Matria 1

 

Título: MATRIA

Duración: 99 min.

País: España

Dirección: Álvaro Gago Díaz

Guion: Álvaro Gago Díaz

Reparto: María Vázquez, Santi Prego, Soraya Luaces

Música: Patricia Cadaveira, Marcel Pascual

Fotografía: Lucía C. Pan

Sección: Panorama

Nota: 8

COMENTARIO CRÍTICO:

Siempre tuvo bien claro Álvaro Gago que el laureadísimo cortometraje que realizó en torno a su querida amiga Francisca, la mujer que cuidó de su abuelo en los últimos años de su vejez, se quedaba muy pequeño para todo el cúmulo de vicisitudes laborales y personales que, lo sabía de buena cuenta, esta le procuraba como material a partir del cual levantar una tentativa audiovisual. Seis años más tarde, fruto de esa deuda, de ese menoscabo inaplazable que, en modo alguno atenuaba la severa intensidad de la obra resultante en 2017, aquella MATRIA se ha convertido en un largometraje homónimo. Ya no lo protagoniza la misma Francisca, todos los dilemas expuestos en él no son fielmente suyos, pero, por fortuna, las modificaciones impuestas por la naturaleza obviamente disímil del proyecto, no modifican un ápice la visceral verosimilitud afanativa, lograda en el corto originario, ni la extenuada aproximación que necesita el muy reconocible perfil del personaje. Francisca, en su versión ficcionada, cede su identidad a Ramona, interpretada (o, para ser justos, latida con vehemente pureza) por una inmensa María Vazquez. El film, sin someterse jamás a una linealidad dramática definida por una concatenación de aconteceres, se juega su devenir en la vigilancia extrema, nerviosa e insatisfecha de los esfuerzos de Ramona por sacar su vida adelante. A través de ella, se traza el perfil de una mujer de cárácter tozudo, extrovertido, valiente, conflictivo y decepcionado. Ramona apechuga con un menesteroso pluriempleo, con una vida afectiva naufragada y con un ámbito familiar marcado por las discusiones constantes con una hija casi adolescente que no quiere vivir junto a ella. La observación que se hace de la protagonista es tan sincera como espinosa. El mayor acierto de este film radicalmente franco lo impone la severa concreción que el realizador consigue en el retrato femenino que urde. Ramona no es compendio, ni crisol, ni paradigma. Es la suma de ardides, amarguras, excesos y generosidades de un personaje arduamente cincelado, que la entrega de una actriz virulentamente volcada y el púdico tesón de un realizador que encauza ese trabajo dentro de un rigor contemplativo muy estricto, convierten en trasunto puntual de esa desguarnecida encrucijada de exigencias mal pagadas que sigue implicando hoy en día asumir el rol de ser mujer trabajadora.

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