Dirección: Albert Pintó
Reparto: Luis Zahera
Nota: 5
No se le puede negar a Albert Pintó apetito por asumir riesgos al situarse al frente de una empresa del calado de la presente TIERRA DE NADIE. El film se quiere una suerte de thriller policiaco, al que se le adhiere, por un lado, un evidente sustrato de melodrama amistoso, y, por otro, una clara vocación denunciativa tanto de la implantación en la costa de nuestro país de violentos grupos narcotraficantes latinoamericanos, como del clima de desamparo y corrupción del estamento policial que a estos debe hacerle frente.
El film asimila bien la oportunidad que presta ese espacio costero tan poco explotado por el cine patrio. El Cádiz limítrofe, oreado de salitre y luz metalizada, deslumbrado por completo de la fotogenia turística prototípica y simplificadora, que Pintó reivindica como marco geográfico idóneo para el género policial nada urbanita no tarda en postularse como el mayor acierto de un producto que, por desgracia, solo en muy escasos momentos sabe encaramarse a la contundencia enrabietada y perturbadora brindada por tan singular marco geográfico.
El film arranca con la pormenorizada descripción de un asalto policial marino emprendido contra un yate comandado por el esbirro de un grupo de narcotraficantes. El éxito de la operación no se verá refrendado, sin embargo, con las expectativas de Mateo, el veterano guardia civil que la dirige: los detenidos son puestos rápidamente en libertad y el yate incautado se convertirá en un problema. Mateo decidirá un traslado que involucrará a Benito, un tipo que trabaja en un desguace, y que también despertará el interés de Juan, el Antxale, un narco local. El film narrá la madeja de intereses mafiosos que generan las decisiones tomadas con respecto al barco, y en como estas afectarán al triángulo amistoso formado por Mateo, Benito y Juan. Los tres se conocen bien. Son amigos desde la adolescencia y se tienen una querencia muy especial.
El problema principal que malogra la interesante acumulación de intenciones convocada en el guion del film es, precisamente, la incapacidad para armonizarlas que ya presenta el material escrito de partida. Este sucumbe a la dificultad de tratar de buscar un necesario equilibrio entre el trazado narrativo que corresponde al meollo policial y el que trata de adentrarse en los vínculos existentes entre los tres personajes principales. El drama que les supone a los tres perseverar en una sincera amistad forjada desde hace años chirría con la trama principal centrada en la peripecia de la protección del yate incautado. El empeño en hacerlas confluir obliga a unos giros dramáticos injustificados y azarosos.
De resultas de esta flagrante desconexión entre ambos intereses argumentales, el film ve mermada una contundencia que exclama con evidente falta de sutileza. El film se quiere intenso, desgarrador y fiero, mas derrapa convertido en una estridencia caprichosa a la que se alían un Luis Zahera y un Karra Elejalde algo pasados de voltaje. Frente a ambos, el siempre preciso saber hacer de Vicente Romero y, sobre todo, la espontánea, ingenua honestidad con la que Jesús Carroza defiende a su personaje se convierten en fogonazos de una autenticidad que debiere haberse deparado a todo el devenir de un film que abusa de la impostura en exceso.