Título: Torremolinos 73
Año 2003
Duración 93 min.
País España
Director Pablo Berger
Guión Pablo Berger
Música Nacho Mastretta
Fotografía Kiko de la Rica
Reparto Javier Cámara, Candela Peña, Juan Diego, Fernando Tejero, Mads Mikkelsen, Malena Alterio, Ramón Barea, Nuria González, Tina Sáinz, Thomas Bo Larsen, Carmen Machi
Productora Telespan producciones / Estudios Picasso / Nimbus Film / Mama Films
Valoración 8
Año 2003. No corrían buenos tiempos para la comedia. Una detestable hornada de de jóvenes realizadores celtibéricos se empeñaban en reivindicar el rancio estilismo de churre y pringue exhibido "ad nauseam" durante la década de los años setenta por los adscritos a la lolailocomedia landista, sacristanesca, muslomostradora y albañileropiropeante. Asistíamos impertérritos a una provechosa operación arqueológica regresante, infecunda temática y formalmente; a una especie de búsqueda de la astracanada varon dandy perdida, a la recuperación del cine de infidelidad pasodoblera, al referente audiovisual de tenerlos bien puestos, a una intervención estética al revés, a lo añejo cosa de hombres, a lo peor en pueblerino, a lo momia con rulos.
Toda esta panda de retrorealizadores tenían puesta la mirilla de sus intenciones creativas a la altura insigne de hitos tales como NO DESEARAS AL VECINO DEL QUINTO, LO VERDE EMPIEZA EN LOS PIRINEOS, DOCTOR EROTICUS o JENARO, EL DE LOS CATORCE, y, amparados cobardemente en la coartada de la revisitación analítica, lo que realmente hicieron fue apuntarse al carro coplero que ya ni se molesta en buscar Manolo Escobar allá en el río, allá en el río.
Así pues, el año de, por ejemplo, la horrenda EL ORO DE MOSCÚ, de Jesús Bonilla, el sorprendente advenimiento de esta descarada TORREMOLINOS 73 vino a poner en su sitio a toda esta trole de calcocopiantes degradadores de las bondades del género grácil por antonomasia. El film con el que Pablo Berger debutó en el terreno del largometraje supuso un golpe bajo y brillante a toda esta ristra de castizos vetustos, ejemplificando modélicamente el presupuesto de que cultivar la comedia no es sinónimo de comulgar con la sabida madeja marranera, o con la mera yuxtaposición de chistes viejos, de autocomplacientes citas facilonas, de apariciones de ilustres caretos al servicio de la (des)gracia estropeada y cadáver.
Las muy particulares peripecias biográficas de un joven matrimonio español de clase media, tirando a baja, le sirven a Berger para realizar un generoso y descocado ejercicio narrativo que, esta vez sí, sabe utilizar un referente fílmico anterior como aparente material de partida para después, a lo largo de todo el metraje, distorsionarlo, elevarlo, cuestionarlo, reventarlo y mangonearlo sin gargajear el intelecto del espectador. Nunca cae en el error fulero de intentar la cita fácil de un ignominioso corpus (la comedia española destapista de los años setenta) sin discusión estilística o formal alguna. Esto es, el joven realizador no adopta los miserables, paupérrimos recursos cinematográficos característicos de Lazaga, Ozores, Fernández, Franco, Escrivá, Aguirre, Lara Polop etc., sino que se distancia, se posiciona con firmeza y con sabiduría en las antípodas del modelo engañosamente emplazado.
TORREMOLINOS 73, en contrapartida a todos los incipientes “torrentismos” de ese año, nos refrescó como un cornete Avidesa de vainilla y chocolate, como un chicle "Bazoka" de perdurable sabor a fresa, sin degradarse en Mirinda de ricino caducado. Reconforta, ahora más si cabe, su ficticia, aparente ligereza. Pasma la solvente desvergüenza que la preña de principio a fin. Admira, en suma, el riesgo asumido en la apuesta de esconder, bajo el fingido embalaje de un liviano ejercicio evocatorio, un muy novedoso y adecuado trabajo de puesta en escena, que muestra muy a las claras, por encima de las toscas, atrofiadas maneras exhibidas casi siempre por nuestros comediógrafos, un meticuloso gusto por hacer funcionar como elemento primordial significante el andamiaje formal escogido. Por su parte, un elaborado guión que no escatima en insospechados y determinantes giros narrativos, junto a una inusitada, desgarradora y compasiva visión de la citada España de clase media, frustrada, emergente y delusoria de los primeros setenta contribuyen al éxito de la empresa.
Bergés, alertando sobre el agridulce cocinado que se nos prepara, abre el film con un gran plano general en el que se nos muestra al protagonista embelesado ante el gran cartel inmobiliario de una futura edificación – nada menos que una urbanización que lleva el no menos significativo nombre de "El Paraíso"-, que se haya enclavado en medio de un enorme solar del extrarradio de una gran ciudad. La total ausencia de la típica banda sonora yeyefestivalera (de las partiturizadas por Algueró, García Segura, etc.) con coros femeninos de insigne formato "La,la,la", el gesto cabizbajo del personaje que interpreta Javier Cámara, o su deambular solitario por el yermo paraje que va atravesando, vienen a dejarnos intuir que las andanzas de este españolito bigotudo, fondón y calvo, resignadamente, van en muy opuesta dirección al edénico inmueble publicitado.
Sin hacer esperar mucho más al desorientado espectador, no es en absoluto baladí que asistamos a continuación a la grisura resignada, rindiente, del fracaso profesional de este Alfredo, vendedor de enciclopedias a domicilio; el cartelito de "No funciona" que cuelga en la puerta del ascensor de la finca a la que entra para intentar conseguir algún pedido es bastante premonitorio del rosario de portazos que habrá de recibir el paciente comercial enciclopédico en todo su manso careto. Y no sólo de eso. El deterioro que revela el antedicho anuncito alcanza también con virulencia a la estabilidad cotidiana de este pobre perro no flaco al que, de pronto, embisten demasiadas pulgas desconocedoras de la palabra misericordia.
Digámoslo con el gozo limpio del Heno de Pravia aroma de mi hogar, el despegue de TORREMOLINOS 73 es para pellizcarse la epiglotis de puro, para bien, no creérselo. La destreza expositiva tan sopetonamente hecha ostensible durante todo este primer fragmento no tiene parangón alguno con todo el material cómico rodado en nuestro país en muchos años. La puesta en escena revela un brillante atrevimiento en cuanto al encuadre de la cámara elegido (la influencia del más sofisticado Blake Edwards no le es ni mucho menos ajena) en cada momento. Este celo formal viene intensificado en el interior de cada plano por un afanado y distinguido empeño en una desacostumbrada descripción visual de los personajes. Cada uno de ellos matiza su caracterización dramática, bien sea por el entorno en el que se halla ubicado (el solar, la larga carretera vacía, la deshumanizada frialdad de los corredores y las escaleras del edificio preludian la frustración de Alfredo), bien por los objetos que lo rodean o llevan en sus manos.
En ese sentido, es más que digno de alabar el lozano, jacarandoso tono entusiasta y humilde que se logra imprimir (en oposición a las exteriores descritas con anterioridad) a las fundamentales escenas desarrolladas en el interior del hogar del matrimonio: Carmen esperándole a él con una tortilla de patatas en la mano; los dos leyendo en la cama, él un ejemplar de un libro titulado "El deporte del automóvil", ella un tomo de "La enciclopedia de la salud"; Carmen escondiendo los preservativos como treta para con seguir su maternal objetivo...
Con todo, el insolente giro narrativo que salta tras la entrevista con el superior abre la película a unos treinta minutos frugales, regocijantes, vertiginosos. Nada más y nada menos que a este par de anodinos corrientes, a estos queribles representantes de la "ordinary people"mojigata, que malvivían en la época de los estertores entubados del dictador español por antonomasia, la vida, con más golpe que porrazo, los convierte en virtuosos estrellones del cine porno internacional, variante "domestic style with gallumbos conmotion de la Mary con his Pepe". El ritmo narrativo, consecuentemente, se despatarrra con ceñidísima presteza eurovisiva "Waterloo".
Es, sin embargo, tras el tramo de los desternillantes rodajes porno, cuando la película da un inesperado giro dramático al desarrollar de un modo casi temerario dos hilos narrativos hábilmente esbozados como son la ansiada maternidad de Carmen, y el deseo de Alfredo de rodar su primer film. Berger opta por no detenerse en la fácil iniciativa de quedarse anclado en las andanzas pornodomésticas de las dos inesperadas starlettes del "spanish casquette", y da un vuelco arriesgado e inspirador virando la atención del espectador al conmovedor y acre territorio de la sonrisa congelada. Las imágenes desilusionantes de ese Torremolinos vacío, frío, nada acogedor que acompañan la llegada del equipo de rodaje a la playa no pueden ser más esclarecedoras, ni más premonitorias del fracaso final del personaje que interpreta Javier Cámara.
Claro está, Berger salva sin ningún tipo de fisura el amargo cambio de registro, porque cuenta con la participación de dos ases que cualquier manga anhelaría poseer, dos de los SEAT Seiscientos más dotados de oficio cómico que posee el cine español : Javier Cámara y Candela Peña. Cámara es un camaleón panzudo que aúna en su hacer el porte de un Alfredo Landa antilandista, la chispa de un López Vázquez controlado de rosca y la bondad de un Isbert sin el carajillo en la gola. Su labor en esta película es una clase magistral impartida en una escuela de arte dramático bajo el epígrafe milagroso de "Como ser Fernando Esteso y Jack Lemmon a la vez y no salir inmolado en el intento". La Peña borda con hilo de oro y minifalda una Laly Soldevilla con tambor Dash espigada en Audrey Hepburn por ternura, menudez y encanto. Reververan su rostro ademanes y alfileres de Lola Gaos, candideces de gallina Caponata y mimos blancos del borreguito de Norit. No hay parangón en nuestra cinematografía a tan veloz mudanza emocional dentro de un mismo plano.
TORRREMOLINOS 73 es la última gran comedia que ha sido capaz de ofrendar el cine español. Berger ha tardado casi nueve años en volver a exponerse ante el público. Desde el Festival de Cine de san Sebastián nos llegan noticias de que su BLANCANIEVES muda y en blanco y negro ha cautivado a todo el mundo. Nos congratulamos por ello. El talento que exhibió en su primer film ya hacía preconcebir que estaba preparado para convertirse en uno d los nombres más importantes de la historia de nuestro cine.