Título original: 15 años y un día
Año: 2013
Duración: 96 min.
País: España
Director: Gracia Querejeta
Guión: Gracia Querejeta, Santos Mercero
Música: Pablo Salinas
Fotografía: Juan Carlos Gómez
Reparto: Maribel Verdú, Fernando Valverde (AKA Tito Valverde), Arón Piper, Belén López, Susi Sánchez, Boris Cucalón, Pau Poch, Sfía Mohamed
Productora: Castafiore Films / Tornasol Films
Nota: 7
La muchas veces cruenta y silente disputa que dirime esa amalgama de esquinas, culpas, vulneraciones y consecuencias que es el universo familiar vuelve a ser el parámetro ambiental dentro del cual la realizadora Gracia Querejeta mueve su atenta y falsamente nítida disposición narrativa. La fractura intergeneracional y la inflexible influencia del peso del contacto cotidiano imponiendo de modo avieso su secular sentencia de acatamientos y chasquidos.
15 AÑOS Y UN DÍA, como antes lo hicieran entre otras HÉCTOR o SIETE MESAS DE BILLAR FRANCÉS, indaga calmadamente dentro de ese campo de batalla tan propenso al reproche, al cólera y a la disputa zanjante. La madrileña ha definido una reconocible querencia por abordar esa vulnerable célula sociológica evitando caer en la frontalidad de esa estridencia. La autora de UNA ESTACIÓN DE PASO siempre se ha caracterizado por hurgar sin que el dolor de esa acometida punzante sea exhibido en primer plano. A esa cortés disciplina autoimpuesta por ella misma le interesan mucho más las razones del desasosiego que la mostración palmaria de las fricciones sabidas.
En 15 AÑOS Y UN DÍA nos acercamos hasta Jon, un adolescente conflictivo, cuya madre, Margo, actriz fracasada que no encuentra trabajo en su profesión de intérprete, es requerida por el director del centro escolar en el que aquel no cesa de generar problemas. En la reunión, a madre e hijo les es comunicada la expulsión del instituto, por un plazo de tres meses, que ha sido aprobada para que el segundo abandone el centro el resto del curso. Margo, sobrepasada por la dinámica testaruda y rebelde que parece no querer solucionar Jon, decide enviarlo a casa de su abuelo, padre de ella, un militar jubilado que vive en un pueblo costero mediterráneo, para que éste intente hacerlo entrar en razones.
Lo más estimulante de esta nueva propuesta de la creadora de EL ÚLTIMO VIAJE DE ROBERT RYLANDS radica en observar cómo le sigue funcionando la particularísima estrategia observadora de los hechos que ella misma –aquí en colaboración con Antonio Santos Mercero- perfila en el guión. De los hechos y, fundamentalmente, de sus personajes. Querejeta se muestra muy firme a la hora de abordar la nada fácil tarea de fusionar con brío, de un lado, la complejidad de un relato atiborrado de criaturas heridas, y, de otro, la necesidad de aproximarse a todos ellos de modo tan sosegado como profundo, tan hosco como apurado.
La realizadora se muestra expertísima en el cometido de afilar tanto las rendijas que exponen todos como las que procura -o ha procurado, mejor- el roce de unos con otros. De esa forma, sin mediar ningún flash-black que escenifique un hecho biográfico pasado, QUINCE AÑOS Y UN DÍA, pese a lo lineal de su apariencia –sólo la aparición de un recoveco delictivo verdaderamente dramático impondrá la necesidad de una elipsis que provocará el surgimiento de una subtrama policial solucionada con eficacia-, es un relato que bascula exógenamente hacia muchos tiempos: a tantos como puyas anidadas en las criaturas convocadas por el relato.
A cada personaje le acompañan una o varias fisuras. Querejeta no se esfuerza lo más mínimo por acorralar a sus personajes. El tesón nada impertinente de la serenidad con la que acomete la narración de los acontecimientos va encaminado a que esas fisuras evidencien intermitente, lúcida y conscientemente su inquebrantable tortura. El film es un notable ejercicio de realización en el que, dado ese interés por evitar la frontalidad dramática previsible, el propio relato cabalga sobre esa estructura deslizante, esquiva, escorada. Querejeta chafa con pantunflas de terciopelo los añicos del cristal de sus personajes.
Así, por ejemplo, en un primer momento se apunta a la relación Jon-Margo como eje fundamental, posteriormente surge la dirimida por Jon y Max, y finalmente el relato aglutina a los tres protagonistas solucionando la que cada uno de los ellos había ido batiendo con otros personajes: Jon con su madre y con todos los que conoce en el pueblo en el que vive su abuelo, Margo con sus padres y con el peso de un silencio pasado del que exigía palabras su hijo, y Max consigo mismo dirimiendo una sinceridad no pronunciada ni, primero, a su exmujer, ni después a una mujer que le reclama desde hace tiempo un acto de mínima voluntad afectiva. El relato, por lo tanto, no somete el devenir de los personajes, sino que facilita las curvas necesarias para acudir de soslayo a la mayoría de ellos.
QUINCE AÑOS Y UN DÍA es un potente y válido melodrama emocional que lucha siempre por combatir esa turbulenta premisa genérica de partida. Esto es, es un abigarrado ejercicio dramático que no tiene apariencia de serlo. Querejeta, como ha quedado dicho, no se muestra partidaria de que explosione la dinamita que oculta su relato. Lo curioso de su ejercicio es que cada personaje es una mecha encendida que podría ocasionar la deflagración. Sin embargo, esto no ocurre. A la directora le interesa mostrar el sigiloso itinerario de esa chispa itinerante; no los fuegos de artificio al final de la carcasa.
En ese sentido le ayudan confortablemente, por un lado, una puesta en escena sencilla, cordial, aplicada en la que, sobre todo, en los dos últimos tercios del relato, se aprovecha al máximo la limpia luminosidad del entrono costero en el que se desarrollan los hechos y, por otro, la precisión irónicamente tersa y educada de unos excelentes diálogos, junto con una magnífica labor actoral comandada por unos perfectos Tito Valverde, Maribel Verdú y un debutante Arón Piper, que resuelve el difícil reto que exige Jon con una arisca naturalidad, del todo irreprochable.
Gracia Querejeta vuelve a demostrar que posee eso que otros muchos no logran jamás: personalidad en su mirada cinematográfica. Quien la acuse de anodina, de simple o de destemplada es que no sabe mirar.