No sé si sin saberlo, pero una aceptable entrada de público, en la sala El Loco de Valencia, había comprado pasaje, hace algunas noches, para efectuar un insólito viaje hacia tierras transoceánicas, situadas al pie de los Apalaches.
Carolina del Norte, enclave geográfico en el que se asentó la primera colonia británica de los Estados Unidos, es un estado sito en el sureste del País. Limita al este con el océano Atlántico, al sur con Carolina del sur, al suroeste con Georgia, al oeste con Tennessee y al norte con Virginia. Escuchar a Megafaun la pasada noche del día 22 fue como volar hacia aquel lugar en el que el banjo y el whisky de los blancos pobres hicieron que germinara el "bluegrass".
Juro que no hubo más catalizador que los tímpanos en estado de serena apertura, por eso, orgánicamente, puedo confesar que su música nos transportó a ese estado no físico llamado evasión espiritual: ese periplo subjetivo, en el que uno se embarca para sentir que las lindes de su piel se han hecho vapor en un lugar del planeta al que tu cuerpo no le pertenece.
Phillip Cook, Joseph Westerlund, Bradley Cook, más la cooperación del bajista Nik Sanborn, sin más preámbulos que los primeros lamentos de "Scorned", nos llevaron directitos al estado Megafaun.
Un estado remozado en las tierras de Carolina del Norte, que mantiene arraigado contacto influyente, al norte, con el clasicismo musical más genuino del terreno, al sur con la solidez de un trabajo sobriamente humedecido en contemporaneidad, al oeste con la sencilla ansiedad de investigar sin llegar jamás a transmutarse en algo tóxico a su esencia, y al este con la relente marina de un océano de sesuda autenticidad, en el que causa un insólito placer hacerse el muerto y dejarse llevar los brazos abiertos hacia la orilla que ellos quisieren.
El directo exhibido por los antiguos compañeros de ruta de Justin Vernon fue demoledoramente compacto. Disfrutar y, como contagiosa consecuencia, hacer disfrutar.
No había otra cera que hacer arder más que la imponer esa sana transparencia que es la liturgia de un grupo de excelentes músicos cuajando generosidad, y un grupo de gente, volcada, comulgando con el testamento vivo de esa curtida excelencia. Los norteamericanos estuvieron sobrados de ganas, de experiencia y de severa desinhibición multinstrumental.
Aunque con jugosas idas hacia determinados momentos de su discografía anterior, el concierto, fundamentalmente, fue una soberbia ejecución en directo de su espléndido último trabajo, que lleva por nombre el mismo que calza la banda: un clamoroso ejercicio de juiciosa puesta al día de un folk que, rasgado por ellos, se diría parido en los presentes albores del siglo XXI.
Megafaun cuece entre osadas aportaciones electrónicas la sinceridad cotidiana, espiritual y exhortativa de esas antiguas composiciones que, en tiempos, eran interpretadas en los barcos de los ríos o en humildes escenarios de ferias agrícolas. Asistir la pasada noche a la cercanía evocativa que transmitieron los cuatro músicos fue como sentirse granjero desaliñado, celebrando el baile de la fiesta principal del condado.
Y así, una tras otra, pudimos deleitarnos con una poderosa exhibición de variaciones y de meandros estilísticos, que en ni un solo momento claudicaron a la más mínima dispersión.
El itinerario musical establecido fue capturando la atención de los congregados, interpelándolos mediante un catalogo de surtidas elaboraciones, en las que los de Durham lucieron su capacidad para el cambio de tercio instrumental y para la compacta concreción de su diversificado repertorio.
La perfecta audición de la sala hizo que el nervio con el que ejecutaron esa briosa y legítima concatenación de purezas y atrevimientos no perdiera la fácil tensión camarada con la que fue resolviéndose.
Resulta difícil destacar un solo momento de tan inolvidable ocasión. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar la autenticidad de "Isadora", la extrañeza interpelativa de "Get Right", la facilidad para el reclamo afectivo de "Hope you Know", o la firme nitidez interpretativa con la que Phillip atacó y resolvió al piano "You are the light", una de esas baladas que se le clavan a uno en lo más remoto de su alma.
Y, finalmente, sí que no podemos concluir esta crónica sin hacer alusión a dos sensacionales aldabonazos de magnificencia musical de primer orden: uno, la maestría con la que fue regalada la que es, para quien esto escribe, la pieza maestra del trabajo que vinieron a presentar: "Real Slow" no solo sonó transformada, sino que brindada a mejor.
Y dos, la despedida, con los cuatro músicos situados entre el público, sin micrófonos, demandando participación a quienes les acechamos: "Worried man" actuó como afable señal de despedida de una noche en la que lo único malo fue lo corto que pareció su transcurso.
Salimos a la calle. El asfalto nocturno de Valencia seguía allí. Pero uno tenía la sensación de que había hecho añicos el billete de vuelta desde Carolina del Norte. Desde esa noche suena en mi casa "Megafaun" y el arrocito me lo como mirando a las Black Mountain.