Título original: Ola de crímenes
Año: 2018
País: España
Dirección: Gracia Querejeta
Guion: Luis Marías
Música: Federico Jusid
Fotografía: Ángel Amorós
Reparto: Maribel Verdú, Juana Acosta, Paula Echevarría, Antonio Resines, Raúl Arévalo, Luis Tosar, Raúl Peña, Nora Navas, Montse Pla, Roberto Bonacini, Miguel Bernardeau, Javier Perdiguero, Mikel Tello, Jon Bermúdez, Ignacio Herráez, Francisca Horcajo, Jazmín Abuín
Productora: Telecinco Cinema / Bowfinger International Pictures / Historias del Tío Luis / Crimen Zinema / Mediaset España / Movistar+
Nota: 0
Viendo la absoluta negación resultante de una obra como OLA DE CRÍMENES, resulta impensable advertir en ella los modos de una realizadora, hasta el momento, muy cuidadosa con todos los proyectos en los que se ha inmiscuido. La trayectoria de Gracia Querejeta se ha caracterizado por el delicado pulso armonizador mediante el cual ha resuelto obras tan destacables como EL ÚLTIMO VIAJE DE ROBERT RYLANDS o HÉCTOR. Siempre cortés con el acercamiento a sus personajes, siempre escrupulosa con el modo de atenderlos, indagarlos y enjuiciarlos, la autora de SIETE MESAS DE BILLAR FRANCÉS da al traste con esa acreditada seriedad profesional mediante este milimétrico dislate en el que nada funciona como debiere, porque una injustificable permisividad para con un guión a todas luces insostenible le ha permitido funcionar de esta manera.
La primera incursión de la vasca en el terreno de la comedia alocada no puedo sino calificarse de catastrófica. Muy pronto, ya en la primera secuencia, puede advertirse que Querejeta no le pilla el truco a este aparatoso cambio de registro, acaso dejado entrever en la muchísimo más lograda FELICES 140. La receta para la comicidad cinematográfica, desde luego, no incluye como único ingrediente una notoria declaración de intenciones, sino que resulta de una confabulación de numerosos elementos, cuya correcta mezcolanza está al alcance de muy pocos.
Obviamente, la escasa sutilidad con la que, por ejemplo, en esa escena de arranque, se pincela al cura interpretado por Javier Cámara, o el atropello desangelado con el que se presenta a la protagonista de la accidentadísima función, distan mucho de disponerse a deparar la mínima esponjosidad exigible a esa miscelánea. Nada después sabe concretarse en calidad de reparador de semejante empeño en el grumo. Todo en OLA DE CRÍMENES parece impelido hacia una precipitación que, en lugar de un pretendido enloquecimiento chispeante y venenoso, lo que compendia es desleído, contumaz, inverosímil atolondramiento.
El film narra en flashback las extravagantes peripecias de Leyre, una mujer mantenida económicamente por su exmarido, que debe ingeniárselas para solucionar un gravísimo brete que acontece en una visita de aquel a su casa: tras una discusión, el hijo de ambos mata a su padre. A partir de ese momento Leyre comienza a improvisar coartadas para que el adolescente no sea acusado del crimen. Esa búsqueda de artimañas exculpatorias va a verse complicada por la irrupción de una serie de obstáculos policiales ingeniados por la esposa del finado y su abogada. OLA DE CRÍMENES trata de ser una, en teoría, interesante comedia de acción, salvaje, surrealista, negra, desenfrenada y mordaz. Sin embargo, nada en ella es lo que pretende, puesto que fallan los dos ejes principales sobre los que debiere sostenerse el hilarante desprejuicio que ansía de modo siempre exagerado: un guión que supiere amarrar la verosimilitud interna del entramado de acontecimientos y una dirección capaz de adecuarse a estos tratando de aplicarles la chispa escénica necesaria para que fluyeran con la entusiasta ligereza cómica imprescindible.
El guión de OLA DE CRÍMENES se antoja poco menos que una insostenible cadena de despropósitos en la que confluyen una yuxtaposición de intenciones (la comedia negra propiciada por el hecho de partida, la policial impuesta por la investigación, la romántica inducida por el conflicto de Leyre con el amigo de su hijo, el drama dirimido por el fleco adjudicado al personaje de Antonio Resines) que desorientan la concentración narrativa en todo momento. La urgencia que reclama la encrucijada en la que se ve inmiscuida Leyre está hecha progresar a golpe de capricho extremado (escena en el almacén de delincuentes), de improvisación injustificada y, por lo tanto, difícil de digerir. A ello, como hemos apuntado, se une la nula pericia de Querejeta a la hora de dotar de brío, intensidad y frescura al deslavazado e insuficiente material escrito de partida. OLA DE CRÍMENES chirría en lugar de cuajar efervescencia y tropieza sobre sí misma en vez de fugarse con desparpajo. Acaso contagiada por la acumulación de cadáveres exhibida, el film se convierte en un muerto que no sabe qué hacer consigo mismo.