HEDI, de Mohamed Ben Attia
NOTA: 6.5
El debutante tunecino Mohamed Ben Atiia ha abierto la competición oficial a concurso mediante esta bienintencionada, concisa y excesivamente conformista HEDI. EL film pretende dar buena cuenta del cotidiano estado de las cosas en ese confín norteafricano, emplazando un relato de corte realista, verosímil, reconocible, en absoluto maniqueo, mediante el cual tratar de exponer las sempiternas temáticas sociales a las que nos tienen acostumbrados este tipo de exposiciones de carácter denunciativo.
La sorpresa de la narración viene concretada por las características del protagonista elegido para emplazar esta contemporánea (y en exceso timorata) incursión en el seno de una sociedad sumida aún en el imperativo de los mandatos morales, éticos y religiosos ancestralmente asumidos por los habitantes de esas latitudes. Cuando estamos acostumbrados a que la denuncia a ese confín geográfico en el que pesa el mandato de la tradición y del acatamiento al dictado religioso establecido se articule en torno a un entramado argumental protagonizado por una mujer, en tanto que eterno objetivo a mancillar por la tan sabida y abigarrada confabulación de cercenaciones, HEDI nos presenta a un protagonista masculino. Justamente el que da nombre a la película.
Hedi es un joven que trabaja como representante de una importante marca de automóviles. Las cosas no van nada bien en la empresa. Durante una reunión, el jefe les expresa su malestar y les obliga a todos los subordinados a emprender una agresiva campaña puerta a puerta buscando clientes. Hedi está a punto de casarse y esta orden le obliga a posponer los planes establecidos junto a su novia. Durante el viaje que debe hacer a la costa para cumplir con el mandato conocerá a una joven trabajadora del hotel en el que se aloja. Este hecho permitirá que Hedi se disponga a precipitar un drástico punto y aparte a su existencia.
El film se apresta a perseguir el itinerario deparado para su protagonista. Nos hallamos frente a un producto de carácter netamente introspectivo, en el que por encima de todo prima el retrato, el adentramiento, la auscultación del personaje central. En este caso, la narración se empeña en aclarar la absoluta negación como individuo que proclama Hedi: un ser abrumadoramente sucumbido al designio de las usanzas de un país, ejemplificadas en el personaje de su madre. El protagonista es un ser callado, monótono, apático, incapaz de saltarse ni un ápice el tiránico mandato de las costumbres sociales establecidas. HEDI tiene el valor de esquivar el consabido (y muchas veces empobrecedor) discurso esperablemente crítico abordando con rotundidad la figura masculina dispuesta en el centro de su panorámica. La sentencia resultante no deja lugar a dudas: las sociedades en las que la religión resulta poder inquebrantable oprimen a quien siente la necesidad de cuestionarlas.
El problema que, por desgracia, HEDI no sabe solucionar es la adecuación taciturna que se hace entre relato y personalidad del protagonista. El realizador no dispone para la vigilancia de éste último una radicalidad expresiva que consiga elevarlo por encima de cierta vetustez observativa imperante. A fuerza de no querer caer en ningún tipo de estridencia dramática que descabalgue a la contemplación de la grisura inherente a Hadi, el joven realizador tunecino resuelve esa autoimposición condenando a la puesta en escena a una transparencia claramente exigua.
MIDNIGHT SPECIAL, de Jeff Nichols
Nota: 6.7
Sin lugar a dudas, uno de los nombres más interesantes que ha dado el panorama del cine contemporáneo norteamericano ese es el de Jeff Nichols. Con tan sólo tres obras, ha logrado reivindicar para sí un respeto y una atención crítica tan abrumadora como justificada. No anda la industria cinematográfica estadounidense ni mucho menos sobrada de talentos tan agrestemente expresivos como los acreditados por este soberbio narrador de estrictos entramados y postulados expresivos. Dado que, además, deja que entre obra y obra transcurra el tiempo necesario para la perfecta concreción de su proyecto, no debe de extrañar, pues, que la expectación en torno a su último trabajo no permita más calificativo que el de máxima. De ahí que duela afirmar que, por desgracia, MIDNIGHT SPECIAL se constituye como el jalón menos interesante de una trayectoria hasta ahora admirablemente intachable, arriesgada, singularísima.
El autor de MUD nos convoca a un relato en el que, en un principio, parecen estar aunadas con osada pertinencia la voluntad agazapadamente fantástica de TAKE SHELTER junto al drama policíaco urdido en el inolvidable film protagonizado por Matthew McCounaghey. La portentosa escena de arranque del film nos emplaza a una tesitura llena de incertidumbres y expectativas. Ya sobre los mismos títulos de crédito comenzamos a escuchar las voces de unos informativos en los que se da la noticia de que un niño buscado ha huido junto a su padre, que está bajo orden de búsqueda y captura.
Las primeras imágenes del film nos muestran, en el interior de una habitación de un motel de carretera, a ese hombre. Junto a él, un acompañante masculino al que vislumbramos en actitud de vigilancia, nervioso. Bajo una sábana iluminada por dentro con una linterna la cámara nos descubre al niño buscado. La escena está fulminantemente impregnada de espesor dramático, de inclemente incerteza. Las miradas de los dos adultos, la semilobreguez de la iluminación, los rostros televisivos alertando, convocan inquietud, desasosiego, densidad expectante y avizor, puesto que lo expuesto por los informadores mediáticos contrasta con la actitud delicada, protectora y afable que el padre depara al pequeño lector de cómics de ciencia ficción.
Mediante un jugoso montaje en paralelo, la trama se abre a dos hilos acosadores bien distintos entre sí, que deparan sendas líneas narrativas, pero que comparten el mismo objetivo a perseguir: por un lado el FBI, por otro, dos esbirros, a los que el líder de una extraña secta religiosa, sita en un rancho en el que todos sus practicantes viven en comuna, exige el mismo objetivo que los funcionarios policiales. Éste no es otro que la posesión del pequeño. Poco a poco, mediante un magistral progreso en la descripción de las fascinates y sorpresivas facultades que éste posee, el espectador va a apercibirse de que el niño dista mucho de ser una criatura normal. El pequeño posee una serie de poderes que, primero, le ocasionan a él no pocos padecimientos físicos (no soportar la luz del sol, ansiedad, malestar sanguíneo), y, segundo, parecen alertar de una invasión apocalíptica, extraterrestre, vaticinada por los textos que el líder de la secta lee.
Durante la primera hora del metraje, como ha quedado dicho, MIDNIGHT SPECIAL se constituye como primorosa consecuencia de las dos obras precedentes de su autor. El carácter amenazador impuesto por la fustigante paranoia que asaetaba el comportamiento del protagonista de TAKE SHELTER muta aquí en la certeza de una agresión proveniente del espacio, que queda evidenciada en la prodigiosa escena acontecida en la gasolinera. La relación entre adulto y niño, el carácter policiaco de la acción, la persecución violenta sobre las que basculaba el memorable entramado dramático urdido en MUD se vindica en la huida y el acoso al que son sometidos los tres personajes presentados en primer lugar.
Nichols saca a relucir de modo imperturbable su idoneidad para la aglutinación de géneros, para la yuxtaposición de texturas (la de ciencia ficción concretada sobre una puesta en escena evocadora de los modos esgrimidos por ese género en los años cincuenta y sesenta: la brutal escena acontecida en casa del conocido que los alberga tras la primera escapada), para la extrañeza doliente (la fiereza angustiada y protectora dirimida por la vidriosa mirada de un perfecto Michael Shannon) y para la fluidez narradora convertida en recurso de suspense.
Sin embargo, un vericueto del guión obliga a la inclusión de un personaje, que, pese a la teórica magnitud significante y potencialmente efectiva que, en teoría, debiere aportar, como es el de la madre del pequeño, contra pronóstico, lo que hace es reclamar un espacio que, por desgracia, desencaja el concentrado puzzle de acosos y evasiones enhebrado hasta su aparición. El modélico material escrito, al dar cabida a una entidad de semejante envergadura, se ve obligado a saldar, superficializar y menospreciar tanto a la trama incorporada por los investigadores del FBI, como al ahondamiento del triángulo protagónico que jamás hubiera debido ampliar, como sobre todo a la jugosa aportación insana, ensimismada, delirante e incomodadora prestada por el carácter fanático de los personajes adscritos a la secta. Literalmente se prescinde de ésta última, cayendo en el imperdonable error de olvidar al personaje de Sam Sheppard y resolviendo el devenir de sus dos esbirros de modo nada modélico.
De resultas, el relato se empobrece virando hacia un buenismo ficcional digno del más esperable relector del consabido E.T EL EXTRATERRESTRE. No cuaja ni la tenebrosidad, ni la aridez, ni la viscosidad esperables. MIDNIGHT SPECIAL arranca, se posiciona como una genuina aventura narrativa propia del creador de SHOTGUN STORIES, pero se resuelve cual si el notable (pero mucho menor) J. J. Abrams de SUPER 8 se tratara. El afán enfermizo, plomizamente inmisericorde, afilado, turbio y opaco de TAKE SHELTER se diluye, se resquebraja, se manipula sin que el propio Nichols se muestre facultado para enmendar semejante desajuste de intensidad. Nos hallamos frente a un dispositivo tan atractivo de planteamiento e intentona personal, como, finalmente, fracturado en la médula, en el mismo epicentro de su interés.
BORIS SANS BÉATRICE, de Denis Côté
NOTA: 1
Autor de la interesante, esquiva, áspera VIC + FLOW SAW A BEAR, el canadiense Denis Côté fracasa estruendosamente con esta BORIS SANS BÉATRICE al cometer el flagrante error de no discernir jamás entre la naturaleza del objetivo a analizar y la del modo en encuadrar dicha finalidad. Dicho de otro modo, la nueva obra de este inquieto realizador peca de sobreabundancia de estridencias: por un lado la continuada en el interior del film; por otro, la facultada para emplazarlo. BORIS SANS BÉATRICE se constituye en el insoportable retrato engreído de un supino engreído insoportable.
El film nos acerca a la figura de un poderoso empresario, casado con una ministra del gobierno canadiense, que ve cómo va a ir desmoronándose su impoluta y cara existencia opulenta al encajar de muy desairada forma la repentina crisis de autismo comunicacional en la que ella cae sumida sin, en apariencia, motivo alguno. Boris Malinovski, ese es su nombre, en lugar de volcarse en los cuidados de su mujer, decidirá abstraerse de ese problema dando rienda suelta a la oportunidad escapatoria que ese padecimiento le propone. Una cita nocturna con un extraño personaje comenzará a enturbiarle la deriva.
El film no es sino una diarreica, caprichosa, burda, ombliguera y chusca demostración de la más irritante de las vacuidades expresivas. Dispersión narrativa puesta al servicio únicamente del reiterado engreimiento del protagonista, la película deambula pamplineramente degradándose entre veleidades de rancia ultramodernidad, entre soluciones plastificadamente vetustas y socarronerías de cartón piedra. Provocativa a golpe de antojo rocambolesco, enojosa hasta la saciedad, cargante hasta el engorro y su potorro, BORIS SANS BÉATRICE propone sin cortapisas un galimatías abstracto en el que se confunde afán desconcertador con vejación continuada. La velocidad con el tocino son entidades gemelas comparadas con semejante barbarie de insolencias arbitrarias.