Howl Portada

 

 

Título Original Howl

Año 2010

Duración 84 min.

País USA

Director Rob Epstein, Jeffrey Friedman

Guión Rob Epstein, Jeffrey Friedman

Música Carter Burwell

Fotografía Edward Lachman

Reparto James Franco, Mary-Louise Parker, Jon Hamm, Jeff Daniels, Alessandro Nivola, David Strathairn, Treat Williams, Aaron Tveit, Bob Balaban, Jon Prescott

Productora Werc Werk Works / Telling Pictures / Radiant Cool

Valoración 6

 

Hay cometidos muy difíciles de solucionar. El endémicamente controvertible tema de las adaptaciones literarias (esa cargante controversia que acaba solucionándose siempre con la guillotina de la fidelidad hurgando desavenencias) parece dar por bueno el principio de que maraña de orden superior es la de acometer la traslación de un clásico. El asunto no adquiere los mismos niveles de puntillismo comparativo, si se da la circunstancia de que el material literario es menor o muy poco conocido. Entendámonos, no es lo mismo meterse a poner en imágenes la saga de vampiros fofos no mordedores de Crepúsculo, que correr el riesgo de inmolación al intentarlo con la genialidad inabarcable de Ana Karennina. Todo esto, claro, partiendo de la base de que el material literario que trabajar adaptativamente sea una obra de ficción novelada, teatral o biográfica.

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El canon para las adaptaciones líricas parece no estar escrito, pues, en principio, la traslación audiovisual de una obra poética parece tarea asaz peliaguda. Un libro de poemas, en principio, presta muy poco sustrato narrativo a un guión que ha de servir como base para una película convencional. Históricamente, habríamos de remontarnos a la época del cine mudo y de las vanguardias artísticas para poder reencontrarnos con un tiempo artístico en el que sí cabía albergar esperanzas para otras formas posibles de lo cinematográfico (que, de hecho, lograron concretarse). El reputado dúo de documentalistas formado por Robert Epstein y Jeffrey Friedman, autores de los celebrados Paragraph y The Celluloid Closet,  lo intentan en Howl (“Aullido”), la apropiación fílmica de uno de los clásicos fundamentales de la lírica estadounidense del pasado siglo XX. Lo escribió Alan Ginsberg, uno de los más eximios integrantes del fundamental grupo literario denominado “Generación Beat” (Kerouac, Cassady, Burroughs, etc.).

Howl (1956), el texto poético, supone uno de los pilares líricos más radicales de la segunda mitad del siglo pasado. Su célebre primer verso (“He visto a las mentes de mi generación destruidas por la locura…”) da paso a una torrencial voz íntima, caracterizada por la exhibición de una furibunda violencia emocional. Ginsberg aulló una crudísima queja universal que, cocida al amparo estupefaciente de todo tipo de sustancias catalizadoras del delirio, supo exclamar una implacable grito anticonvencional, que, rápidamente, conectó con las ansías de ruptura anidadas en aquella época. Por entre los versos de Howl se masca una contundencia ajusticiante  y directa, en la que confluyen el jazz, las drogas, la anarquía, la libertad sexual, la abolición de la modorra institucional: una amalgama de protestas magistralmente vomitadas por la lucidez borracha y vocacional de un poeta verdadero.

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Para lograr trasladar a imágenes esta  hermosa queja versificada, la pareja de realizadores establece una curioso andamiaje organizativo muy ambicioso y arriesgado. El film despliega varias líneas estructurantes y, en cada una de ellas, establece un dispositivo formal también diferente. Así, por un lado, asistimos a la escenificación del juicio que tuvo lugar en 1957 contra el editor del libro por “distribución de literatura obscena”;  por otro, a la lectura pública que el propio poeta hizo de la obra en la mítica Six Gallery de San Francisco;  por otro distinto, a la descripción de las andanzas biográficas del personaje, y, finalmente, a la ilustración hecha con dibujos animados, directamente inspirada en el larfo poema de Ginsberg, que, para el film, ha hecho el creador Eric Drooker, bajo el título de “Beat Fantasía”.

El resultado final, desgraciadamente, como cabe prever tras hacer esta enumeración de elementos integrantes, sucumbe al exceso de encauzamientos internos. El abarrotamiento de piezas en el artefacto final da como resultado una nociva saturación dispersante. La suma de instrumental capturador  dirime una voracidad que no ahonda en el universo que pretende ser significado, sino que lo pincela superficializante. La seriedad creativa con la que trabajan los dos directores es más que evidente, pero se antoja excesiva. No es, ni muchísimo menos Howl un film deleznable, sino más bien insatisfactorio, pues lo amenaza siempre un molesto rumor estrambótico, que deja entrever una cierta autosuficiencia elitista y enfática que no casa con la verdad proclamada en el verso del autor.

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De alguna manera, Ginsberg, su obra y su biografía, se prestan a esta aprehensión no clásica. La opción de partida resulta justificada, porque lo que no hubiera valido es el típico film de corte biográfico al que nos tiene acostumbrados este tipo de semblanzas. A tal efecto,  el film de Epstein y Friedman resulta muy pertinente en cuanto al retrato global que se efectúa de la persona del poeta. Éste emerge caótico, inseguro, provocador, acomplejado, cautivador, convencido. A esa precisa concreción, sin lugar a dudas, lo que más contribuye a perfilarla es la intensidad nada exagerada con la que James Franco lo incorpora. El protagonista de la reciente 127 Horas realiza un trabajo soberbio. Suyo es el borbotón de verismo y prontitud agustiada que alimenta los mejores pasajes de la adaptación.

El problema principal de la no plenitud de la película hay que achacarlo a dos causas bien distintas: de un lado, a la artificiosidad de las animaciones engarzadas en el montaje y, de otro, a una deriva explicativa que resulta contraproducente con el espíritu mismo del mensaje del poeta. Epstein y Friedman intentan una especie de manual para lectores desprevenidos, insistiendo  en unas esquemáticas explicaciones del significado intrínseco de la obra que intentan adaptar. Esto resulta cuanto menos chocante, pues si por algo se caracteriza la obra de todo el grupo al que perteneció Ginsberg es por el combate al raciocinio, a la deducción razonada y a la búsqueda inmediata del significado. El autor de “Howl”, el poema, increpó todo lo contrario, esto es, estimuló un disfrute por la inmediatez, por la conjunción de irracionalidades, por el delirio intensificado inconscientemente. El film se empeña en explicar lo que no demanda explicación y por eso empobrece el tino de su meritorio esfuerzo.

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