Pequeas Mentiras Sin Importancia Portada

 

 

Título original Les petits mouchoirs

Año 2010

Duración 154 min.

País Francia

Director Guillaume Canet

Guión Guillaume Canet

Música Varios

Fotografía Christophe Offenstein

Reparto François Cluzet, Marion Cotillard, Benoît Magimel, Gilles Lellouche, Jean Dujardin, Pascale Arbillot, Edouard Montoute, Valérie Bonneton, Laurent Lafitte,

Productora es Productions du Trésor / Europa Corp. / M6 Films / Caneo Films / Canal+ / Cofinovag / La Compagine Cinematographique Europeenne / Panache Productions

Valoración 6.5

 

Tercer largometraje de Guillaume Canet, llega a nuestras pantallas la película francesa de la temporada. Más de cinco millones de espectadores la han aclamado en su país. Una vez vista, cabe concluir que semejante éxito es bastante comprensible. Pequeñas Mentiras sin Importancia es de esa clase de obras milimétricamente calculadas para el agrado del gran público. De esas que amalgaman en proporción de prospecto farmacológico, tanto la dosis de encanto que sonríen como la porción de fraude que saben disimular. De esas que, dependiendo del tacto de quien las elabora, o bien derivan hacia lo ameno de lo primero, o bien derrapan hacia lo embustero de lo segundo. Por fortuna, Canet escora su estrategia por el lado de una estimable sinceridad expositiva. Tiene la virtud de no acomplejarse ante la calculada dificultad del envite.

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La trama argumental que desarrolla el film es bien reconocible. Nos hallamos ante una obra de marcado carácter coral: un grupo de viejos amigos pasan sus vacaciones, juntos, en la villa veraniega de uno de ellos. Año tras año, todos se desplazan hasta la costa, allí vuelven a reencontrarse y, por consiguiente, vuelven a establecerse entre ellos los mismos rifirrafes, los mismos rituales, las mismas ganas de juerga, las mismas cuestiones afectivas pendientes y las mismas complicidades en el abuso de la sobada confianza y en la búsqueda del hombro prestado para la confesión consolativa. Como se puede extraer de este somero recuento argumental, el recuerdo de Reencuentro de Lawrence Kasdan, y. sobre todo, de la inolvidable Los Amigos de Peter de Kenneth Branagh, merodea desde el principio, aunque en la obra de Canet no existe una nítida vocación de retrato generacional. La suya es más una prospección por los adentros de un grupo humano mas bien específico

Un hecho, sin embargo, ensombrece los preparativos. La película se inicia en un hospital al que ha sido trasladado uno de ellos tras sufrir un brutal accidente. Todos han acudido allí para saber de su estado. Tras verlo en la Unidad de Cuidados Intensivos, deciden continuar con los planes vacacionales, acordando recortarlos unos días, para volver a Paris cuando el malherido salga de esa unidad. Pequeñas Mentiras sin Importancia, pues, parte desde un condicionamiento apesadumbrado. Toda esta secuencia inicial, dada la cercanía contemplativa con la que Canet la resuelve, sirve como marco de una efectiva presentación de todos los personajes.

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Este preámbulo dramático, que parece estar llamado a condicionar, abatidamente, el devenir de la avenencia posterior, sin embargo, muy pronto vira hacia una ligereza lúdica que vine a significar la intencionalidad del director. Pequeñas Mentiras sin Importancia no decide arrojarse en brazos del dramón colectivo de conciencias flageladas. Canet opta por una observación participativa de esa reunión, asumiendo con su cámara la decisión de los protagonistas de continuar con los planes establecidos, privilegiando hábilmente los momentos de comedia que ese meollo colectivo y solariego impone. De hecho, alguna de las mejores secuencias del film son las que inciden en ello, porque el posicionamiento del director en el interior de ese grupo de sempiternos conocidos de ellos mismos está convocado en calidad de colega sabedor de las entretelas allí cocidas.

De ahí que el reparo que cabe reprocharle más abiertamente a su director es el retorcimiento un tanto simplón con el que soluciona los momentos emocionalmente más duros. Canet se muestra un tanto desmedido, un tanto estrambótico en el desarrollo de alguno de los conflictos. La película, en algunos trances, no sabe escapar al peligro más inminente que suele tantear esta clase de films con multitud de bretes apuntados: el de la superficialidad y, por lo tanto, la caída en el tópico (la escena final, por ejemplo, es intolerable). Cuando esto sucede, Pequeñas Mentiras sin Importancia chirría, exhibe a las claras sus costuras premeditadas, queda en evidencia ella misma en tanto que obra urdida con una preclara mixtura de emocionalidad sentimentaloide campechana.

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Sin embargo, estas evidentes demasías simplificadoras, por fortuna, no dan al traste con la sencillez y la frescura que Canet jamás niega a su cámara. Pequeñas Mentiras sin Importancia logra la proeza de sobreponerse a ese cúmulo de previsiones, pues el director sabe rendirse con nobilísima prudencia a la gran baza que atesora su verosímil retrato de grupo. Ésta no es otra sino la inconmensurable labor interpretativa de todos sus actores. El film posee esa virtud tan cara y apreciable que es la consecución de la verdad. Todos los intérpretes saben solucionar con desprejuiciada naturalidad la dificultad de unos personajes sólo pincelados de partida. Marion Cotillard, François Cluzet, Benoît Magimel, Gilles Lellouche, Laurent Lafitte y todo el resto de implicados en la vivible transparencia se emplean a fondo en una franca nitidez emotiva. Mediante ella, todos ahondan expertamente en la defensa de sus respectivos personajes.

De resultas, la visión del film es siempre muy placentera, su larga duración se hace escasa y uno sale a la calle con la sensación de que ha estado de vacaciones con un grupo de allegados de los que duele despedirse. Un tributo a la amistad y al placer de su persistencia. Pequeñas Mentiras sin Importancia nos habla de esa insustituible facultad. De la amistad, algunas veces, como problema y de la amistad siempre como solución. Del quien bien te quiere te hará llorar, pero también del quien bien te quiere, te quiere siempre. Como el huevo y la patata… que los pelan, que los cortan, que los baten, que los tiran al fuego y, tras esa tortura continuada, arrebatan sus fluidos en un glorioso revolcón compenetrado llamado tortilla. La amistad o es un bocadillo o no es nada.

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