Título original: American Sniper
Año: 2014
Duración: 132 min.
País: Estados Unidos Estados Unidos
Director: Clint Eastwood
Guión: Jason Hall (Autobiografía: Chris Kyle)
Música: Clint Eastwood, Ennio Morricone
Fotografía: Tom Stern
Reparto: Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Kyle Gallner, Keir O'Donnell, Eric Close, Sam Jaeger, Owain Yeoman, Brian Hallisay, Marnette Patterson, Cory Hardrict, Joel Lambert, Eric Ladin, Madeleine McGraw
Productora: Warner Bros. / Village Roadshow / 22 &IndianaPictures / Malpaso Productions / Mad Chance Productions
Nota: 8
Pocos cineastas norteamericanos manifiestan un interés tan obcecadamente ladino, desesperanzado y correoso por hurgar en las entrañas de la sociedad norteamenrica contemporánea como lo hace el maestro Clint Eastwood. El autor de SIN PERDÓN, de forma lúcidamente sigilosa, ha hecho de la historia de su país un verdadero corpus dramático. Los recovecos menos lucidores de todo el complejo magma de vicisitudes colectivas que conforman la idiosincrasia sociológica sobre la que se asientan los convencimientos más reconocibles de aquella nación han ocupado, casi siempre, una suerte de telón de fondo nocivo, enjuiciado, definidor, en modo alguno inocente. EL FRANCOTIRADOR, quizás, contra lo que muchos errónea y empobrecedoramente se han apresurado a aseverar, sea una de las más descarnadas cartas de desamor filmadas por este veterano artesano de la imagen reclusa de sus propios reversos.
La última obra del creador de MYSTIC RIVER afronta el nada fácil reto de atender a las memorias de Chris Kyle, un legendario integrante del ejército norteamericano desplazado hasta el conflicto de Irak, cuyo historial de efectividad le granjeó el título de ser el francotirador causante de un mayor número de bajas en el ejército enemigo durante la devastadora pugna bélica acaecida tras los sucesos del 11-S. El relato biográfico parte desde la niñez del protagonista hasta su marcha a la primera línea dela guerra. A partir de ese momento, el guión deparado para el film alternará su peligrosa habitualidad en ese infernal confín geográfico con las dificultades del militar para sobrellevar con fluidez la vida familiar en su país.
La incomodidad mayor que depara un film como EL FRANCOTIRADOR es la imperturbable hondura con la que el director se apresta a imponer el único punto de vista posible para esta clase de relato. Éste no es otro sino, obviamente, la voz generadora de aquel, la del militar que gobierna, de principio a fin, omnipresentemente, todas y cada una de las vicisitudes dramáticas escenificadas en el film. El director, admirablemente, hará de ese severo bastión humano la agria localización todopoderosa desde la que impartir sin asentimiento la abrumadora y antipática coherencia vertebradora de toda la concatenación de experiencias vividas.
Desde ese punto de vista, la película es todo lo áspera, incomunicada, resistente, pétrea, engreída e incuestionable que es el convencimiento, la infalibilidad y la franqueza de aquel. Contra lo que muchos quisieran ver, la película no es un ajuste de cuentas contra el conflicto relatado, porque el protagonista abomina cualquier tipo de ataque a su firme postura personal. Tampoco es, en apariencia, el relato de un cambio de emplazamiento subjetivo de valores, porque, del mismo modo, Kyle en ningún momento da muestras de perplejidad o vacilación con respecto a su inconmovible escala de certezas. Tengámoslo muy claro, EL FRANCOTIRADOR da voz a un patriota convencidísimo de que su deber es la defensa a ultranza de un imperio que ha sido atacado y, por lo tanto, el cree que está en peligro. La valentía de Eastwood viene fraguada por lo inclemente que se muestra con no maquillar jamás esta postulación medular y, sin embargo, en lo astutamente que dispone una puesta en escena encargada de combatir esa cohesionada solemnidad mediante un eficaz catálogo de estratagemas pura y estrictamente “eastwoodianas”.
Decisiones como las de plantear una espeluznante primera escena, que nos enmarca al personaje en el milímetro exacto de su implacable pericia combativa (Kyle situado con su rifle en la azotea de un edificio apuntando a una mujer iraquí y a su hijo tras atisbar que son portadores de un arma con la que van a atacar a una unidad de sus compañeros), para, a continuación, sin visualizar la resolución final de la terrible encrucijada, saltar en el tiempo hacia la primera vez que, siendo un niño, en compañía de su padre, Kyle abate a un ciervo, dan una idea exacta de esa nítida complejidad mostrativa marca del a casa. La violencia como forma de actuar específica, legal e históricamente norteamericana: esa pequeña Biblia situada al lado de unos soldaditos de juguete, los aleccionamientos paternos, la pugna defensiva amparada, la constante presencia del arma (magnífica la aparición juguetona y premonitoria de un revolver en la escena final).
Precisamente, la diferencia principal del film con respecto a EN TIERRA HOSTIL, de Kathryn Bigelow, radica en la muy distinta delineación de protagonistas: mientras el militar protagonista de esta última es un profesional adicto al riesgo de su profesión, a la adrenalina del riesgo en primera línea, el de la película de Eastwood lo es a lo que él asume como su responsabilidad patriota de defender a su país y a sus compañeros en el frente. Mata en tanto que prevé riesgo mortal inminente para éstos y, por ello, a diferencia de aquel, no dudará en bajar a la primera línea de combate porque cree que su utilidad en ese preciso momento es mayor.
Además de las intachables escenas bélicas, en las que el veterano cineasta vuelve a dejar muestra de su majestuoso talento realizativo tanto en las más espectaculares (a las que no duda en plantear como un western: el ataque al edificio final está saldado cual si se tratara de un fuerte rodeado de comanches; los enemigos son los pobladores del espacio en el que tiene lugar la contienda, del mismo modo que los indios eran los seres humanos asentados en el ignoto oeste, etc.), como, sobre todo, en las que la tensión interna de la acción es muy superior a la espectacularidad de la acción relatada (el niño con el mortero, la mirada final de la esposa, que sanciona a Kyle como un soldado sin francotirador que lo defienda: el film es un prodigioso análisis sobre la intimidación de toda mirada), EL FRANCOTIRADOR, tras el olvidable traspiés de JERSEY BOYS, nos devuelve al Eastwood encantado de radicalizar transparencias, de supurar ambigüedades, de militar tajantes apuros y de disfrutar con la aguja en el ojo ajeno. De hecho ha soliviantado a los que le tienen ganas de verlo convertido en patética víctima de una injusta sobrevaloración. Sin duda, esa es la prueba de que ha conseguido, otra vez, encender el mechero justo debajo de la llaga que más duele.