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En un lugar de la red de cuya dirección no quiero acordarme leí una vez un artículo de esos que rondan impunemente por Internet hablando acerca de las inclemencias, maldades, malicias y demás terroríficas consecuencias de jugar con videojuegos. De esos que me recuerdan al cura de mi pueblo echando un sermón sobre lo perverso que era masturbarse (yo me los creía).

En dicho artículo se nombraban, entre otras lindezas, como una de estas horribles consecuencias a la soledad. Si señor, los videojuegos, según este artículo, fomentaban la soledad, la incomunicación y el aislamiento social. Ahí lo llevas.

Bueno, bueno, bueno. Llegados a este punto me veo en la necesidad de sacar la artillería pesada. Ahí van unos nombres: Street Fighter II, Puzzle Boubble, Mario Kart, Mario Party, Worms, Street of Rage, SingStar, Buzz, Fifa, Pro Evolution Soccer, etc. Podría seguir pero la lista es interminable.

Esto es solo un ejemplo de esos maravillosos juegos que han amenizado reuniones o fiestas a lo largo de nuestra vida en compañía de nuestros amigos, familiares, vecinos o enemigos más acérrimos. La cosa es jugar acompañado, da igual con quien.

Lo cierto es que actualmente el multijugador online está tan interiorizado en la cultura videojueguil contemporánea que es difícil imaginarselo sin él. Juegos como Counter Strike, Travian y sobretodo World of Warcraft, han llevado el concepto en línea hasta límites insospechados, arrastrando con ellos a millones de usuarios en todo el mundo. Te dan la oportunidad de acribillar a un japonés que se encuentra al otro lado del mundo desde el sofá de tu casa, abriendo infinidad de puertas a múltiples posibilidades. Pero hubo un día en el que esto no era posible, un día en el que internet era sólo una quimera que no aparecía ni en las películas de ciencia ficción, un día en el que si querías acribillar a alguien tenía que ser a tu amigo, y se sentaba en el mismo sofá que tú. Sinceramente, esta experiencia me resultaba mucho más satisfactoria.

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Recordad esas célebres partidas entre los jugones más audaces del salón recreativo al Street Fighter II, en las que convocaban a toda la parroquia y se reunían alrededor de la máquina para contemplar semejante espectáculo, en la que llevaban al límite las habilidades de los personajes del juego, y en el que incluso el dinero corría en improvisadas apuestas. Mítico.

Y si no, echad unas partiditas al Puzzle Boubble con vuestro hermano, y cuando hayáis ganado retad a vuestra hermana, cuando ésta os haya machacado animad al abuelo. Y cuando os deis cuenta estáis toda la familia delante del televisor ensamblando bolas de colores. Entrañable.

Yo aun hoy añoro las partidas en casa de mi vecino al Street of Rage II con la Mega Drive. Solo podían jugar dos a la vez, pero había veintitrés colegas en el banquillo esperando su oportunidad (a lo mejor exagero un poco, pero más o menos) a expensas de que “mataran” a uno de los que estaban jugando. Los comentarios de los que aguardaban turno estaban a la altura de los locutores del Pressing Catch de Telecinco. Nunca aporrear botones había molado tanto.

Aunque pocas risas eran igualables a la de ver aquellos caricaturescos gusanos volar por los aires. Evidentemente hablo de Worms, aquel juego de estrategia que convirtió nuestros ordenadores y consolas en los auténticos zares del multijugador, con batallas épicas donde la risa era la principal protagonista y el hilarante humor nuestra mejor táctica. Y todo sin necesitar un segundo mando. Genial. 

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Ahora me pongo de pie con la mano en el pecho para hablaros de los reyes del multijugador, los poetas del colegueo, los Oliver y Benji de los videojuegos: Fifa y Pro Evolution Soccer (este último más conocido como el “Pro”, a secas). Estos dos juegos eran capaces de que odiaras a tu mejor amigo (si te mete una manita en un partido) y amaras al pringao del barrio (cuando empata en el último minuto al que iba primero y te hace ganar el campeonato). Los torneos que te montabas, te montas y te montarás con los amiguetes a estos dos juegos no tienen precio. 

Tensión, presión, emoción, alegría, impotencia, resignación, son algunos de los sentimientos que experimentas jugando a estas dos joyas del vicio. Y solo depende de una cosa, que la pelotita quiera entrar o no, así de simple. Ni con tu equipo favorito en la vida real te pones tan enfervorizado. Que levante la mano quién no ha vibrado haciendo la marsellesa con Zidane en el Fifa, o ha soltado una carcajada con los ridículos comentarios de Iñaki Cano en el Pro. Memorable

Más tarde aparecerían los juegos sociales, en los que jugar sólo no tenía ningún sentido. Hablemos de Buzz o Sing Star. Juegos que hacen que a día de hoy la veterana “Play 2” aun no esté descatalogada. Juegos hechos para jugar custodiados por un pelotón de amigos, donde las risas están aseguradas y la diversión es la primera invitada a la fiesta. Yo soy único soltando gallos en el Sing Star, y ostento el record en haber quién hace que el vecino venga antes a quejarse. Y qué os puedo decir del Buzz, si ha desbancado al mismísimo Trivial Pursit. Regocijo a toneladas.

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Y claro, no puedo hablar de juegos sociales y olvidarme de Nintendo. Empezaron poniendo cuatro slots para cuatro mandos (N64) y terminaron creando el Wiimote (Wii), un cacharrito que nos ofrece un sinfín de posibilidades y nos hace movernos como idiotas por el salón de casa, metiéndonos en el papel de una manera que nunca hubiésemos imaginado (lejos queda ya el fracasado Virtual Boy). Luego te ve tu madre y piensa que el cacharrito ese te ha vuelto tonto, hasta que ella también lo prueba e igualmente se engancha. El súmmum. 

Poco a poco te vas dando cuenta de que tienes que hacer una lista de espera para invitar a todos tus allegados para echaros unos piques al Mario Kart o al Mario Party de la Wii. Y si no les invitas te digo yo ya que se enfadan, y mucho.                           

Si hasta las consolas portátiles, que supuestamente están concebidas para disfrutarlas en lo más gélido de tu soledad poseen modo multijugador. Coméntame qué tal estaba el Zelda: Four Swords de Game Boy Adavance (y ahora también en 3DS).

Quién da más. ¿Con todo esto hay alguien que se atreva a decirme que los videojuegos son caldo de cultivo de aislados sociales?

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