Sección: FÓRUM
Dirección: James Benning
Nota: 9
Acudir al cine de James Benning se antoja experiencia balsámica, depuradora, arqueológica, artesanal y, sobre todo, retrospectiva. El norteamericano, incólume a la más mínima actitud renunciativa, juega a desproteger la retina del espectador. A proponerle el esfuerzo de recuperarla para un despreciado instinto investigador. Sigue empecinado en convertirla en revuelta, en salto al abismo primigenio, enfrentándola a una concepción del arte cinematográfico completamente ajena a la polución desnaturalizada, al flujo de imágenes vencidas en el que se ha convertido hoy la práctica espectadora.
Insigne abanderado del cine experimental norteamericano desde hace cinco décadas, la Berlinale tiene la exquisita decencia de dejarle hueco en su programación, siempre que este veterano imprescindible y perdurable ha concluido una nueva muestra de su minimalista, pretérita y, al tiempo, libertaria, particular, recóndita y bregadora sapiencia fílmica. Este año, quienes veneramos la milagrosa vitalidad de su testarudez, nos hemos acercado hasta ese templo memorioso de la liturgia espectadora berlinesa que es el Delphi Filmpalast para reencontrarnos con él y con LITTLE BOY, su última ponencia audiovisual.
No más de 25 planos necesita Benning para exponernos un nuevo artefacto lírico-expositvo, en el que el espectador tiene que hacer de su cómoda butaca una ruta por la que desplazarse hasta entrar en el rompecabezas ensayístico, exhortador y párvulo, proclamado con fértil simpleza encuadrativa en la pantalla.
El encadenado de iteraciones con variantes consiste en, primero, situar dentro de un plano muy cerrado unas manos que pintan las piezas de un pequeño desmontable infantil. Sobre esa imagen suena un tema musical (Nat King Cole, Cat Powers,Tracy Chapman, Sinead O'Connor, etc.). A este plano le sucederá otro en el que vemos el pequeño objeto de plástico completamente montado y pintado. Sobre este objeto inamovible, se escuchará la grabación radiofónica de personajes de muy diverso rasero (Eisenhower, Hillary Clinton, un activista xenófobo, una alumna de una escuela, etc.). Ocho segmentos dobles, más una imagen de prólogo y otra en el epílogo de cierre. Nada más que eso.
Arrimando por completo el acto de contemplación cinematográfica a la experiencia museística del arte conceptual, cual si la labor de un director fuera la de un curador o museógrafo, Benning sin esfuerzo alguno complejiza la experiencia convocando la pureza y la ingenuidad de la manualidad infantil. Del choque entre este entramado retórico con tres vértices (la imagen encuadrada, el material sonoro adjunto y esa depuración escolar con la que la primera está concebida), estalla un caudal de heterodoxia poético/alertadora, inaprehensiblemente lúcido, escurridizamente aplomado y firme. El pesimismo resultante se antoja lógico. La historia se faculta como mensaje no aprendido; por lo tanto como condena de obligada e impotente iteración.
Benning filma sentencias sobre el mundo que nos rodea utilizando la imagen como la pensaron los primeros que vislumbraron en ella toda su ingente potencialidad. Si existe una esperanza, es persistir en la búsqueda de esa sabiduría, de esa pureza de conocimiento inconformista.