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Título: Skyfall

Año 2012

Duración 143 min.

País U.K

Director Sam Mendes

Guión Neal Purvis, Robert Wade, John Logan (Personaje: Ian Fleming)

Música Thomas Newman

Fotografía Roger Deakins

Reparto Daniel Craig, Judi Dench, Javier Bardem, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Bérénice Marlohe, Albert Finney, Ben Whishaw, Rory Kinnear, Ola Rapace, Helen McCrory, Nicholas Woodeson, Elize du Toit, Ben Loyd-Holmes, Tonia Sotiropoulou, Orion Lee

Productora SMGM / Columbia Pictures / Albert R. Broccoli / Eon Productions / B23

Valoración 7.6

La industria hollywoodiense nos está procurando, de un tiempo a esta parte, unos muy curiosos desmarques artísticos. La sempiterna práctica de una gran productora buscando los servicios de aplicados profesionales sin personalidad alguna para que solventaran la papeleta de un caro reto llamado a llenar las arcas de aquella está mutando de forma interesantísima. 

Tras el agotamiento o los resultados no esperados de algunas de estas macroproducciones en serie, son ya varios los equipos mandamases que se han dado cuenta de que apostar por esta clase de anodinos incapaces de aportar algo más que la mera pericia técnica ha llevado a condenar a los productos a una vulgaridad y a una mediocridad considerablemente fastidiosas. Se ha comprobado que contratar a un dócil que no te estropee la traca de los efectos especiales no conlleva más que a esa anodina reiteración de clichés llamada tedio. 

Tanto lo que Paul Greengrass posibilitó para con la saga Bourne como la reinvención de la serie Batman llevada a cabo por Christopher Nolan han condicionado drásticamente la política de contrataciones. No se llama a cualquiera para tratar de poner en pie el reto, ni, lo que es más importante, este reto es ya cualquier guión. Esto lo han asumido en calidad de punto de partida irrefutable quienes administran los derechos de una de las sagas más importantes de la historia del cine. Los productores del serial 007 aplicaron a su agotada criatura estas premisas y el resultado fue la magnífica CASINO ROYALE, de Martin Campbell, con un guión firmado, entre otros, por Paul Haggis (guionista de MILLION DÓLAR BABY, de Clint Eastwood). En ella, de la mano de un extraordinario Daniel Craig, el personaje de James Bond resucitaba de la parálisis facilona y architópica contra la que parecía condenado. El espía al servicio de su majestad recuperaba la disfrutable dignidad de los primeros tiempos.

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Llamó poderosamente el nombre elegido para la continuación de aquel primer capítulo de la era Craig. Marc Foster, autor de ejercicios dramáticos tan estimulantes como MONSTER´S BALL (2001) o FINDING NEVERLAND (2004) fue llamado a resolver QUANTUM OF SOLACE (2008). Aunque no llegara a alcanzar la brillantez de su ilustre predecesora –el material escrito era para la ocasión era mucho más flojo-, el suizo al menos contribuyó a que se mantuviera intacta la reivindicación humanizante, dolorosa y vulnerable del protagonista llevada a cabo en aquella. No debieron quedar descontentos los ejecutivos con los resultados cuando para la nueva entrega han sorprendido con la elección de un profesional de parecida procedencia artística a la de Foster, esto es, de un cineasta alejadísimo de la parafernalia de las películas de acción.

No vamos a negarlo, quien esto escribe era uno de los muchos curiosos expectantes ante lo que Sam Mendes fuera capaz de hacer frente al inesperado reto de situarse al mando de unas riendas tan opuestas a las de AMERICAN BEAUTY (1999) o REVOLUTIONARY ROAD (2008). No resulta ni mucho menos incomprensible semejante inquietud, pues las peripecias internacionales del espía más famoso de todos los tiempos casan bien poco con la excelente capacidad diseccionadora de espacios intramuros familiares acreditada de forma tan descarnada, sobria e hiriente como en el citado film protagonizado por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio. 

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Era de esperar que las aristas personales insinuadas en los dos precedentes más cercanos en el tiempo fueran el material dramático sobre el que acechara la punzante mirada del creador de la genial CAMINO DE PERDICIÓN. SKYFALL concluye siendo la notable radiografía de las vulnerabilidades secretas de un resucitado, un paseo intrincadamente efectivo por las inseguridades de un héroe obligado a mirarse en el pozo de su abatida resistencia, un rastreo por la desubicación existencial de un profesional con su razón de vivir cuestionada y en el punto de mira de una fulminante extinción.

Son varias las claves las que contribuyen al éxito de SKYFALL. La primera de ellas, sin duda, el afán definitivamente distanciador con respecto al aura tipificada del personaje y, por lo tanto,    también al propósito maquinadamente mordedor en el hombre habitando tras la máscara de su leyenda. Esta entrega va mucho más allá de lo que ya consiguió CASINO ROYALE. El objetivo se cumple en todos los niveles, tanto en la puesta en escena dirimida por Mendes como en el guión firmado por John Logan, Neal Purvis y Robert Wade. 

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Éste último brinda una aguerrida ilación de acontecimientos en los que prima mucho más el combate verbal entre los distintos personajes que la inserción de las clásicas secuencias de acción marca de la casa. SKYFALL persigue mucho más una intensidad originada por la angustia individual de cada uno de aquellos que la mera excusa para la acrobacia, el vértigo y el espectáculo. Los duelos de miradas hechas alfileres y de palabras mordidas cargadas de munición emplazan a todos los personajes convocados: a Bond contra M, a M contra Mallory, a Bond contra Silva, a Silva contra M, a Bond contra Eve, y a Mallory contra Bond.

Así, por ejemplo, no resulta nada casual que la resolución de la sempiterna secuencia de apertura dé con el cuerpo de Bond lanzado a la corriente de un río, inconsciente, y con una bala incrustada muy cerca de su corazón: nunca en la historia del agente secreto los títulos de crédito habían estado teñidos de semejante luctuosidad  amenazadora, ni se habían visto precedidos de una secuencia que visualizara un devenir inicial tan aciago como éste, que, inexorablemente,  define una simbólica sepultura  del personaje. 

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La lectura de esta elección es muy significativa. Ya no vuelve a haber otra secuencia similar. La resurrección del protagonista (Daniel Craig instalado dolientemente en su rauda y económica perfección) define la abolición del caprichoso prototipo acabado que estaba protagonizando el serial. No más tracas gratuitas, no más azarosos divertimentos tecnológicos, no más seducciones por doquier. El Bond que regresa es un Bond nuevo, y el vehículo cinematográfico que le debe dar cobijo, por lo tanto, también. 

No debe extrañar  que otra de las sorpresas fundamentales del film sea la magnífica importancia con la que se acota la presencia de M (soberbia, como siempre, Judi Dench) en esta aventura: el ahondamiento en el perfil paternal del personaje es tan espléndido como coherente y necesario, pues la trama depara un jugoso planteamiento narrativo que la implica en un lacerante juego de cuervo que expone sus ojos para saciar la voracidad del hijo malquerido.  

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Y, finalmente,  tampoco resulta baladí que el héroe se vea obligado a bucear en su memoria para solventar el peligrosísimo entuerto, ni que la soberbia caracterización psicológica dispuesta para el malvado de la función (un Joker de Nolan, adornado de matices Hannibal Lecter, al que Javier Bardem presta una impresionante fisicidad y una divertida depravación) se remate con el hecho de que su objetivo final diste mucho de ser la consecución de un poder armamentístico, la adquisición de un tesoro de valor incalculable o la desestabilización internacional   en aras de un megalómano plan geoestratégico. La trama de SKYFALL apunta a la propia biografía de los protagonistas como elemento medular, como encrucijada de secretos tortuosos y ansiosos de ajuste, como territorio en el que confluyen las claves de un corrosivo, traumático conflicto personal.

En cuanto a la puesta en escena, Sam Mendes sabe arrimar la candente ascua a su sólida orilla analítica. Al privilegiar esta nueva liturgia dramática al producto el realizador sale más que airoso del evite, pues demuestra sentirse comodísimo en una aventura que exige mucho más la radiografía de las criaturas que se entrecruzan dentro de ella que la visualización espectacular de las acciones que provocan sus decisiones. No hay más que contemplar la resolución de la escena final del film, con ese momento inolvidable en el que dos de los personajes disponen sus respectivas cabezas a la suerte de un tiro que puede acabar con la vida de los dos. SKYFALL, no hace falta exponer más razones, se convierte en el mejor Bond de los últimos 35 años. Que no decaiga la fiesta.

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