El Havre Cartel

Título Original Le Havre

Año 2011

Duración 93 min.

País Finlandia

Director Aki Kaurismäki

Guión Aki Kaurismäki

Música Varios

Fotografía Timo Salminen

Reparto André Wilms, Kati Outinen, Jean-Pierre Darroussin, Blondin Miguel, Elina Salo, Jean-Pierre Léaud, Evelyne Didil

Productora Coproducción Finlandia-Francia-Alemani

Valoración 9

Adentrarse en su pequeño universo de extrañas ingenuidades, construidas desde la más honda de las sabidurías formales, requiere un simple y complejo paso previo: desentumecer nuestra mirada de la polución audiovisual contra la que, hoy en día, ésta ha sido condenada.

El genial, único, combativo creador de EL HOMBRE SIN PASADO exige una despojada limpieza contemplativa. A cambio de esta cautela, él nos hace la ofrenda de un genuino espectáculo cinematográfico, todo él enjuagado de nada con lo que se le pueda hacer la más mínima comparación.

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AkiKaurismaki es AkiKaurismaki, un descomunal autor cinematográfico, modestamente empeñado en la radical imposición de hipnotizar con lo exiguo, con lo construido mediante esa compleja encrucijada moral, reconocible y profunda, que es la sencillez.Kaurismaki hace, de lo aparentemente mínimo, una firme plataforma desde la que consternar, con calma, la mirada de un espectador que debe de hacer el esfuerzo de reclinarse ante su militante llaneza, ante lo absorto y cariacontecido de su microcosmos estético y moral.

En LE HAVRE, su esperada última obra, el realizador decide escapar a su crédula, solitaria, triste habitualidad finlandesa, para trasladarnos a la ciudad portuaria francesa que le da nombre. Kaurismaki, por lo tanto, cambia de ciudad, pero, no nos alarmemos, se resiste a alejarse de un puerto. El primer valor a destacar es esa fácil adaptación a un paraje distinto: la ciudad francesa es asimilada pronta y fluidamente a ese universo circunspecto, humilde y marginal dentro del que el autor ha levantado su inimitable fortaleza creativa.

En la ciudad costera francesa vive Marcel Marx, un humildísimo limpiabotas, que malvive atendido por la abnegada paciencia amorosa de Arletty, su esposa. De súbito, dos circunstancias harán que se tambalee la menesterosa dignidad cotidiana en la que el buen limpiabotas tiene urdida su existencia: una repentina hospitalización de Arletty y el casual entrecruzamiento con la desheredada figura de un niño africano que, como polizonte huido de la policía portuaria, desea llegar hasta Inglaterra para unirse con su madre.

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El film, por lo tanto, podría decirse que constituye su eje dramático inmiscuyéndose de pleno en el denominado cine social. Esto es así, evidentemente, por el meollo argumental que dictamina su entramado de acontecimientos.

LE HAVRE va de inmigración hacia ninguna parte (la tesitura del pequeño Idrissa), de desheredados pugnando por ganarse un pequeño trozo de miseria (la portentosa escena de presentación de Marcel, en la que queda perfilada, cual si de Billy Wilder se tratara, la desesperación del limpiabotas ante la escasez de trabajo), de la dureza de la vida en los aledaños de una sociedad que apenas sí repara en ellos (el trato que le brinda a Marcel el empleado de la zapatería).

Sin embargo, la grandeza de LE HAVRE es romper con cualquier peaje tópico y dejarse mecer, de pleno, en la impecable delicadeza contenida del género Kaurismaki. El autor de NUBES PASAJERAS vuelve a deleitarnos con un ejercicio en el que prima, ante todo, el respeto riguroso al mandamiento de su austera humanidad irónica.La película combina de forma magistralmente delicada, humorística e incisiva texturas propias del melodrama de Chaplin con un discurso deudor del cine realista, que, subsumidas por la autenticidad de la casa, terminan conformando un agilísimo y entrañable collage demoledoramente "kaurismakiano".

LE HAVRE incide, aunque más luminosamente que de costumbre, en esa puesta en escena calculadamente escueta, que reclama una distante y comprometida observación de las acciones de los personajes. De las acciones y, sobre todo, del cruce de deseos anhelantes que impondrán mediante la paciente captura de sus miradas.

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Kaurismaki impone poética de necesitados a un grupo de criaturas caracterizadas por una inquebrantable bondad combativa. El finlandés elude, como siempre, cualquier atisbo de sentimentalismo por lo estrictamente pudoroso que es en la exhibición de esa clemencia. El manejo de las acciones fuera de cámara se alía en esa empresa. No se reclama jamás misericordia al espectador, sólo apelar a su inquietud.

No hay nada más que pensar en la maravillosa escena de cierre. En la secuencia final de LE HAVRE, Kaurismaki es capaz de aplicar un deslizamiento inconsciente, dentro de la visualización de los hechos que cuenta. El trayecto de Marcel hacia la consulta del médico es un ejemplo de sutilidad dramática impresionante. Cada espectador será el encargado de concluirla.

El finlandés insinúa mínimas variaciones (la llamada al móvil de la enfermera, el paquete de ropa por abrir, la luminosidad del travelling directísimo hacia la figura de Arletty, la desapacible soledad de la calle, la no aparición del perro, el almendro en flor...). Pero somos nosotros quienes decidimos.

El estatismo de gestos, la intensa duración de los planos, la densa profundidad de líneas interiores quietas (ventanas, puertas, barras de bar, calles, pasillos), que dirime la fascinante capacidad de reencuadre permitida por la ubicación de los objetos en el espacio interior de cada plano, y la cómplice credibilidad prestada por unos actores completamente implicados en la causa, hacen de LE HAVRE un hipnótico ejercicio fílmico.

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Kaurismakies de esos eternos virtuosos linces que tienen el talento de convencernos de que el truco del conejo en la chistera es nuevo. La magia solo funciona si hay embeleso en quien la está aguardando. El imprescindible realizador finlandés, enajenándonos pasmosamente, nos hace creer que no hay otra magia posible más que la de ese viejo número: su cine es así de convencido, de sabio y de honesto.

Volvemos a creer en la agridulce fe suspicaz de este artesano descreído, que insiste, escéptica y estoicamente, en la pureza de los sentimientos universales. El cine, en sus manos, es un arma lírica, cargada de razón, de lucidez y de esperanza.

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