Título original: House of Gucci
Dirección: Ridley Scott
Guion: Roberto Bentivegna, Becky Johnson. Libro: Sara Gay Forden. Historia: Becky Johnston
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: Dariusz Wolski
Reparto: Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto, Salma Hayek, Jack Huston, Alexia Murray, Vincent Riotta, Reeve Carney, Gaetano Bruno, Camille Cottin, Youssef Kerkour
Nota: 1.2
Comentario crítico:
A la segunda no ha llegado la vencida. No resulta nada frecuente asistir durante una misma temporada al estreno de dos films firmados por un mismo autor. Ridley Scott lo ha hecho este año. Hace un par de meses llegaba a nuestras pantallas EL ÚLTIMO DUELO, una cinta de claro trasfondo medieval, basada en hechos reales. En ella el autor de BLADE RUNNER naufragaba estrepitosamente tratando de estimular una suerte de puesta al día del clásico RASHOMON de A. Kurosawa, toda ella traspasada por un tratamiento del asunto central (la denuncia de una violación a la esposa de un militar de la Francia del siglo XIV) burdamente escorado hacia una inverosímil, oportunista y reiterada lectura contemporaneizante de esa abyección.
Abonado desde siempre a un empeño creativo erigido sobre una ostensible disparidad de criterios, a una absoluta falta de interés por dotar a su trayectoria de una mínima coherencia, a una querencia muy tozuda por inmiscuirse sin ton ni son en proyectos muy dispares entre sí (un rápido repaso a los títulos que conforman su historial avala esta afirmación), ahora tenemos que, tras la muy fallida peripecia histórica protagonizada por Matt Damon y Adam Driver, nos hallamos frente a la radiografía familiar de una de las sagas más importantes de la industria de la moda de la segunda mitad del siglo XX. De un ajuste de cuentas entre "señoros" medievales a un culebrón milanés con personas vistiendo ropa de marca. Quien lo entienda, que le de un pespunte.
Tal y como su propio nombre advierte, LA CASA GUCCI se quiere acta notarial del auge, declive y resurrección de la importante firma italiana. Una mirada ácida, de interior, controvertida, nada amable, coral, ponzoñosa y crítica, emplazada sobre un universo al que no estamos nada acostumbrados a verle los pespuntes y los deshilachados. Pero no. No se haga nadie ilusiones. Esto no llega ni para hilito que pasar por una aguja. Ya podemos adelantar que esta anatomía del traje de alta costura, gracias a la indesmayable falta de tacto escenográfico de su firmador, no pasa jamás de trapito sucio. Scott es zapatero que no va nunca a sus zapatos. De ahí que sea muy experto en suelas no ajustadas a horma.
El 27 de marzo de 1995 Mauricio Gucci, único miembro de la familia Gucci que en esa fecha tenía poder sobre una empresa que él mismo había vendido en parte a un importante consorcio internacional, moría asesinado en el portal de su sede de trabajo en Milán. Tras casi dos años en los que las pesquisas policiales iban encaminadas a demostrar que tras esa acción se hallaba un complot internacional mafioso, el 31 de enero de 1997 fue arrestada en su domicilio, acusada de urdir el homicidio, Patricia Reggiani, la exesposa de la víctima. También corrieron la misma suerte, imputados por colaboración, Giuseppina Auriemma, una vidente napolitana que era confidente de aquella, Orazio Cicala, chófer de Patricia, y Benedetto Ceraulo, el ladrón encargado de efectuar los disparos. La impericia de este en el momento del crimen fue decisiva para que la investigación diera con ellos. En noviembre de 1998 Reggiani fue condenada a 29 años de prisión.
El film arranca precisamente con una secuencia en la que se describen los hechos que acontecieron aquel 27 de marzo, justo antes de que Ceraulo descerraje sobre Mauricio las balas que acabarían con su vida. Cuando va a ocurrir esto, se inicia un largo flashback que intenta trazar un recorrido memorioso cuyo objeto central lo acapara la turbulenta relación amorosa habida entre Mauricio y Patricia. Desde el instante en el que se cruzaron sus vidas durante una exclusiva fiesta hasta la absoluta debacle matrimonial que obligó a aquel a pedirle a ella un divorcio que esta no supo jamás encajar. Romance de lujo, fotonovela amorosa, relato de recelos, ambiciones, tramas ocultas y traiciones sanguíneas, LA CASA GUCCI no sabe estar jamás a la altura de ese nido de cruentos vaivenes afectivos, fundamentalmente porque Scott se desentiende en todo momento de algo fundamental: esforzarse para que la propuesta cueza la verosimilitud dramática requerida por este tipo de calderas narrativas.
Tal y como puede deducirse del repaso a los hechos judiciales referidos con anterioridad o de la magnitud del renombre público del núcleo familiar que aglutina a los personajes más importantes del film, huelga decir que las posibilidades dramáticas generadas por ambos, en principio, se antojaban a priori numerosísimas. Scott, reputado especialista en ello, opta por la menos esforzada.
LA CASA GUCCI es un dechado de superficialidad extenuante. Ni apuesta por una radical intromisión en la fiereza afectiva, ambiciosa y manipulatoria que define el comportamiento de pareja habido entre Mauricio y Patricia, al estilo punzante y desestabilizador de lo que con semejante material pudiere haber concretado, por ejemplo, un Roman Polanski; ni tampoco se decide a trazar un meticuloso relato coral focalizado en el auge y caída de un imperio económico que no supo amortiguar ni hacer frente al cúmulo de excesos y arbitrariedades auspiciadas por las nuevas generaciones de la familia propietaria.
De no ser ni una ni otra, la película parece precipitada como un desfile de modelos no ensayado. Un vector narrativo entorpece al otro. El film se tambalea, no sabe caminar con los zapatos de tacón alto sobre los que pretende exhibirse. En lugar de pasarela impactante, no tarda en evidenciar su condición de puesto de mercado de retales a peso. Además Scott se empeña en privilegiar un tono de farsa televisiva, superficializador y burdo, que no es capaz de contener el desafuero absoluto que supone la caracterización de alguno de los personajes (el interpretado por Jared Leto, los matones) y la irritabilidad que generan muchas situaciones (todas las apariciones de Lady Gaga a partir de la caída en desgracia de su personaje). De tanto acento italianizante, los actores parecen todos doblados por Meryl Streep. Lady Gaga, por momentos, no se sabe si está interpretando a la nuera de un Gucci o un biopic de Sabrina, la de BOYS, BOYS, BOYS. La peli es un pezón que nadie quería enseñar.