Las Brujas De Zugarramurdi Foto 21

Título original: Las brujas de Zugarramurdi

Año: 2013

Duración: 112 min.

País: España

Director: Álex de la Iglesia

Guión: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría

Música: Joan Valent

Fotografía: Kiko de la Rica

Reparto: Hugo Silva, Mario Casas, Carmen Maura, Terele Pávez, Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Carolina Bang, Gabriel Delgado, Macarena Gómez, Enrique Villén, María Barranco, Javier Botet, Manuel Tallafé, Santiago Segura, Carlos Areces, Alexandra Jiménez, Javier Manrique

Productora: Enrique Cerezo P.C. / La Ferme! Productions

Nota: 6.7

Álex de la Iglesia continúa inasequible a su propio veredicto: LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI vuelve a situarnos frente a un torrencial disfrutador  del arte cinematográfico, frente a un brillante todoterreno realizador, siempre dispuesto a complicarse la existencia argumental que, de puro empeñado en la suficiencia de un riesgo desmedido, termina por autolesionarse la grandeza fraguada durante la mayor parte de cada periplo. De la Iglesia como solución, De la Iglesia como traba. De la Iglesia como material ignífugo y salvaguarda, De la Iglesia como deflagración y  percance.

El autor de MUERTOS DE RISA vuelve por donde solía y, tras esa fallida intentona de autocontrol que fue LA CHISPA DE LA VIDA, decide retornar al terreno que tan exitosas mieles le deparó, por ejemplo, EL DÍA DE LA BESTIA. El film protagonizado por José Mota y Salma Hayek no cumplió con ninguna de las expectativas aunadas en él: ni las comerciales, ni, sobre todo, las artísticas, pues el notorio esfuerzo de contención desde el que partía terminaba convirtiéndose en lastre despersonalizado, anodino, impersonal.

LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI, desde el primer momento, se esfuerza por poner tierra de por medio con respecto a ésta. La cinta propone ese característico brebaje suyo en el que la amalgama descacharrante, vertiginosa, irredenta y cargada de referencias se torna algarabía –pertinente, bien encaminada en principio-, dentro de la que posicionar su gusto por la comedia de acción terrorífica, por el festival tragicómico de inequívoco regusto celtibérico, instalado cómodamente en el soporte narrativo prestado por el canon de la acción hollywoodiense. De la Iglesia como siempre haciendo,  de la miscelánea, virtud. Y del refrito, vara de medir.

La película se inicia con un robo: un grupo de hombres disfrazados de estatuas humanas ambulantes, cada uno de ellos caracterizado de forma distinta (un Jesucristo dorado, un soldadito verde, un Bob Esponja, un hombre sin cabeza, etc.), asalta un local de compraventa de oro, sito en plena Puerta del Sol madrileña. Pronto descubrimos que, dentro de él, cumpliendo importantes tareas informativas, hallamos a un niño de ocho años. Se llama Sergio y es hijo de José, el Jesucristo con rifle en la cruz.

Como era de esperar, el atraco no sale conforme a lo planeado y tres de los integrantes del grupo de ladrones armados (José, su hijo y Antonio, un joven de escasas luces, a quien su novia le quita el coche en el que debían escapar tras hacerse con el botín) acaba huyendo del acoso policial a bordo de un taxi obligado a detenerse a punta de pistola. las-brujas-de-zugarramurdi-imagen-4 copy En él,  se hallan su conductor, Manuel, y el cliente que en ese momento ocupa el asiento trasero, un señor que no hará otra cosa sino exclamar que sólo quiere llegar a Badajoz, tras conocer que las intenciones de los atracadores es la de irse hacia Francia.

De camino al país vecino, paran a cenar en Zugarramurdi, un pueblo de las vascongadas profundas, famoso por sucesos ocurridos siglos atrás que lo entroncan con el mundo de la brujería, la Inquisición y los ajusticiamientos mágicos. Sin saberlo, los cinco fugados van a ponerse en el disparadero de un grupo de mujeres para las que su llegada es algo más que una mera casualidad del destino.

Pese a lo que pudiere desprenderse de lo expresado en el primer párrafo del presente escrito, lo primero que cabe decir de LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI es que el realizador bilbaíno depara la que, sin duda alguna, es su mejor obra en bastante tiempo. El film, pese a calcar, reincidir, en todos y cada uno de los estigmas que malogran la estimulante obra de su creador, es superior a la mentada LA CHISPA DE LA VIDA, a la abusivamente ampulosa BALADA TRISTE DE TROMPETA y a la curiosa CRIMEN FERPECTO.

De ahí que dé tanta rabia el empeño de De la Iglesia en persistir en un afán desmelenante, cuando ha sido capaz de pergeñar un dispositivo en el que el control, la mesura y la plena mostración de facultades  han sido anexados con  desprejuiciada fluidez. Y es que, digámoslo ya, LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI impone un arranque original al que sigue un desarrollo de la historia principiada que sólo cabe calificar de formidable, pues el realizador sabe estar a la altura de un estupendo guión que atiende con agudeza y detallismo tanto al curso de acaecimientos como a la observación de sus apurados personajes.

Pese a que el inicio del film lo configure la holgada escena de apertura circunscrita al robo, la historia central no arranca hasta que los tres personajes principales secuestran el taxi y comienzan su fuga.las-brujas-de-zugarramurdi-foto-22 A partir de ese momento, podemos dividir a aquella en los  episodios que disponen la huida y la convivencia dentro del auto, la llegada a la aldea, la toma de contacto con una extraña familia compuesta por tres mujeres de distinta generación (Graciana, la madre, Marichu, la abuela y Eva, la nieta), el descubrimiento de las intenciones de éstas y el inusitado desenlace de los acontecimientos.

Con mucha diferencia, lo mejor de LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI se cuaja en los tres primeros. La convivencia por obligación de los dos atracadores, el niño, el taxista y el ocupante permite al realizador la oportunidad de exhibir su rotunda capacidad para la definición de caracteres y para la observación de personajes acorralados por una situación gravísima que los sobrepasa de forma inmisericorde.

Apuntes como las desavenencias entre José y Antonio (un, contra pronóstico, sensacional Mario Casas, resolviendo con soltura y eficacia un papel al que procura un constante chorreo de asombrosa comicidad verbal), las incursiones de la esposa del primero, la revelación del taxista, o la solución deparada para el ocupante imponen una deliciosa reivindicación de los mejores frutos de la comedia española de los años cincuenta y sesenta:las-brujas-de-zugarramurdi-imagen-1 el españolito profundo como símbolo tragicómico de una sociedad generadora de individuos desgraciados, infelices, solo capacitados para la chapuza y el despropósito.

Las continuas alusiones a la tiranía del rol femenino en la actualidad imponen tanto una puesta al día del referente homenajeado como un pertinente elemento augurador del destino al que habrán de enfrentarse todos ellos, esto es, un grupo de brujas para quienes la llegada de esos machitos en fuga no será sino el alimento para una celebración que ellos desconocen. La familia de brujas contra la que van a ir a parar no son sino el correlato terrorífico del cotidiano que representan las distintas esposas de los personajes.

La llegada al pueblo depara la aparición de la familia de Graciana. El relato se oscurece no sólo porque se desarrolle de noche, sino porque la “road movie” racial que ha sido emprendida va a dar paso a la comedia terrorífica augurada en el título del film. La presentación de las malignas sigue procurando la sorpresa de un Álex de la Iglesia humildemente eficaz con respecto a los apuntes descriptivos, cómicos y sorpresivos imbricados sin que emerja atisbo alguno de desafuero escénico: la mujer traqueteomizada, el ojo al final del inodoro, la televisión con cintas de VHS pretérita, las explicaciones de Marichu en la taberna, la primera aparición de Graciana, la rivalidad de José y Antonio al conocer a Eva…las-brujas-de-zugarramurdi-imagen-3 copy

Sin embargo, por desgracia, esa humildad corrosivamente combatida, que tan buenos resultados le ha dado hasta el momento del largo finiquito, torna a ser despreciada por un Álex de la Iglesia al que no parece dolerle un ápice la suma de balazos autopropinados en el menisco que constituyen los desenlaces dentro su filmografía. Parece mentira que se muestre tan permisivo con la barbarie sin ton ni son, excesiva, megalómana y, sobre todo, insuficiente, pues pone de manifiesto la escasez de medios de los que dispone para una resolución de secuencias que, a todas luces, requieren de un presupuesto para efectos especiales mucho mayor.

En el caso de LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI podemos afirmar que, literalmente, ni el realizador ni el guionista saben cómo concluirla. La opción de la desmesura vuelve a ser la causa de que el film concluya suicidándose contra una traca imposible, desmedida, que difumina la singularidad de los personajes y que, además, ha sabido ser despreciada durante todo el metraje precedente. Una pena absoluta, puesto que, como ya ha quedado dicho, Álex de la Iglesia acredita que sabe de cine y, sobre todo, que sabe hacerlo imponiendo que sus planos suden el placer de estar siendo construidos.

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