JACOB COLLIER
DJESSE VOL.4
Decca (UMO)
Nota: 8
Comentario crítico:
Desgranar la música de este prodigio del cuarto arte llamado Jacob Collier es una tarea casi tan pantagruélica como sus trabajos en sí. Diez años hace desde sus inicios en Youtube, cuando colgaba versiones de canciones diversas con armonizaciones de su autoría. Esos vídeos llegaron a oídos del legendario Quincy Jones, y el resto, como suele decirse, es historia. La presente entrega supone el cuarto volumen de su “segundo” disco, Djesse. Aquí, como suele acostumbrar, y salvo algún caso específico (vientos metales, secciones orquestales), toca todos los instrumentos. Eso solo está al alcance de muy pocos (Stevie Wonder, Prince, Paul McCartney...). El álbum, además, alberga una cantidad de géneros enorme, pero si tuviéramos que destacar un par predominante, esos serían el góspel y el soul. Es admirable tanto la complejidad armónica de los arreglos como la producción. Y recordemos que el músico londinense aún no ha cumplido la treintena. En cuanto a las letras, da la sensación de que siempre son variaciones sobre un mismo tema, aunque, en vista del nivel musical que las acompañan, estas pasan inevitablemente a un segundo plano. Así las cosas, procedamos a desglosar las canciones del disco. Sin desvelar mucho, porque lo mejor que se puede hacer para escuchar a este portento de la música es lanzarse a lo desconocido.
Jacob abre fuego con 100,000 voices. Más claras las intenciones, imposible. Entre los sonidos de unas voces que ha ido grabando durante sus conciertos en los que se viste de director de orquesta y pone a trabajar a la audiencia, irrumpe una guitarra acústica. A partir de ahí, nos sumergimos en un bizarro viaje que culmina con el retorno de esa amalgama vocal. Demasiado ruido. El joven talento parece haber querido aunar a Frank Zappa, Rush, Yes y demás bandas de rock progresivo para desembocar en un cierre “metal” demasiado estrambótico para mi gusto. Probablemente haga las delicias de los más modernos. She put sunshine es un acertado techno pop que ayuda a relajar los ánimos tras la caótica apertura. El tercer tema, Little blue, es una baladita marca de la casa que más bien parece la perfecta canción sin copyright destinada a tutoriales de Youtube. Wellll puede sorprender a los fans más antiguos del inglés, pero no es sino una muestra de la constante evolución de Collier. Hard rock enérgico con una guitarra eléctrica de cinco cuerdas distorsionada como protagonista absoluta, en compañía de coros que enriquecen entre los acordes y el silencio. Sin embargo, el puente de la canción, más metal, igual es demasiado, pero eso ya es cuestión de gustos.
Cinnamon Crush es una interesante canción que consta de una base trap y armonías de soul. Algo ya indagado con buenos resultados en el anterior volumen, Djesse 3. Preciosa, por cierto, la combinación de armonías vocales entre él y Lindsey Lomis, la segunda de las múltiples colaboraciones del álbum. La primera aparece en el tercer tema, pero no hay mucho que resaltar ahí. Wherever I Go, el sexto tema de Djesse 4, se compone de un soul pop muy bueno. De nuevo, sus grandes fuertes se hacen presentes, es decir, las armonías vocales y los coros. Un compendio polifónico que no dejará a nadie indiferente.
El séptimo corte, Summer rain, está en la línea de Little blue, pero está mejor trabajado, y la actuación de Madison Cunningham es encomiable. Llegamos al ecuador del disco, la ecléctica A Rock Somewhere. Suena un sitar que interpreta unas líneas propias de una película de Hollywood que transcurra en India. Nada que no me hayan contado ya los Beatles casi 60 años atrás. Y con más ingenio. A partir del minuto y medio se asienta una base a caballo entre el trap y el hip-hop, con el sitar aún presente, algunos fraseos de guitarra eléctrica y una agradable percusión. El caos y la tranquilidad se van alternando.
A partir de ahora, se dan inicio las colaboraciones aleatorias que desentonan con el nivel de Jacob Collier. Se oye en Mi corazón a Camilo. El del bigote, efectivamente. Lo mejor es cuando este se calla y canta el protagonista. Por lo demás, un pop hortera que no me dice mucho. A continuación, y siguiendo por el mismo camino, una canción con Shawn Mendes (Witness Me). Por lo visto, son amigos. Si no, no entiendo el porqué de esa aparición. Se trata de un góspel pop, si es que eso existe, que funciona bastante bien a pesar del colaborador. Con las dos siguientes uno siente algo de esperanza a raíz de ese asunto, ya que surgen los nombres de John Mayer, Lizzy McAlpine, y el soso, pero correcto, John Legend.
En Never Gonna Be Alone, que como Wellll, ya había sido publicado con anterioridad, el pájaro vuela bien acompañado. Lizzy McAlpine, cantautora emergente de gran talento, comparte protagonismo con Collier en una balada cantada a media voz. Los sonidos recuerdan a cualquier canción que se podía encontrar uno al entrar en una de las tiendas Natura. Lo cual no resta mérito a la composición. Las dos voces se complementan muy bien, y lo mejor llega con el elegante solo de ese artista que ha despertado tantas envidias y al que se le han acuñado tantos apodos peyorativos. El brillante John Mayer. Quien no lo recuerde por Neon, Slow dancing in a burning room o Gravity, lo hará por Edge of desire o Daughters.
Para el siguiente track, Jacob versiona uno de los clásicos de la música. Compuesto por Simon & Garfunkel y mejorado por la interpretación en directo de Elvis Presley, le llega el turno a Bridge over troubled water. Cabe señalar que es habitual que el de Londres incluya covers en sus discos. Esta vez junto al ya mencionado John Legend. Como en el caso de Moon river en su día, dada la cantidad inabarcable de pistas que componen este corte, es vano hablar en profundidad de ellas. El propio artista tiene vídeos en sus redes sociales descomponiéndolas. Por otra parte, es de admirar lo barroco de las armonías vocales, se le dan muy bien, como ya se ha dicho, este tipo de arreglos.
Over you cierra las abigarradas colaboraciones, que no las apariciones de otros músicos. Y es que aquí acompaña a Collier el líder de la insustancial Coldplay. La canción estresa los primeros segundos, pero, posteriormente, afloja, y menos mal. La base, entre pop y rap, no me acaba de convencer. De hecho, para mí, se coloca entre lo más flojo del presente volumen de Djesse (alter ego, por cierto, del músico inglés).
La primera parte de Box of stars sigue la fórmula de 100,000 voices. Un amasijo de gospel y soul da paso a varios minutos de house y rap, en inglés, francés y lo que parece ser griego. Como experimento dance pop está bastante bien. Su segunda parte es mucho más interesante. Se introducen muchos se introducen muchos instrumentos de viento y percusión. Respira África por los cuatro costados. Constituye, a mi parecer, uno de los momentos más atrevidos del álbum para bien. Las armonías vocales dan paso a la esotérica guitarra de Steve Vai. Una auténtica experiencia sonora, en definitiva. Leí también que hay varios guiños a lo largo de la canción. Entre ellos, una de las líneas de bajo parece ser la misma que en su célebre versión de Don’t you worry ‘bout a thing del genio Stevie Wonder. En segundo lugar, el cierre es el inicio de su primer volumen de Djesse. Tal vez sea lo más ambicioso que haya creado Collier hasta la fecha.
La anterior suposición puede ser rebatida perfectamente por el último tema del disco, World o world. Es, sin lugar a dudas, uno de los arreglos corales mejor elaborados que se hayan compuesto en mucho tiempo. Simplemente sensacional. Uno de los momentos estelares del álbum. Así termina este viaje musical a través de tantísimos géneros, y que, rara vez se percibe incoherente. Jacob parece haber salido airoso de su colosal proyecto. A pesar de que, en varios pasajes se nota un deje de sobradez. En otras palabras, o tienes amplios conocimientos de la música en todos sus estratos, o no se captan en su totalidad. Y, a veces, ni eso. Cada uno que se lo tome como un desafío auditivo o como una osadía pedante. De todas maneras, algo es seguro; a Collier no se le escapa ningún género.