FÉLICITÉ, de Alain Gomis.
Nota: 7.8
Interesante film del realizador francosenegalés, en el que la esperable observación de las penurias vitales cotidianas en las que permanecen apresados la mayoría de los habitantes de ese continente está convocada por la singular mirada que impone el magnífico personaje central, Félicité, la cantante de un grupo de música local, que hechiza a sus oyentes diariamente, por las noches, en Kinshasa. El film pertenece a esa clase de obras en el que el objetivo de su realizador es absorber, acribillar, adherirse, someter al omnipresente personaje central a una investigación incesante de su comportamiento, actitud y reacciones.
En FÉLICITÉ, la descripción del talante observador, altivo, callado, firme, que aquella impone orienta la narración de los hechos irrumpidos mucho más por la efectiva intuición que ésta posee que por el desgarro frontal inherente a la deriva de los acontecimientos, cuando, tras un accidente de moto, el hijo de aquella sea ingresado en un hospital, que no lo intervendrá quirúrgicamente hasta que ella pague el importe. La búsqueda de ese dinero que no posee dará paso a una urgente odisea. Éste recorrido es el que permite el dictamen sociológico demoledor. Salvaguardar la vida desde la nada. El ser humano convocado a la fatalidad de saberse miseria andante.
Todo el tramo en el que la película acompaña a Félicité en ese particular calvario recaudatorio que le llevará a improvisar no pocas y arrojadas decisiones es sobresaliente. La cámara de Gomis es capaz de capturar la desesperación de la protagonista, eso sí, evitando estridencias desgarradoras, primando por encima de todo la urgencia de la situación, la recaudación del dinero, el conteo de billetes. Además, como contrapunto aminorador de la intensidad de ese itinerario de dolor y sacrificio, cabe mencionar lo bien que funciona la presencia del segundo personaje más importante del film, Tabu, un cliente del local en el que canta Félicité, casi siempre pasado de copas, que se le ofrece para tratar de arreglarle el frigorífico. La relación entre ambos irá imponiendo una curiosa ilación de justificadas correspondencias. A FÉLICITÉ, acaso, le falla una segunda parte de excesivo metraje en el que Gomis propone un atractivo adentramiento por el shock personal, en el que la protagonista entra tras el desenlace del asunto de su hijo. Sin embargo, el film concluye de modo calmo, justificado y original, rindiéndose al contundente y evasivo retrato de su protagonista. Dardenniana con muy meditada causa.
FINAL PORTRAIT, de Stanley Tucci
Nota: 3.5
Rancia, superficial y olvidable semblanza de los últimos días de la vida del fundamental Alberto Giacometti. Ciñéndose en concreto a la historia de la creación de su último retrato, el que hizo sobre su amigo, el crítico de arte norteamericano James Lord (a quien le pidió que acudiera una tarde a su estudio y, finalmente, el proceso se alargó casi tres semanas), FINAL PORTRAIT huye de manera frontal del clásico biopic en el que se trata de recrear la total existencia de un determinado personaje real. El film planteado aborda la relación que pintor y crítico mantuvieron durante los días en los que Giacometti trató una y otra vez de alcanzar el resultado que él anhelaba.
Lamentablemente, la película desprecia lo que pudiere haber sido una interesante, fecunda reflexión sobre el proceso creativo artístico, sobre la tiranía de la exigencia personal, sobre la insatisfacción generada por ello, o sobre la gratitud ante la obra culminada en tanto que ajustada a la aprobación del creador. Nada de todo esto emerge. El film exhibe una y otra vez el estancamiento infructuoso, el iterado descontento contra el que choca el artista sin indagar en el porqué de esa claudicación, sin que Tucci sea capaz en ningún momento de aportar una mínima clave válida. De ahí que acabe resultando insufrible la perseverancia en esa no creación. Anecdotismo superficial por doquier, nulidad de conflicto y un regusto telefílmico continuado malogran irremediablemente el conjunto. Brochazo de pintura gorda.
WILD MOUSE, de Josef Hader
Nota: 6
Curiosa (sin más) película austriaca la que nos propone Josef Hader, conocido cómico y artista de cabaret en su país, que ahora debuta como director de cine. WILD MOUSE trata de hacer de lo agridulce empeño narrativo e intensidad tonal. Se nos propone una especie de fábula tragicómica en la que el realizador pone mucho énfasis (acaso demasiado) en sofocar el riesgo del descontrol inherente a una propuesta como la suya, conscientemente acumulada de situaciones, sobre el papel, rayanas en lo delirante.
El film nos presenta a Georg, un veterano y temido crítico musical de un periódico austriaco, al que en la escena situada tras el prólogo se le va a dar de bruces contra algo completamente inesperado: el despido de su trabajo, según su superior, porque, dada su antigüedad en la empresa, sus emolumentos son muy superiores a lo que ésta puede permitirse. El pánico se adueña de él y, fruto de ello, decide no comunicárselo a su esposa, una reputada psicoanalista empeñada en quedarse embarazada. El film aborda el cúmulo de acaecimientos consecuentes a este silenciamiento, al reencuentro en el Prater con un viejo compañero de escuela con el que pasará la mayor parte de su tiempo, y a la decisión de vengarse del superior que le dio la noticia de su despido.
Lo más destacable del debut de Hader es, como ya ha sido referido, el manifiesto esfuerzo que dirime porque la deriva del relato no se suma en el desconcierto, la estridencia o la alharaca sin fuste. Fruto de ello, por ejemplo, es el tacto evidente con el que están urdidos los diálogos y ensambladas las continuadas conversaciones de los personajes. WILD MOUSE, en ese sentido, es una obra comedida, ejecutada con cierto estilo, moteada de jugosas dosis de ironía verbal, narrada con prudencia y orden, pero a la que, por el contrario, le falta chispa, arrojo cómico, y, sobre todo, una cierta voluntad de vapuleo venenoso con respecto al protagonista: la tragedia de ese hombre condenado a esta auténtica ruina existencial de hoy en día que es la pérdida de trabajo a una edad en la que rehacer un itinerario personal es completamente imposible está esquivada con demasiada complacencia. Como resultado, pues, nos hallamos frente a una obra correcta, en la que se echa en falta muchas dosis de punzante, fecunda, desestabilizadora con causa incorrección.