Contagio

Título original Contagion

Año 2011

Duración 106 min.

País USA

Director Steven Soderbergh

Guión Scott Z. Burns

Música Cliff Martinez

Fotografía Peter Andrews

Reparto Matt Damon, Kate Winslet, Laurence Fishburne, Marion Cotillard, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Bryan Cranston, Jennifer Ehle, Sanaa Lathan, Elliott Gould, John Hawkes, Chin Han, Monique Gabriela Curnen

Productora Warner Bros. Pictures / Double Feature Films / Participant Media / Regency Enterprises

Valoración 7.5

El siempre inquieto Steven Soderbergh viene a darnos su particular aportación a ese subgénero proclive a la escasez de rigor dramático que es el denominado cine de catástrofes. Mediante CONTAGIO se adentra en esta particularísima clase de film en los que un mal mayor enlaza, concatena o permite contemplar todo un manido catálogo de males menores que intentan sortear la brutalidad aniquiladora de aquel: terremotos, naufragios, rascacielos en llamas, aviones a punto de estrellar, centrales nuclearas indignándose, cabreos planetarios rumbo a la Tierra… malos rollos cernidos sobre el horizonte, entre los que son destacadas las peripecias salvaguardantes de un determinado número de elementos humanos.

En definitiva, un tipo de cine a mayor gloria de los efectos especiales, en el que prima mucho más la factura de la fatalidad que el análisis sosegado de las relaciones personales que aquella contribuye a unificar. De ahí que, en la mayoría de sus manifestaciones, sobrevenga una misma consecuencia: la hecatombe del tópico y de la superficialidad, contra la que casi nada pueden hacer los socorridos realizadores empleados para levantar la parafernalia. El tiempo que invierten en la escenificación de la aniquilante controversia meteorológica, ambiental o accidental merma cualquier tentativa por desplazarse de ese afán, mucho más pendiente siempre del progresivo “palme” del personal, de la truculencia en masa y del efectismo heroico.

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Conociendo la trayectoria del creador de TRAFFIC, era de esperar que sus servicios se interesaran porconcretar algo más estimulante que el mero hacer frente al refrito de lugares comunes, expuestos con anterioridad. Digámoslo rápidamente. CONTAGIO no es un film de catástrofes al uso. La última obra de Soderbergh se constituye como un ejemplo sólidamente meridiano de esa máxima irrebatible que es la de que en cine-como en cualquier disciplina creativa- no hay asuntos mayores, ni asuntos menores: un film vale por la voluntad de quien lo modula. Las hay acomodaticias y las hay perseguidoras de incomodidad. A Soderbergh, le salga bien o regular, le interesa desde siempre intranquilizar la atención del espectador. Ahí está la diferencia entre un profesional sin voz propia que ofrece lo que se espera y otro que ofrece lo que a él le interesa ofrecer.

CONTAGIO, como su propio nombre avanza, se inmiscuye en ese subgrupo perteneciente al género de catástrofes, que conforman las películas sobre epidemias. Un virus mortífero, como forma bajo la que el mal actúa contra un grupúsculo de seres o la especie entera. En esta ocasión, un fortuito cruce de confabulación animal origina un extraño brote epidémico, caracterizado por su irremediable mortalidad, por la facilidad de su infección y por una rápida mutación ante sus antídotos, lo cual imposibilita la creación de la ansiada vacuna curativa. La película narra su origen, se detiene en la observación de su rápido desarrollo a escala planetaria, en los esfuerzos por detener sus mortíferos efectos, en el caos internacional que genera, y concluye con los problemas surgidos de la tremenda problemática que supone el reparto de la vacuna a toda la población mundial.

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Contada así, bien se podría pensar que la originalidad del tratamiento dado por Soderbergh a su inmersión en el género no fuera más que presunta. Ahí está la clave, precisamente, de la jugada que nos propone el imprevisible director norteamericano. Su desmarque de lo trillado, la particularidad que se atreve a inocular al tejido interno de un marco genérico con veto vulgar a la más mínima maniobra complicativa, viene generada por forma en la que se instala el punto de vista narrador de los múltiples avatares de la historia. Esto es, lejos de intentar la novedad en el qué, ésta se nos es revelada en el cómo. El modo adoptado por Soderbergh para hilvanar la nutrida convocación de espacios y peripecias dista mucho de ser el clásico. Casi podríamos decir que la genuina acometida del realizador actúa de virus desestabilizador de las coordenadas esperables a un producto de las características globales de éste.

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Ésta sesuda desestabilización viene secundada por varios factores. El primero de ellos es el tono empleado por Soderbergh para prestar una extraña coherencia a su obra. Todos los hechos están encuadrados desde una asepsia emocional que evita la rápida implicación del espectador con el devenir de los distintos protagonistas. El film viene urdido con una frialdad emocional, provocada por ese marcado interés en que los hechos no invoquen la piedad del espectador. El ritmo de los acontecimientos no sigue nunca la clásica progresión culminativa en el desenlace, sino que se deja mecer en una áspera neutralidad que, lejos de conmover, va inoculando una enrarecida desazón reflexiva. CONTAGIO no emociona, sino que genera un denso malestar. E

Soderbergh contempla los hechos descartando el más mínimo ápice de compasión con ellos y con los personajes. Se diría que lo que intenta es hacer una especie de noticiero televisivo simultáneo, que expusiera el alcance de la barbarie sin mostración morbosa alguna, y, al mismo tiempo, estuviere gestado con voluntad esclareciente, en la que no cupiere censura que aliviara su contemplación . El planeta convulso y enfermo se antoja un plató desde el que él va ordenando un demoledor análisis. A tal efecto, es sintomática la crueldad que, muy pronto, hace emerger desde el relato. CONTAGIO no se permite a sí misma la mediación de rodeo alguno. Va directa al grano. Parece estar rodada con guantes de látex y estar montada con bisturí.

No en vano el plano más brutal de todo el film es uno en el que ,frontalísimamente y, a la vez, con un pulcro, milimétrico sentido del off visual, se nos impone el destino final del cuerpo de uno de los personajes. Soderbergh acomete su labor tras la cámara cual si se dispusiese a hacerle una autopsia al asunto que plantea, al género dentro del cual enmarca su andadura y, sobre todo, a las expectativas generadas en la experiencia del espectador. A esto contribuye una feroz utilización del portentoso reparto actoral que dispone, pues todos los actores perfilan con una prudente desesperación el trocito de rabia que les toca en suerte.

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CONTAGIO deviene un film distinto por la enorme rotundidad con la que el director se emplea en la observación de la hecatombe médica que maneja. Pomos, carpetas, sillas, camas, cortinas, mesas, ropa y demás objetos son capturados con una siniestra sencillez, pues el origen del mal es el roce con lo infectado. La narración descarta su propio clímax y, en su lugar, da cabida a las respuestas, a las conductas, a las paralizaciones que sufren, cada uno desde su lugar, desde su oficio, los diversos personajes. Valga como ejemplo la visualización de los esfuerzos científicos en la consecución del antídoto. La sonrisa de la científica tras la escafandra de seguridad vale perfectamente como unidad significativa de la notable operación gestada por Soderbergh. La insuperable sencillez del plano en el que decide inyectárselo saltándose lo protocolos, también.

La validez de un cineasta viene dada por la sabiduría que demuestra sea cual sea el brete en el que se ve envuelto. Soderbergh resuelve éste con una pasmosa facilidad enturbiante.

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