Título original: Kiki, el amor se hace
Año: 2016
Duración: 102 min.
País: España
Director: Paco León
Guión: Paco León, Fernando Pérez
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Paco León, Ana Katz, Belén Cuesta, Natalia de Molina, Álex García, Candela Peña, Luis Callejo, Luis Bermejo, Mari Paz Sayago, Alexandra Jiménez, David Mora, Maite Sandoval
Productora: Vértigo Films / Telecinco Cinema
NOTA: 8
Tras convencer ampliamente con la saga más insólita del cine patrio reciente, Paco León confirma con su tercer largometraje que ha venido a quedarse para hacerse con el trono del auténtico rey de la comedia española de la década. Lo primero que cabe decir de esta hábilmente descarada KIKI, EL AMOR SE HACE es que sirve para acreditar su versatilidad realizadora, por cuanto las características que lo definen son diametralmente opuestas a las que se autoimponía en las dos morrocotudas aventuras protagonizadas por la inigualable Carmina León. El famoso intérprete demuestra que está capacitado para solventar cualquier cómica papeleta que se le presente delante. Su último film lo define como un profesional desenvueltamente conocedor de las principales reglas del género: seriedad, contención, arrojo y atención para el brote de la chispa.
Y es que, en primer lugar, en lugar de saldarlo en calidad de proyecto ajeno a su particular idiosincrasia creativa, causa entusiasmo el modo en el que León aprovecha este singular encargo. Se diría que atisba en él la oportunidad idónea de escapar a las concretísimas circunstancias dirimidas tanto en CARMINA O REVIENTA como en CARMINA Y AMÉN. KIKI, EL AMOR SE HACE le perite un salto cualitativo como realizador que, resulta obvio una vez visto los resultados, él asume como ejercicio mediante el que escapar al callejón sin salida de su aguerrida autenticidad, mediante el que estimular unas facultades distintas a las esgrimidas allí, mediante el que ahondar expresivamente en su querencia por el género cómico y, sobre todo, mediante el que concretar, de modo bien distinto al implicado en las peculiares andanzas de la oronda heroína pretérita, su particularísima y fecunda reformulación de la humorada celtibérica fílmica.
La primera de las diferencias deparadas la impone la estructura del guión: no nos hallamos frente a un relato circunscrito con sardónica crudeza al empeño de hurgar en la compleja maraña de insensateces, autenticidades e industrias de una omnipresente protagonista. En esta ocasión, el material escrito privilegia la acumulación de varias historias yuxtapuestas de forma alternativa. En cada una de ellas se abordará un asunto distinto del anterior, pero que actúa como variante complementaria del gran asunto general abordado en el film: la complicación de amar, la dificultad del perfecto ensamblaje afectivo entre los dos polos de la atracción, el eterno desconocimiento del otro, la sorpresa de ese otro cuando se revela como un perfecto desconocido. La suma de rarezas expuestas no son sino un trasunto de ese arduo proceso que es, en el fondo, mantener vivo ese impulso irracional de querer al ser amado asumiendo la totalidad de sus márgenes, de sus extravagancias, de sus convencimientos.
De esta forma, nos damos de bruces con una pareja en crisis porque ella no se entrega en el sexo con el arrojo que él demanda, con otra en la que ella se excita en situaciones en las que pasa un grave peligro físico, con otra en la que el ansia por el embarazo oculta el ardor que ella siente cuando su pareja llora o está triste, con una mujer sorda que tiene dificultades para manejarse con soltura en el terreno de la seducción, y con un matrimonio con la pasión extinta desde que ella quedó impedida. En definitiva, dacryfilia, somnofilia, elifilia y demás extrañezas patológicas, asumidas como excusa de partida mediante el que abordar el itinerario que va desde la exposición de esa particularidad hasta ese objetivo mencionado de, en el fondo, posibilitar una poliédrica reflexión generalizada sobre la necesidad inherente al ser humano de fulminarse felizmente en una verdadera pasión.
Lo mejor de KIKI, EL AMOR SE HACE, como ha quedado referido en los dos primeros párrafos del presente análisis, viene impelido por la asombrosa ductilidad que demuestra su realizador para, por un lado, adaptarse a las nuevas necesidades escénicas demandadas por este proyecto, logrando que se apure hasta el máximo las numerosas posibilidades de un notabilísimo guion y, por otro, ser capaz de mantener intactas las virtudes descriptivas acreditadas en sus dos trabajos anteriores. Paco León aprovecha este tercer largometraje para desentumecerse, para orearse, para exigirse una salida al nada fácil reto de escapar a la previsible encrucijada encasillante contra la que parecía estar forzado a monopolizarse. Por fortuna, la fuga le sale bordada, feliz, certerísima.
Causa muy grata estupefacción contemplar el asombroso despliegue de soltura realizativa que exhibe el director. No resulta nada fácil asumir las riendas de un relato que urde su particularidad en el salto continuado entre líneas argumentales. Paco león resuelve el envite dirimiendo, a partes iguales, el desparpajo, la fluidez, la desinhibición, la ausencia de enjuiciamientos que exige una historia tan excitada de procacidades, develamientos y comportamientos escasos de modosidad, todos ellos administrados con la clarividente paciencia observativa con la que acertó a atender las enormes atrocidades verbales y de comportamiento adjudicadas a la simpar Carmina.
En esta armónica amalgama de abordajes escrutativos es en donde la puesta en escena solventada por León abruma de sensatez a este populoso catálogo de asombros carnales y atrabiliarios procederes de puertas adentro. A cada manía, a cada excentricidad se le presta el necesario aplomo nada subrayador gracias al cual lo anómalo no abunda en excentricidad sino en síntoma de un malestar, de un infortunio nada placentero. Se esquiva siempre el peligro del descalabro por exceso y abundancia de posibles ridiculeces. En ningún momento se las degrada, sino que se desarrollan en tanto que excusas de una trama que hace, de lo vulgar, apetito, de lo escatológico, aporte pizpireto necesario, y, de lo anormal, pasmo corrosivo emplazado con preciso despotorre íntimo.
KIKI, EL AMOR SE HACE, en resumidas y mamadas cuentas, auxiliada por el impecable uso de la tan ansiosa como dominadora cámara del director, por la cómplice entrega de un reparto en erecto estado de gracia, por el desprejuicio y la honda, severa visceralidad desde la que parte, viene a chupar en el higo sudoroso de la más lamentable tradición de la comedia celtibérica destapista, rancia, liguera y gallumba para elevarla a categoría de alta comedia contemporánea sobre instintos bajos y a pelo, chispeante de recursos, deslenguada de intenciones, flácida de mojigaterías y represiones, y torrencialmente eyaculada de resultados. Con Paco León llegó el orgasmo. A la comedia española le ha salido ginecólogo que la controle como es debido.