Una densa alegoría rusa pone a prueba la inquebrantable resistencia matinal de la prensa
UNDER ELECTRIC CLOUDS, de Alexey German Jr.
Nota: 7
Rusia y sus devastaciones de interior. La gran potencia mundial vista desde dentro, esbozada a través de las miradas confundidas de los seres que la habitan. Lejos, muy lejos del discurso oficial y de las primeras planas de los medios de comunicación hay un país que aún no ha resuelto la contradicción entre lo que fue, lo que es, lo que todos creyeron haber sido, lo que se niegan a querer ser y lo que finalmente han sido. Entre los planos ficticios de UNDER ELECTRIC CLOUDS, se atisba la sentencia pesimista de un estado de las cosas que dista mucho de parecerse a un imperio y mucho más a los rescoldos destemplados de un pasado que ya no va a volver.
Y hablamos de planos ficticios, porque Alexey German sitúa su diatriba en ese nada fácil terreno de la ciencia ficción alegórica. La historia –o cruce de atisbos de ella- que propone el autor de PAPER SOLDIER acontece en un futuro no muy lejano al nuestro y, por lo tanto, a ojos del espectador, resulta asaz reconocible. El marco espacial definido por el material escrito nos presenta un ámbito geográfico helado, sometido a la gélida inclemencia de un invierno poco compasivo. Nos detenemos en el indefinido extrarradio fluvial de una gran ciudad. El hielo impone su ley. El paisaje posee un aire fantasmagóricamente industrial, en el que prima la desolación de edificios inconclusos, por el que los personajes merodean exhalando cada uno de ellos su más íntimo arrobamiento.
Mediante una sucesión de episodios protagonizados por personajes distintos, la fábula escenificada convoca seres enajenados que, antes que personajes de carne y hueso, se diría que son entes aletargados, sumidos en una esclavitud emocional entristecedora, ponzoñosa, existencial. Un ciudadano kiriguistaní, que no habla ruso, al que nadie entiende ni intenta ayudar en su búsqueda de una tienda en la que le reparen su radiocasete, la hija de un todopoderoso constructor de edificios, un arquitecto sin trabajo, o el guía de un museo servirán de desconcertantes guías narrativos de los distintos episodios.
Película difícil, muy densa, acaso reiterativa en demasía, UNDER ELECTRIC CLOUDS fragua su verdadero punto de interés en la puesta en escena que brinda para dar cabida al cúmulo de letargos ambulantes y oradores que la pululan por dentro. German saca máximo partido perturbador, oxidado, mortecino, desesperanzado y condicionador de la grisácea fotografía escogida, de una planificación en la que priman los planos de exterior de gran duración, debido lo coral del planteamiento dramático (en cada segmento se escuchan no pocas voces) y, sobre todo, debido a la vital importancia que debe adquirir –y adquiere- ese imponente escenario congelado, repleto de osamentas arquitectónicas inconclusas y abandonadas (el museo, el rascacielos, el caballo de hierro, etc.) mediante las que, indirectamente, se lanza la diatriba más pérfida: el viejo imperio convertido en nido de locura, desvarío, flagelación, ruindad, deserción, renuncia y dolida melancolía colectiva.
La excesiva duración del film y un cierto estancamiento dramático originado en la similitud de voces perorando en los distintos episodios evitan que no estemos hablando de una obra mucho mayor.
EVERY THING WILL BE FINE, de Win Wenders
Nota: 7
El esperado regreso de Win Wenders al terreno de la ficción dramática va a producir, a buen seguro, bastante desconcierto. De uno de los hitos fundamentales del cine moderno de final del siglo XX, (ALICIA EN LA CIUDAD, CIELO SOBRE BERLÍN, PARIS, TEXAS, EL AMIGO AMERICANO), del bregado especialista en el género del documental durante los últimos años (PINA, LA SAL DE LA TIERRA), reconozcámoslo, se haría difícil esperar un melodrama de corte telefílmico como el el que podría ser EVERY THING WILL BE FINE, un producto que, en principio, podría parecer pensado para realizadores mucho más almibarados, por ejemplo, el sueco Lasse Halström.
Sin embargo, y pese a que, reconozcámoslo también, el film diste mucho de situarse a la altura de los logros de las mejores obras de su autor, EVERY THING WILL BE FINE adquiere un estimulante interés asistiendo a los modos y maneras resolutivos que el germano va dirimiendo para limar las esperables estridencias pseudodramáticas contra las que acaban manipulando con deshonestidad este tipo de trazados narrativos. Wenders, consciente de ello, se muestra en todo momento muy sutil y atento para que esto no ocurra. Podríamos decir que nos hallamos frente al típico film de encargo a eminente realizador, en el que lo importante es ver cómo éste soluciona ese brete que le obliga a situarse a los mandos de una empresa bien disímil de lo perfilado en su trayectoria.
Un inesperado accidente de coche cambia la vida de un joven escritor: conduciendo por un camino nevado, en plena tormenta de nieve, Tomas nada puede hacer por evitar arrollar a un trineo que, inesperadamente, se cruza en su camino. De resultas, uno de los dos niños que lo conducen fallece, mientras el otro queda completamente intacto. El film se centrará en las consecuencias personales que van a sacudir, principalmente a Tomas, pero también a la madre y al hermano del finado.
EVERY THING WILL BE FINE se quiere una sigilosa reflexión sobre la culpa, sobre el peso abismado que ésta impone sobre quien la nota echando raíces en su alma, sobre el largo proceso de personal desplazamiento íntimo que conlleva y sobre las consecuencias que éste produce. Tomas, un tipo ya de por sí de problemática inexpresión, va a ver cómo su vida afectiva se desmorona , cómo se taciturna su carácter, cómo se inmiscuyen esos hechos en su obra escrita y cómo va a cometer actos imprevistos por quienes le rodean.
Dado el planteamiento argumental tan escasamente original, el verdadero foco de interés de la función lo dirime la elegancia tan astuta y adhesiva con la que Wenders sortea la alharaca lacrimógena. La observación de los hechos narrados prima mucho más el análisis de la evolución del malestar a través de los años que la exhibición del desgarro frontal: jamás se hecha mano de los debates y enfrentamientos augurados, sino que se niegan constantemente (magnífico el detalle de dejar convertido en recuerdo sonoro de Tomas el dolor materno frente al hallazgo del cuerpo, en una escena de alto voltaje dramático). En ese sentido, cabe destacar el trabajo tan delicado que supone la mediación de continuos saltos temporales, sobre todo en la segunda mitad del relato: el rostro de Tomas mirando la figura de Sara apoyada en la baranda del barco, por ejemplo, se basta para soslayar las discusiones entre ellos. La narración resulta siempre tan firme como decorosa, cauta, e inconmovible: resulta muy significativa la casi total ausencia de escenificaciones afectivas.
Esto es así siempre, porque Wenders pretende , de esta forma, ahondar en la personalidad de Tomas, elevarlo a categoría de pauta relatora: es su punto del vista el que va a actuar como eje de la narración la mayor parte del tiempo (los saltos a la observación de Kate abundan en el duradero peso de su recuerdo en la conciencia de aquel) y es suyo el proceso de superación de luto personal el que vamos a contemplar. La tonalidad de la película se adecua muy estimulantemente a la forma de plasmar escénicamente la trama de hechos. Esta historia del hombre frío, del hombre difícil, del hombre callado con apariencia de insensible, al que no le tiemblan las manos de emoción, culmina con la escenificación del abrazo entre dos personajes que lo necesitan.
Lo dicho, una obra muy menor dentro de la filmografía de su director, pero que permite vislumbrar cómo se las arregla Wenders para apurar al máximo las posibilidades de un producto tan industrial como el presente. Si su objetivo era éste, creemos que lo ha conseguido. Esta severidad en cercenar alientos trágicos da como resultados una personal vindicación de un género hoy en día tan malogrado como el melodrama.
AS WE WERE DREAMING, de Andreas Dresen
Nota: 4
Decepcionante ejercicio del autor de VERANO EN BERLÍN O CLOUD 9. Andreas Dresen no está a la altura de la acreditada solvencia gracias a la cual se ha labrado un merecido respeto dentro del panorama de la industria cinematográfica alemana contemporánea alemana. El realizador germano nada puede hacer por combatir el enorme lastre de un guión a todas luces mejorable, pretencioso y llenos de lugares comunes.
Basado en un best-seller literario de Clemence Meyer, la película, al igual que la novela, aborda el impactante cambio político surgido en la Alemania del Este a raíz de la caída del muro de Berlín. La acción se sitúa en los suburbios de Leipzig y nos presenta a un grupo de amigos que tratan de adaptarse a esa nueva de vida. Mediante saltos temporales que irán puntuando la acción presente con flasback que remiten a la etapa escolar de todos ellos, la trama abunda sobre todo en la ligereza con la que todos ellos va a ir disfrutando de los riesgos sociales generados al albur de ese conmocinante cambio: el riesgo de las drogas, el abandono de toda responsabilidad, la tentación de la violencia, la vida nocturna en la calle, el fracaso escolar y el flirteo con el lado oscuro de la ley.
El principal escollo de AS WE WERE DREAMING lo gestiona la escasa entidad de su material escrito, pues no sabe solucionar ni uno solo de los peligros que impone este tipo de relatos generacionales: la nula descripción individual de los personajes, el esquematismo consecuente con las caprichosas e inútiles idas y venidas temporales, la superficialidad del análisis sociológico fruto de la escasa voluntad profundizadora y, fundamentalmente, la previsibilidad de todos los acontecimientos. Dresen parece apostar únicamente la carta de la perfecta escenificación ornamental de los acontecimientos (la reconstrucción de la época destacada). Como consecuencia de ello, el ninguneo al conflicto dramático, sobre todo en los dos primeros tercios del film resulta letal para los intereses de un film que se quiere evocadoramente complejo y, en el fondo y en la superficie, sólo alcanza a evidenciarse como estridente, desmadrado, reiterativo, frívolo y prescindible.