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Dirección: Steven Soderbergh

Reparto: Lucy Liu, Chris Sullivan, Callina Liang, Eddy Maday, West Mulholland, Julia Fox 

Nota: 5

Soderbergh, ese frágil e indómito encanto del capricho. El autor de TRAFFIC hace años que no esconde ese modus operandi desde el que concibe su tarea como cineasta según el cual su instinto solo de debe a una suprema voluntad: la de no atender a fijeza alguna, esto es, la de plegarse a una multidisciplinaridad que le obliga a acometer proyectos siempre disímiles entre sí (veamos el surtido: CONTAGIO, MAGIC MIKE, KIMI, INDOMABLE,  su díptico sobre el Che Guevara,  EL BUEN ALEMÁN, la saga OCEAN'S) pero siempre impelidos por un mismo afán, digamos que ensayador, que evidencia una especie de avidez de laboratorio tan curiosa y estimulante como, muchas veces, fallida. PRESENCE, por desgracia, pertenece a este grupo de yerros.

El film se constituye como una personal exploración del autor de THE GIRLFRIEND EXPERIENCE en el universo del cine de terror fundamentado en el protagonismo dado a fenómenos sensoriales. Una familia se muda de casa. La hija menor, una adolescente de unos 16 años, que no acaba de superar una terrible experiencia personal (la muerte de una amiga) comienza a notar dentro de ella, muy pronto, la vigilancia de una presencia invisible. La sospecha de que se trata del espíritu de su amiga fallecida desencadenará un álgido malestar que atentará contra la calma familiar pretendida con la mudanza.

Como se puede deducir de lo expresado en el párrafo anterior, la incursión de Soderbergh en el terreno del género del terror es asumida como una coartada mediante la que emplazar ese ansia no conformista, de lúdico caracter pseudoexperimental, tan característica del autor de SEXO, MENTIRAS Y CINTAS DE VÍDEO. En PRESENCE, tardamos muy poco en reconocerla, se trata de un protocolo observativo rigurosamente definido por dos decisiones de puesta en escena que el realizador acata como límite imposible de ser sorteado: todos los hechos narrados acaecerán siempre dentro de la casa (o desde lo que desde ella se alcance a atisbar) y, además, en todo momento aquellos serán encuadrados desde el punto de vista subjetivo del espíritu presentido por la adolescente.

Soderbergh estimula una contemplación escurridiza, volátil, inquieta, nunca detenida, agazapada. La presencia oculta se torna campo de visión, ojo contemplador y, en determinados momentos, personaje capaz de ejecutar actos puntuales por ella asumidos como necesarios, urgentes. Queda emplazada una sugerente vindicación hitchcockniana: la cámara se integra en la acción no como una ventana inocente sino como prisma con facultad para hacerse notar. La mirada cinematográfica, por lo tanto, ungida de voluntad, empeño, intención.

El problema de PRESENCE es el extremado rigor con el que este dispositivo formal es hecho comprometerse en un entramado argumental que, en su segunda mitad, toda vez que el enigma vislumbrador ya ha sido revelado en toda su preeminencia, se muestra incapaz de sostener semejante andamiaje escrutador. El guión no está a la altura de esa pirueta (desfallece en el intento de darle soporte intensivo) y, por lo tanto, la menoscaba, la condena a verse convertida en una prisión mucho más caprichosa que exigida. A una primera parte en la que la mediación de unos saltos temporales de inquietante implantación bastan para acotar con precisión los distintos conflictos familiares arrastrados por cada uno de los protagonistas, le sigue en la segunda un desarrollo de estos sujeto a unas derivas forzadas hasta el límite de la injustificación y la premura. La exigencia de esa presencia fantasmal termina por ver diluido el hálito turbio, evanescente, atemorizado con el que se la convoca. Es entonces cuando el recuerdo de A GHOST STORY de David Lowery arrincona, casi deslegitima la proposición de Soderbergh. 

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