Los Hijos Se Han Dormido Copy

Las naves del matadero acogen hasta el próximo 9 de Diciembre la adaptación de “La Gaviota”, considerada una de las cuatro obras maestras del ruso Antón Chejov, del argentino Daniel Veronese, con un reparto de auténtico lujo.

Compañía: Los Hijos se han dormido.

Adaptación y dirección: Daniel Veronese.

Escenografía: Alberto Negrín.

Iluminación: Sebastián Blutrach.

Reparto: Malena Alterio, Diego Martín, Miguel Rellán, Pablo Rivero, Marina Salas, Aníbal Soto, Malena Gutiérrez, Alfonso Lara, Susi Sánchez, Ginés García Millán 

Precio: 25€. (Martes, miércoles y jueves 25% de descuento).

Duración: 1h 30m (aprox.)
Cuando y dónde: De martes a viernes, 20:30, sábados, 19:30 y 22:00, domingos, 18:30 en la Nave 2 del Matadero de Madrid hasta el 9 de diciembre.

La obra mantiene los cuatro personajes originales. Nina (Marina Salas), una joven e ingenua actriz, Irina Arkadina (Susi Sánchez), afamada y gloriosa actriz en decadencia, Konstantin Treplev (Pablo Rivero), hijo de Irina y escritor experimental y Boris Trigorin (Ginés García) escritor de renombre de la época. En torno a ellos, se articulan otros seis personajes que no hacen más que aumentar  los conflictos existentes y crear nuevos conflictos románticos con los personajes primitivos muy en la línea que buscaba Chejov. 

Veronese, en la que es su tercera adaptación de un Chejov, juega con los diferentes textos, las situaciones y los personajes moviéndolos, insertándolos y girándolos a su antojo,  pudiendo ver por ejemplo en esta última adaptación partes de “El jardín de los cerezos”, pues, según el “Con Chéjov, la preocupación, las discusiones, los conflictos, los deseos y la necesidad de realización son muy similares en sus personajes”.

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En esta pieza se plantean varias ideas potentes; el miedo a romper con la costumbre, la incomprensión, el aislamiento, el amor no correspondido… Todas ellas tratadas en diferentes conflictos, con la curiosidad, no sé si intencionada por parte del director, que casi siempre están protagonizados por artistas de sexo opuesto, normalmente en parejas, produciéndose una interesante tensión sexual ajena al propio conflicto.

La puesta en escena, sobria y escueta. Apenas dos sofás y otras tantas  mesas que parecían sacadas de algún rastro. La iluminación, siguiendo la misma línea, fija o con leves cambios, sin ningún efecto sorprendente o llamativo.  Esta simpleza en medios técnicos otorgaba todo el peso escénico de la obra a los personajes, al propio texto, demostrando que no son necesarios grandes despliegues para realizar buenas producciones.

Respecto a la parte interpretativa, luces y sombras. La cantidad de nombres y caras conocidas que inundan el cartel, auguran un trabajo de altísimo nivel, y como suele suceder, son superiores las expectativas a la realidad. 

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Entre los personajes femeninos, cabe destacar el papel de Malena Alterio, que fue de menos a más en su actuación, y Susi Sánchez, comiéndose el escenario desde su primera aparición, fue  la chispa que consiguió que las escenas estuvieran más vivas y dinámicas. En el otro lado de la moneda, la joven Marina Salas, a la que vi en ocasiones desubicada, nerviosa, muy  alta en sus intervenciones, especialmente en sus enfrentamientos con Konstantin, en definitiva, algo verde en un papel de tanto peso sobre el escenario. En los masculinos, me quedo con el trabajo de Ginés García y Aníbal Soto. 

Como curiosidad final, el comienzo. El director presenta al actor, a la persona, antes de ser personaje. La ruptura del escenario con las butacas por la ausencia de telón,  un elemento ya demodé,  nos permite observar a los actores en una actitud relajada, distendida, pasean y charlan ajenos a la entrada del público que les analiza. El director crea una duda desde el momento en el que accedes a la sala, ¿habrá algún problema técnico?, ¿se suspende la función? .No. 

Es fantástico presenciar como con solo una mirada desde bastidores, los actores se visten con su personaje y comienza el teatro.

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