Título original Casual Day
Año 2007
Duración 94 min.
País España
Director Max Lemcke
Guión Daniel Remón, Pablo Remón
Música Pierre Omer
Fotografía Javier Palacios
Reparto Juan Diego, Luis Tosar, Javier Ríos, Estíbaliz Gabilondo, Alberto San Juan, Arturo Valls, Álex Angulo, Carlos Kaniowsky, Secun de la Rosa, Mikel Losada, Malena Alterio, Marta Etura
Productora El Deseo
Valoración 8
De las grandes empresas, como nido pululado de víboras en la cúspide y de envenenados sometidos; de las relaciones laborales, como yugo coaccionador y resignante, nos habló, hace un lustro, con distanciada insolencia, esta magnífica CASUAL DAY, segundo largometraje del joven realizador madrileño Max Lemcke. El film, hoy en día, no ha perdido un ápice de su insana pertinencia.
CASUAL DAY disecciona, pérfidamente, el particular enrarecimiento que caracteriza la convivencia entre los diversos integrantes de una importante compañía. Su mirada a esta jauría de interesados no puede ser más aguda. El film apabulla en su condición de fresco humano, divertido y cruel, en torno al que se elabora un original acercamientodescentrado . El argumento que incorpora apenas sí tiene importancia. En CASUAL DAY lo fundamental es la descripción de caracteres, la disposición al duelo entre contrarios, la plasmación de una grisura existencial, que circunda la habitualidad desconfiada y competitiva, dentro de la que convergen condenatoriamente todos los personajes.
Lo original de la propuesta de Lemcke es la extrañeza ambiental que sacude a su historia gracias a la elección de un marco espacial, en principio, bien remoto con a las paredes, a los despachos, a las dependencias y plantas del edificio en el que, día a día, se soportan todos ellos en calidad de compañeros de trabajo. CASUAL DAY nos convoca a la reunión de un grupo de meritorios empleados, en un apartado hotelito con encanto, durante un fin de semana. Organizado por la empresa a la que pertenecen, todos ellos se aprestan a cumplir con el calendario de actividades que se ha planificado para que pasen dos días de asueto, liberando estrés e intentando algún tipo de interrelación personal, alejada de la que mantienen imperativamente en las oficinas. Muy pronto el espectador se da cuenta de que el objetivo, a buen seguro, distará mucho de llegar a ese interludio de esparcimiento pretendido. El entusiasmo con el que acometen la agenda estipulada dista mucho de ser apasionado, animoso…
Es precisamente ese breve traslado temporal el elemento clave del filme, lo que se constituye soberbiamente como su mejor baza. El realizador aprovecha al máximo las posibilidades extrañadoras que impone el desplazamiento; se produce un significativo desajuste colectivo, cuando observamos que, pese a su lejanía, pese a la intención organizativamente opuesta, la solariega cita acaba mimetizando las mismas habitualidades en la conducta de los allí congregados. La horma nueva no camufla el hedor del pie calzado en zapato de estreno reciente. El entorno festivo no afecta a las servidumbres y a las soberanías estructuradas. Éstas acaban emergiendo, haciendo valer la adherencia avasalladora de sus poderosos tentáculos ocultos.
De ahí que el realizador opte por capturar la presunta peripecia festiva mediante una gelidez tonal, que patentiza la imposibilidad de la desconexión procurada para el grupo de personajes pertenecientes al escalafón subordinado. El plomizo cromatismo, que empapa de artificiosidad luminosa el paraje montañoso, traslada al caserío la atmósfera cargada, monótona y turbia de la que provienen. El verdor tranquilo acaba supurando la densidad cenicienta de un despacho de trabajo. El asueto pronosticado resulta ser, en definitiva, el anzuelo en el que picar la práctica de una estrategia bien planificada. El caballo regalado demuestra su valía domesticando los rendimientos del jinete que lo cabalga.
Lemcke salva con agudeza el inconveniente de un posible discursivismo tópico. La galería de personajes que exhibe está perfilada mediante un brillante proceso de caracterización, que particulariza a cada uno de ellos, tras generarlos partiendo de un lugar común que cada uno cumple y representa. CASUAL DAY acoge en su planteamiento-plantilla a un grupo de característicos bien obvio y esperable, a los que zarandea, profundizando en ellos, mediante una serie de enfrentamientos dialécticos jugosísimos. El director sabe, compositivamente, estar a la altura de unos diálogos elaborados con puntería de francotirador y con alevosía de villano victorioso.
La escritura sobre la que sostiene el film toda su lucidez es eminente. Su prestación es fundamental: gracias a la habilidad de las distintas locuacidades y a la aprehensión de los silencios atentos y absortos, los personajes se hacen de carne ejecutiva y hueso contrariado. Los diálogos los descabalgan de su rol caricaturesco originario (el jefe, el pelota, el gracioso, el trepa, el tirano, la pringada, la hija caprichosa, la eficaz) y los acicalan de respectivas particularidades míseras.
La película avanza acumulando enmarañamiento, hosquedad y contrariedades que no clausura jamás. Sus escenas a dos se suceden enmadejando un profundo pesimismo, pues en casi todas ellas, oculto tras una pérfida comicidad, acaba desvelándose el malestar de una concesión. CASUAL DAY reflexiona esquinadamente sobre la monotonía en la que todos tratamos de ocultar nuestras respectivas claudicaciones, sobre el día a día de las renuncias consiguientes y exigidas, sobre la fatalidad de la dependencia y el sometimiento.
Afortunadamente, Lemcke contrata para su empresa a una nómina de caretos mandamases, gerentes y subordinados, del todo inmejorable. Su rendimiento es altísimo. Todos los integrantes de esta rentabilísima sociedad no anónima realizan un trabajo de elevada cotización y efectiva solvencia. Revierten en ella el beneficio de una credibilidad fructuosa, porque cada uno de ellos se encarga de sacar el máximo partido posible al ingente capital que los guionistas acumulan en el material escrito. Esta proeza actoral termina de apuntalar la excelencia de un film, a todas luces y sombras, magnífico. Esta parábola del rebaño vestido de seda, definitivamente, afianza a su pastor en el listado de creadores audiovisuales imprescindibles,
Esperemos que la ya inminente 5 METROS CUADRADOS termine de confirmar a Lemcke como el mordaz más punzante de una nuestra cinematografía. La sátira crítica y brillante tiene, aquí, poco cáustico que la domeñe.