PRAIA DO FUTURO y STRATOS pintán de gris plomo el color de la Competición
KREUZWEG, de Dietrich Brüggemann
Nota: 8.5
Rigurosísimo ejercicio cinematográfico el que nos propone el realizador germano Dietrich Brüggeman en esta severa, intransigente y brillante KREUZWEG (Stations of the Cross –Vía Crucis-). Nos hallamos frente a uno de esos ejercicios en los que desde el primer momento queda claro que el asunto tratado es tan importante como el modo de hacerlo, esto es, en los que el dispositivo escénico pergeñado por su autor impone una significación que, por sí misma, apoya, enriquece e indaga en el contenido al que le toca servir de vía de encauzamiento.
El film aborda de una forma tan original como tajante y exigente la problemática del sentimiento religioso, indagado éste como vía de sufrimiento, represión y fractura. La película narra el conflicto personal que sacude a María, una joven adolescente, criada en el seno de una familia cuya madre posee un sentido de la práctica religiosa católica muy profundo. La protagonista está a punto de cumplir con el sacramento de la Confirmación y se prepara para ello en una parroquia. En ella, se verá arrollada espiritualmente por las palabras del pastor. Su forma de asimilar el discurso allí escuchado le obligará a tomar una serie de tajantes decisiones personales, que alterarán tanto su modo de relacionarse con su alrededor como sus propias capacidades comprensivas.
Como ya ha quedado expresado en el primer párrafo, lo interesante de la propuesta de Brüggemann es el dispositivo formal mediante el que trata de acercarse al calvario particular que va a ir sufriendo la protagonista. El guión del film divide su andadura en trece capítulos, esto es, tantos como estaciones del Via Crucis. El paralelismo entre la peripecia física y espiritual de María queda emparejado al del hecho sobre el que está fundamentado esa celebración católica: la captura de Jesucristo para conducirlo hasta la Cruz.
Sin embargo, lo que deslumbra en este áspero ejercicio de severidad fílmica es la solución escénica que impone el realizador tras la cámara para que el espectador sea testigo del periplo central. Brüggemann dispone trece únicos planos para todo el film. Uno por episodio. La fijeza, el estatismo, la parálisis casi total de la cámara obliga al director a estudiar al máximo la disposición de los actores dentro del plano. Esa fijación formal abunda en la inclemencia para consigo misma de María. El director no permite un solo quiebro a su lacónico artefacto capturador, como ella, en la ficción narrada dentro, tampoco transige con ninguno.
La película es un mayúsculo ejemplo de coherencia endiabladamente adusta. El realizador demuestra un potentísimo talento para sortear todos y cada uno de los peligros en los que zambulle su propuesta (exceso de patetismo, exceso de ironía o burla, exceso de introversión) sin girarle la cara ninguno de ellos. El film avanza sosegada y sólidamente. La exigencia desde la que parte no hace mella ni en su avance narrativo ni en la atención hurgadora, impía y fustigante con la que se merodea a la niña.
Tras un primer episodio arduo, en el que asistimos a cómo la niña, en compañía de sus compañeros de confirmación (todos ellos dispuestos evocando a la clásica Última Cena), asiste entregada a las palabras del cura, el film va a ir introduciendo personajes (la madre, el padre, su tía Bernardette, un compañero de clase que siente un sincero afecto por ella), logrando que la problemática que zahiere a María sea analizada en toda su complejidad.
María (espléndida Lea van Acken) quedará definida como un ser obsesionado con una decisión vital tomada con firmeza. Aunque pudiera ser entendida como una radiografía del fanatismo religioso, KREUZWEG supera ese planteamiento, acaso empobrecedor y muy trillado, y se precipita tan arrojada como sepulcralmente por el terreno del desmenuzamiento psicológico de un ser humano que lleva hasta el límite mismo de su propia vida la intencionalidad de cumplir con su deseo. Los soberbios planos fijos que la encuadran actúan tanto en calidad de cuadrilátero insalvable como de pérfida significación de la pétrea carcoma incandescente que la vapulea por dentro.
PRAIA DO FUTURO, de Karim Aïnouz
Nota: 2
Decepcionante film brasileño-germano el que nos ha traído a la competición el carioca Karim Aïnouz. PRAIA DO FUTURO ve mermada su teórica potencia de partida debido a un guión más exiguo de lo que debiere disponer un largometraje de su duración. Y decimos “su teórica potencia”, puesto que una de las fatalidades del producto es la fragilidad de su entereza globalmente.
Este melodrama contemplativo aborda el cruce de caminos emocionales que se establece entre Donato, un socorrista de playa y Konrad, un turista alemán al que salva de morir ahogado en la peligrosa Praia do Futuro. En el mismo percance, el primero es incapaz de hacer lo mismo con el compañero de viaje del segundo. Súbitamente surge entre ellos una fuerte atracción. El tiempo que Konrad debe pasar en la playa para colaborar en las tareas de la búsqueda del cuerpo de su amigo desaparecido en el fondo del mar ayudará a que ambos disfruten apasionadamente de su encuentro.
El principal problema que hace tambalear al film es la escasa entidad dramática que posee. Ni la trama deparada, ni el perfil de los personajes colaboran a que la historia depare el mínimo interés exigido a una propuesta que se supone convulsa, abundante en fluctuaciones y desencuentros afectivos. Nada de esto ocurre, porque ni el guión establece otra cosa más que un timorato acercamiento al alma de sus protagonistas, ni se preocupa por explicar determinadas claves argumentales (la marcha de Donato a Berlín y, fundamentalmente, las claves de porqué decide romper por entero con su vida, cuando en ningún momento se intuye que esté a disgusto con su existencia junto a su familia –una madre y un hermano pequeño).
Tanto el director como el entramado escrito dispuesto para la historia parecen jugarse esa hondura haciendo mediar dos importantes saltos en el tiempo (el del viaje de Donato a Brasil, y el de la llegada del hermano menor). El guión, entre otras cosas, desprecia por completo la explicación de los problemas que podrían surgir con la adaptación de Donato a la cotidianeidad alejada de su Brasil natal. Aïnouz, por su parte, trata de paliar la tremenda dificultad que supone semejante encadenado de deficiencias imponiendo una suerte de escenas pseudoreflexivas, nada estimulantes, que no lo consiguen en absoluto.
STRATOS, de Yannis Economides
Nota: 4
Plomiza sesión de grisura cinematográfica. No puede calificarse de otra forma esta exasperante muestra de laconismo, tiesura y falsa hondura reflexiva. STRATOS , de Yannis Economides, podría haberse conformado como una interesante variante del cine negro europeo, pero aborta muchas de sus posibilidades al empecinarse su realizador en una puesta en escena que reitera más de lo debido y tolerable una serie de parámetros estilísticos, todos ellos puestos en evidencia con demasiada premura. El film se ahoga en su propio caldo de cultivo austero, enjuto y pesimista.
El film pertenece a esa clase de obras en las que el personaje central participa en todas y cada una de las escenas. Un eje central todopoderoso, que condiciona el tipo de posicionamiento tras la cámara del director, pues ésta debe adaptarse a la demanda particular de ese elemento del todo insustituible, medular y, por lo tanto, condicionante. En esta ocasión se trata de Stratos, un personaje curioso, atractivo en principio, al que desafortunadamente se opta por encorsetar en sus ya de por sí impenetrables características.
Stratos es un maduro asesino a sueldo, poco hablador, parco de gestos, a quien no cesan de llegarle encargos por parte de un cliente que tarda bien poco en cumplir económicamente con el precio estipulado para los encargos. Stratos observa a su presa, espera el momento idóneo, descerraja los tiros necesarios ante la sorpresa de aquella y cobra por la solicitada defunción a bocajarro. Gracias a una conversación con el cliente, sabemos que Stratos vive obsesionado con la idea de devolverle el favor de salvarle la vida a un hombre que se halla preso en una cárcel y que le salvo la vida a él dentro de ella. El cliente le apercibe de que el hermano de éste no es ni mucho menos fiable: sabe que Stratos le pasa fuertes sumas de dinero para, presuntamente, llevar a buen puerto un plan para sacar al recluso del centro penitenciario.
Se nota sobremanera el intento por parte del director y su equipo artístico de imponer un film adscrito al género negro, pero sin someterse por completo a los protocolos exigidos por él, trazando una mirada sociológica sobre el paisaje físico y humano encuadrado (paisajes deshabitados, desguaces, carreteras mal asfaltadas, soledad de exteriores, cielos nublados, sensación de malestar oxidado) imponiendo una fisicidad nada estilizante, asumiendo ese silencio enjuto y avieso propio del “polard” francés, y, sobre todo, emplazando un personaje protagonista que camina sus pasos aferrado a un constante e incomunicado misterio. El problema de STRATOS es que estos loables presupuestos quedan convertidos en intención, no en atractivo cinematográfico concreto.
El realizador se empeña torpemente en abusar de la parquedad, el encierro y la circunspección con la que se despacha desde el principio al protagonista. Parece no interesar investigar en ella. Se abusa del rostro cariacontecido y lacónico de aquel, no por culpa del excelente actor que lo encarna, sino de la insistencia por parte de aquel en exponerlo constantemente a esa falta de ímpetu respondedor. La puesta en escena de Economides, además, hace bien poco por airear esa pesadez medular cediendo a una labor un tanto simple, repetitiva y, fundamentalmente, farragosa. El devenir argumental cede a un previsible mecanismo que, conforme avanza el metraje, deja de perder la intensidad de, por ejemplo, el primer asesinato en el autobús. Interesante de partida, por lo tanto, pero dolosamente plúmbea de resultados.