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Título: Lincoln

Año 2012

Duración 149 min.

País USA

Director Steven Spielberg

Guión Tony Kushner (Libro: Doris Kearns Goodwin)

Música John Williams

Fotografía Janusz Kaminski

Reparto Daniel Day-Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Lee Pace, Gulliver McGrath, Hal Holbrook, Michael Stuhlbarg, Jared Harris, David Costabile, Jackie Earle Haley, Joseph Cross, John Hawkes, Tim Blake Nelson, Peter McRobbie, Jeremy Strong, Gloria Reuben, Walton Goggins, Bruce McGill, David Oyelowo, Lukas Haas, Dakin Matthews

Productora 20th Century Fox / DreamWorks SKG / Amblin Entertainment / Imagine Entertainment / The Kennedy/Marshall Company / Participant Media / Reliance Entertainment / Office Seekers Productions / Parkes/MacDonald Productions

Valoración 8

Sorprende doblemente el visionado de LINCOLN. El film resulta un notable acercamiento a una de las figuras más importantes que ha dado la historia de los estados Unidos. Sin embargo, asombra mucho más asistir a la serena tensión con la que un gran cineasta, como es el que la firma, resuelve el difícil envite de renegar de sí mismo, de hacerle un quiebro a su singladura o, más concretamente, de sacarle los colores a lo que de forma muy discutible se ha convenido en adjudicarle como rasgo distintivo.

No es éste el espacio idóneo para exponerlo con más precisión, pero una de las calamidades calificativas más injustas que buena parte del público y de la prensa crítica especializada cometen con más despreocupación es la de hablar de Steven Spielberg adjudicándole de inmediato el calificativo de blando, de americanero, de comercialón, de, en definitiva, buscador obsesivo de la emoción fácil y de la piedad espectadora extorsionada. Quien esto escribe, para rebatir semejante juicio, mentaría títulos como EL DIABLO SOBRE RUEDAS, TIBURÓN, INTELIGENCIA ARTIFICIAL o, fundamentalmente, una de sus más aguerridas obras maestras, MUNICH. A semejante listado de fierezas cinematográficas impropias de un avezado tramposo del sentimiento cabe añadirle esta áspera semblanza biográfica.

Mentar MUNICH en un comentario sobre LINCOLN no resulta casual, pues ambas comparten guionista: el dramaturgo Tony Kushner. La mano de éste vuelve a dejarle en suerte al creador de EL COLOR PÚRPURA un sólido material escrito, bien adherido documentadamente a la encrucijada histórica hasta la que viaja.  A pesar de tratarse de dos obras diametralmente opuestas en cuanto a género, propósitos y disposiciones escénicas, ambas comparten el mismo afán complejizador, la misma voluntad poliédrica, la misma testarudez por apurar al máximo el espinoso asunto que plantean.

LINCOLN parte de una acertada premisa argumental, que la aleja de esa temible urdimbre de superficialidades puntuales con las que suele estar embuchado todo “biopic” al uso: la de no tratar de hacer una acelerada panorámica personal a lo largo de toda la existencia de una celebridad. Los guionistas y las pautas del propio Spielberg imponen para la intentona un parámetro temporal muy concreto, ciñéndose a los últimos meses de la vida del hombre que acabó con la guerra de Secesión y abolió la esclavitud. 

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Se tiene, por lo tanto, la mesura y el tino de tomar la parte por el todo. El rastreo minucioso, arduo, detallado, tan atento a los manejos públicos del personaje como a las oscuridades de interior que moraban tras las puertas de su imagen pública, efectuado situando al personaje dentro de una demarcación temporal concretísima y nada extensa, vale como semblanza de una vida entera. La imagen del presidente Lincoln justo en los meses claves de su trayectoria mandataria  sirve como puerta de entrada tanto a la entereza de una personalidad política cuajada durante una vida entera como a la grandeza del legado posterior a su muerte.

El film es denso, pastoso, cargante, lúgubre, apretado y peliagudamente discursivo. Los diálogos se imponen como recurso explotado con suma pertinencia, pues el film abunda en tretas verbales, en argucias expresadas a vida voz, en convencimientos con la palabra afilada cual instrumento de rajar,  en alocuciones cargadas de intencionalidad y en arengas con la verdad camuflada a conveniencia. Mediante esa dificultad verbalizante se abunda en el esfuerzo que supuso para el presidente convencer a toda una nación del viraje histórico que trataba de plantear e imponer. Spielberg somete todo su trabajo de puesta en escena a que la palabra dicha por sus personajes alcance el mayor grado posible de versatilidad. 

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Esa deliberada purificación de estilo que afila el director en esta ocasión se alía con el que, sin duda, se convierte en el mejor aliado posible de este afán investigador: la perfecta adecuación interpretativa a esta causa que regala el memorable Daniel Day Lewis (no sólo él, sino el extenso reparto por entero). El intérprete de POZOS DE AMBICIÓN impone a su impecable despliegue interpretativo una contención nunca vista, que estremece de puro verosímil, astuta y ajada.

La película está narrada mimetizando esencialmente la tensa sujeción emotiva con la que el actor revive al eminente personaje. La humanización resultante no implica condescendencia alguna: el retrato del líder es tan sereno como sibilino. Vemos al hombre inteligente, al autoconvencido de su poder de convicción, al consciente de la veneración generada, al hombre mayor y cansado, al indesmayable trabajador, al marido paciente e imperfecto, al padre roto, al político exigente y al ser humano exhausto por esa exigencia.

El autor de E.T. EL EXTRATERRESTRE nos brinda la que quizás sea la depuración más férrea, más herrrumbrosa, más sombría de sí mismo. LINCOLN se diría que nace con vocación periodística, con abigarrada, severa y agotadora precisión de documento analítico. Muchos se asombrarán ante la escasa espectacularidad del empeño y ante la profusa escrupulosidad del resultado. Y es que cuando todo el mundo le esperaba patriotero y abanderado, el aparece como siempre lo ha hecho: ejerciendo de ávido cineasta total.

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