasmante, se labró hace dos décadas. Siguen empeñados en no volver los tiempos de TIERRA y LA ARDILLA ROJA.
En esta ocasión; Médem propone una fábula mediante la que pretende ejecutar un arriesgado ejercicio melodramático: nos hallamos frente a una especie de cuento luminosamente luctuoso, que gira en torno al buceo absorbente de una protagonista central, a la que el interés observativo de la cámara del realizador no va a abandonar en ningún momento; esto es, la intentona propone la radiografía hurgativa, trascendente e ingenua de una heroína sacudida de múltiples acechanzas sacudientes. MA MA nos presenta a Magda, una joven mujer que, tras detectarse un bulto en el pecho, acude a su ginecólogo a que la reconozca. Los peores presentimientos no tardan en confirmarse. El diagnóstico será el de un cáncer de mama. A partir de ese momento, la historia se centrará en el tambaleo consecuente originado a su existencia y en el modo severamente animoso con el que Magda decide enfrentarse a semejante adversidad.
El problema de MA MA, como ya ha ocurrido desde la irregular LUCÍA Y EL SEXO, se fragua en la nociva condescendencia que se autopermite el autor de LA PELOTA VASCA en la escritura del soporte escrito que se depara para elevar audiovisualmente. La tolerancia para con la absoluta intrascendencia, la anarquía injustificada y el quiebro aleatorio resulta completamente intolerante. Da la impresión de que, sabedor de su presunta (aunque antaño acreditada) capacidad realizativa, el Médem director no supiera censurar el capricho inconsistente que el Médem guionista impone de partida, creyendo que esa astucia tras la cámara le va a bastar para superar y modelar con cordura esas enorme trama germinal. Por desgracia, insistimos, hace ya mucho tiempo que ni Medem es capaz de alumbrar sentido alguno a las veleidades esplendidas por sí mismo.
MA MA, por ello, se convierte en la enésima constatación de esa rémora. Sí, se nota desde el primer plano que el intento del realizador es brindar un melodrama despojado de desgarros, agobios y estridencias, ahondar en un tema excesivamente trillado (MA MA, en muchos momentos, parece un remedo inútil de MI VIDA SIN MI, de Isabel Coixet) desde un punto de vista subjetivamente fúlgido y evitador de consabidas oscuridades. Pero también advertimos, enseguida, que un mínimo interés por tratar de evitar que se note tanto la jugada intencional no es manifestado en ningún momento. El andamiaje dramático perpetrado para complejizar la unívoca vocación escudriñante que impele a un film centrado en el retrato indesmayable de un potentísimo personaje medular es sonrojantemente aleatorio, incapaz y antojadizo.
Resultan bochornosas argucias tan baratas y arbitrarias como la aglutinación trágica del principio del film (la aparición del personaje incorporado por Luis Tosar), como la evolución cómplice adjudicada al ginecólogo (mención calamidad para la sorpresita canora), como el portento futbolístico del hijo o como las insuficientes apariciones del marido abandonador. Todos los acaecimientos hilvanados no obedecen jamás a una necesidad emplazada por la lógica de la narración (o de la lírica contemplativa ansiada), sino que emergen de súbito atendiendo nada más que a la imposición de un albur ajeno y, por lo tanto, letal, que, además, sacude de forma implacable a la fresca hondura con la que se trata de perfilar a Magda: todas sus reacciones, devaneos, arrojos, silencios, ánimos están esgrimidos desde ese malhadado dictamen de licencias y atropellos. Los evidentes esfuerzos de Penélope Cruz nada pueden hacer por paliar un déficit que sólo tiene un culpable.