Los Sonambulos 1

Título original: Los sonámbulos

Año: 2019

Duración: 107 min.

País: Argentina

Dirección: Paula Hernández

Guion: Paula Hernández

Música: Pedro Onetto

Fotografía: Iván Gerasinchuk

Reparto: Érica Rivas, Ornella D'Elía, Daniel Hendler, Luis Ziembrowski, Rafael Federman, Marilu Marini, Valeria Lois, Gloria Demassi, Teo Inama Chiabrando, Simon Goldzen

Nota: 8.1

Magnífico ejercicio de solvencia dramática, caldeada con una progresión admirable, el que la realizadora argentina Paula Hernández propone en esta tensa madeja de estallidos pendientes de piromanía y traca final desde la que queda apuntalado el agrio clima examinador de LOS SONÁMBULOS. Hernández sabe afirmarse con pericia en este corpus argumental, muy reconocible y transitado, definido por la decisión de establecer toda una trama en torno a un núcleo familiar reunido. Un cónclave de lazos sanguíneos que, desde muy pronto, no tarda en ser divisado como encrucijada, como hastío de no pocas rigideces, de no pocos respetos resquebrajados, de no pocos resentimientos con la reparación acatada como impedimento.

Exquisitos avisperos radiografiadores de esta armónica degradación como las clásicas CELEBRACIÓN, de Thomas Vinterberg o LA CIÉNAGA, de Lucrecia Martel, vienen a la memoria de forma rauda. Paula Hernández sortea el peligro del calco o la reiteración afinando mucho el tino de su propuesta, reclamando para sus personajes una sólida singularidad, y, sabiendo ocultar con mucha mesura que, pese a esa apariencia coral indudable, su aportación a este subgénero poco a poco vaya revelando que el itinerario secreto del film quede delimitado a un intenso duelo de interacción materno/filial.

No resulta ni mucho menos baladí, a tal efecto, que tanto el arranque como la resolución de LOS SONÁMBULOS queden resueltos haciendo que el peso de ambas responsabilidades caiga en el encuadre de dos únicos personajes, las dos protagonistas centrales del relato, Luisa y Ana, una madre y una hija sobre las que gravita problemática y celadoramente el malestar de la magnífica escena de apertura de la película. En ella, vemos como la primera camina angustiada por las distintas estancias de su hogar. Es de noche. Todo está a oscuras y ella va exhibiendo una evidente congoja hasta que descubre de pie, completamente desnuda, a Ana. No tardamos en apercibirnos de que ésta es sonámbula. Un fino reguero de sangre baja por sus piernas. Con todo el tacto posible, Luisa la acuesta en su cama, la limpia y la deja descansar. Este celo protector, preocupado, atento, de modo sagazmente sutil y conflictivamente puntual, va a ser vehiculado como el hilo secreto pertinaz sobre el que va a quedar articulado el escueto periplo narrativo del film.

Tras este prefacio nocturno y conmocionador, LOS SONÁMBULOS va directa a su enjundia, esto es, al retrato inmisericorde y detallado de una familia y su flamígero repudio de bagajes pretéritos, su fotogénico panal de reconcomios incompatibles, su estival catarsis de álbumes, remembranzas y cóleras de sobremesa. El cartel de “Se Vende” que permanece colgado a la entrada de la finca ya advierte de que nos acercamos a un reconocible catálogos de despechos y antagonismos de compra y venta. Una matriarca, sus tres vástagos, la pareja de uno de ellos y todos los nietos de la primera, a excepción del nieto mayor, que se presentará más tarde, de sorpresa, y cuya llegada catalizará los precipicios intuidos hacia el espacio de la cruenta puesta en común final.

La realizadora acomete la tarea de introducirse en este archiconocido patrón dramático postulando una inmersión en él notablemente naturalista, con una cámara atenta a la progresión de reacciones y desapacibilidades, sin que en ningún momento se permita, eso sí, una sola estridencia que no esté corroída de ácida pertinencia. Hernández privilegia un difícil naturalismo escénico que logra siempre estrujar de vívida desinhibición. A semejante concreción le ayuda la impecable complicidad de un elenco actoral que, liderado por la inmensa precisión involucrativa de la siempre perfecta Erica Rivas, presta a la función la chispa precisa y la réplica súbitamente incisiva reclamadas por la intencionalidad tan luminosa como punzante y cabal de la autora, a la hora de inmiscuirse en el seno de esta familia con la irascibilidad no durmiente, siempre al acecho de una bonhomía emponzoñada de esa costura tan frágil que es la apariencia.

 

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