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Título: Take Shelter

Año 2011

Duración 93  min.

País USA

Director Jeff Nichols

Guión Jeff Nichols

Música David Wingo

Fotografía Adam Stone

Reparto Michael Shannon, Jessica Chastain, Shea Whigham, Katy Mixon, Kathy Baker, Lisa Gay Hamilton

Productora Sony Pictures Classics

Valoración 9.5

Con TAKE SHELTER, Jeff Nichols se consagra definitivamente como uno de los más interesantes narradores con los que cuenta el panorama cinematográfico del cine actual. La capacidad para la indagación en la tortuosa tesitura dramática de un personaje acribillado de incertidumbres y laberintos,  como es el protagonista de este asombroso ejercicio, no puede más que sancionar la incontenible solvencia de un cineasta capacitado para resolver la más aguda de las complejidades. Resulta escalofriante ser testigo del pulso con el que sabe encaminar la hosca cirugía psicológica que dirime la magnífica propuesta. En otras manos ésta quizás hubiera derivado en un vulgar relato pseudoterrorífico. En las suyas, en cambio, el espectador nota como su retina es atravesada por una modélica puesta en escena en la que prima mucho más la paciencia contemplativa que la urgencia por explicitar evidencias.

El film supone básicamente la radiografía de Curtis Laforche, un operario de una empresa dedicada a obras de ingeniería hidráulica en un pequeño pueblo cercano a Ohio. Curtis está casado con Samantha y vive una vida modesta, nada desahogada, muy pendiente de la pequeña Hannah, su hija de seis años. Hannah es sordomuda y necesita de una atención educativa especial. Los padres están a la espera de una llamada telefónica del hospital en el que le pueden practicar una intervención que atenúe el problema de la menor.

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Pese a que la descripción del ambiente familiar enturbiado por la inquietud de los padres y el comportamiento ausente de Hannah es una pieza fundamental del planteamiento dramático de la historia, la diana de la radiografía emprendida por Nichols será el laberinto de dificultades subjetivas que acumula la personalidad de Curtis. Además de sernos presentado como un tipo introvertido, muy preocupado por la minusvalía comunicativa de su hija, poco a poco, vamos a ir advirtiendo una serie de actitudes en su comportamiento que van a ir enrareciendo imponentemente el desarrollo de la narración.

Curtis, la puesta en escena así lo significa, sufre la acechanza de una serie de visiones que lo tienen a mal vivir. Un oscurecimiento en el horizonte, unos nubarrones más que amenazadores, una bandada de aves… una serie de premoniciones que van alterando su estabilidad y que, además le provocarán unas horrendas pesadillas en las que, algunas veces, aparece involucrada la figura de su hija. Nichols atiende a toda esta abrasiva metralla de zaherimientos con una paciente pujanza en la que no se vislumbra el más mínimo atisbo de compasión por el personaje, pero que en ningún momento conlleva a que el espectador desentienda su piedad para con el doliente protagonista.

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Esta afilada justicia observativa se convierte en la virtud más incuestionable de este sobresaliente film. Causa inusitado asombro ser testigo de la extraordinaria capacidad del realizador para, de un lado, mantener una prudente distancia con respecto a las acciones que emprende Curtis y, por otro, saber exprimir al máximo las posibilidades que dispone la borrascosa desesperación callada por él dirimida. La película es tan diáfana en la escenificación de todos sus movimientos y de todas las puyas fenomenológicas que lo flagelan como irascible y angustiosa en el acoso que le inflige. 

Nichols aprovecha al máximo los pocos elementos tanto narrativos como escénicos que implica en su contundente, perturbante y radical vislumbración. De un lado, como resulta obvio, los desasosiegos que va esbozando el perfil de Curtis (su aspecto, su carácter taciturno, sus visiones, los malestares –pesadillas, sudoraciones, incontinencias nocturnas- que le generan el sufrimiento por ellas, su pasado enfermizo, el historial patológico de su familia, etc.), y, por otro, toda una serie de apremios y desconciertos externos al personaje, que van a ir hostigando de forma casi tan imperiosa como aquel: el comportamiento solitario de Hannah, los agobios familiares económicos que ocasiona su operación, el dispendio en las cuentas que ocasiona la reforma del refugio, los problemas laborales en la empresa debido a ésta última, su relación  con su amigo en el trabajo, la desconfianza de la esposa.

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Con todo, el mayor acierto del film lo impone la sutilidad escénica dirimida por la atención de Nichols. Su decisión de librar a su puesta en escena de cualquier atisbo efectista, grandilocuente o engañoso permite que TAKE SHELTER solucione de forma magistralmente limpia e inquietante todos y cada uno de los enigmas que plantea. La cámara del director se alía médicamente a la personalidad de su protagonista, de ahí que todo fluya con cautela, con imperturbabilidad, provocando que cada cambio de plano sea asimilado por el espectador como la posibilidad de un nuevo temor introvertido. 

El estatismo de la cámara, la calmada disposición de todos sus movimientos, la serena perplejidad ambiental que dispone la utilización de los vastos espacios abiertos prestados por el ámbito espacial agrícola en el que se desarrolla los hechos (el terreno exterior al hogar o en el que trabajan los empleados de la empresa,  el cielo despejado tanto en la cotidianeidad de los personajes como en las alucinaciones del protagonista,  los campos  de los alrededores) otorgan una incertidumbre de muy difícil consecución, teniendo en cuenta, por ejemplo, la ausencia casi total de escenas nocturnas. 

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En este sentido, resulta magistral la decisión de Nichols de no prestar un solo plano a la construcción interna del refugio. Se refuerza la condición enigmática de los pensamientos del protagonista (un antológico Michael Shannon). La impresionante escena en su interior funciona a la contra de todo lo expuesto: los tres protagonistas encerrados al temor de una meteorología exterior furiosa y a la proximidad de una posible locura definitiva con la vía de escape vetada. El plano de los tres personajes con la máscara de gas resulta poco menos que inolvidable.

El suspense máximo, por lo tanto,  lo irá segregando la incerteza de la naturaleza de los padecimientos alucinados de Curtis: ¿Nos hallamos ante un ser poseedor de una desatada y fustigante sensibilidad visionaria y apocalíptica,  ante un paranoico con su enfermedad saltándole las alarmas o ante un buen hombre acorralado por una lacerante contrariedad familiar?  El film responderá, pero  administrando con calculada ambivalencia la disquisición de ese dilema. Sin una sola fullería, densa, amortiguadamente, sembrando el camino hacia la solución final con creíbles interrogaciones narrativas, extenuando hasta el límite la opaca fragilidad maltratada de su portentoso personaje central, TAKE SHELTER concluye revelándose como una implacable lección de tormentosa entereza cinematográfica. 

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